Los malditos (3)

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El precio del deber

A veces se dan casos bastante curiosos en los estrenos semanales de la cartelera. Este viernes, sin ir más lejos, coinciden en los cines dos películas que, con el calorcito que empieza a apretar, se convierten en sendas oportunidades pintiparadas de refresco inminente.

Una ya lo lleva implícito en su título. Nos referimos al filme de Mongolia Si yo pudiera hibernar, y el otro, Los malditos, de entrada, no da pista alguna de la temperatura ambiente que nos vamos a encontrar durante su visionado, pero es empezar la proyección ya nos podemos ir preparando, porque en cuanto aparezcan esos paisajes nevados y esos personajes calados hasta los tuétanos vamos a pasar frío y del bueno.

En Los malditos, del director italiano Roberto Minervini, por donde marchan los condenados de la guerra de Secesión no hay mucho más que naturaleza salvaje y, sobre todo, una cosa: frío del bueno. Estamos en pleno invierno del año 1862, en los ya no tan unidos Estados Unidos hay una guerra civil, el Norte contra el Sur, tal y como ya nos enseñaron códigos fuentes como Bailando con lobos o El bueno, el feo y el malo, por no hablar de la mítica serie Norte y sur, un auténtico bombazo cuando se emitió por televisión.

Aquí, una columna de tropas del Norte avanza a través de llanuras suavemente onduladas y gélidas. Se ha ordenado a una cohorte de soldados avanzar hacia el Salvaje Oeste para patrullar las fronteras más externas del territorio ocupado.

La empresa deviene ardua y extenuante. Aparte de drenar la energía de los reclutas jóvenes en particular, la guerra aquí no parece tener nada más que ofrecer. Puede ser que algunos piensen que tienen la suerte de su lado en esta misión. Pero por muy remota y desamparada que sea la zona, la guerra y la muerte abundan en todas partes. Vendrá en forma de tormenta, o como una ventisca.

Todos están librando una batalla perdida, y además de los ejercicios y prácticas para asegurar ataques rutinarios, hay incluso tiempo para filosofar sobre Dios, el mundo y las razones por las que realmente están aquí. Algunos lo han hecho por el salario, otros por herencia familiar, otros porque no les ha quedado más remedio, los menos por convencimiento político, y a veces incluso los hay que se han presentado hasta voluntarios al sacrificio.

Hasta ahora Minervini ha sido más bien un cineasta dedicado a filmar documentales, con algunos títulos que llegaron incluso a conocer estreno muy limitado en nuestro país, caso de la muy recomendable Bajo la marea, de 2012, o ¿Qué harás cuando el mundo esté en llamas?, de 2018 y con otros que tuvieron bastante recorrido en festivales patrios, caso de Stop the Punding Heart, que tuve la oportunidad de ver en la Seminci de 2013, o The Other Side, de 2015.

Con Los malditos no abandona por completo este género, pero añade a su ensayo pobre en contenido y más parco todavía en diálogos elementos que conforman un largometraje que podemos encuadrar dentro de la ficción.

El que crea que porque pertenezca al género bélico va a estar trufado de escenas de acción mejor que se lo piense antes de acudir al cine a verla. Hay escenas de tiroteos, en concreto dos, pero están filmadas de manera muy artística, no dejando nunca de lado el aspecto formal y prescindiendo de la espectacularidad que suelen aparejar este tipo de combates cuerpo a cuerpo. Pero si te gusta el denominado slow western, o lo que es lo mismo, el western para muy cafeteros, aquí te lo vas a pasar en grande.

Para que nos entendamos, la obra se arrimaría bastante a otras similares de cineastas como Kelly Reichardt (Meek’s Cutoff y First Cow) o Jacques Audiard (Los hermanos Sisters).  Retratos singulares de los paisajes del género, ahondando en su carga legendaria mientras apuntan a la confrontación entre la barbarie y la civilización, o entre la visceralidad y la razón.

Se agradece que una propuesta tan arriesgada que incluso juega en algunos momentos con la paciencia del respetable no supere la hora y media

Así, las imágenes cobran una importancia esencial, no permitiendo que nada interfiera en el desarrollo de su eficacia aparentemente épica, y los acontecimientos que se nos explican se convierten en meras excusas para potenciar las técnicas y recursos estilísticos utilizados. Comprendemos los motivos y la evolución de los personajes no por sus discursos externos sino por la proliferación de pequeños detalles costumbristas que van mutando y extremándose a medida que las condiciones climatológicas y vitales se van convirtiendo en menos llevaderas.

En ese sentido, vale la pena destacar la labor de fotografía del operador mexicano Carlos Alfonso Corral (quien también ejerció labores de dirección en Dirty Feathers, proyectada en la Berlinale en 2021). Sus representaciones son brillantes y recuerdan el estilo visual de Alejandro González Iñárritu, particularmente su drama de aventuras El renacido (por cierto, Corral también firma la banda sonora de Los malditos).

Rostros en primer plano y la óptima idea de dejar al enemigo en cualquier forma meramente difusa y borrosa en el fondo le da a la historia crea una profundidad narrativa y una perspectiva muy clara, muy concisa. Uno se pregunta si la naturaleza no es en realidad el verdadero enemigo, o si lo es quizás la propia visión idealizada del mundo la que impulsa a personas como estas, con sus rostros expresivos.

Con todo y con ello, se agradece que una propuesta tan arriesgada que incluso juega en algunos momentos con la paciencia del respetable no supere la hora y media de metraje. Señal inequívoca que el director no se las da de divo, porque otros cineastas más reputados que este necesitan el doble de tiempo para explicar aspectos que aquí se liquidan con milimétrica concisión.

En definitiva, si uno espera un drama bélico que en última instancia cumpla las expectativas más mundanas —que tenga un clímax, un punto de inflexión o una conclusión—, no va a acertar en la elección, porque Los malditos prescinde de todo eso sin que le duelan prendas. Como una instantánea de un destino predestinado, la película de Minervini sigue siendo como escenas improvisadas de un todo más grande, como el fragmento de una película que quisiera llegar a trascender más que lo que nos enseñas sus propias imágenes.

Escribe Francisco Nieto