El proceso creativo

Rubinstein, mujer instintiva y sensible, le pide a Maurice Ravel la música de su próximo ballet. Fue así como el maestro acabó creando su mayor éxito: Bolero. Casi levitando, en trance por momentos, bloqueado a veces y retrasando el proyecto, vemos a un Ravel en pleno acto de creación, en busca de las notas justas para una obra inmortal.
Esta es una película sobre el proceso creativo, tomando muy ingeniosamente la vida y obra de Maurice Ravel, autor del famoso y conocido bolero que lleva su nombre.
Desde la psicología, en su plano más sencillo, se define la creatividad como un proceso de elaboración de productos originales mediante vías poco convencionales, partiendo de la información disponible y con la finalidad de solucionar problemas prácticos o estéticos, e incluso en aras a la autorrealización del propio individuo, por cuanto permite el desarrollo de las cualidades personales.
Por ejemplo, Guiford destacó aptitudes propias del ser creativo como la fluidez, la flexibilidad, la originalidad y el pensamiento divergente o abierto, en oposición al pensamiento convergente o racional (diferencia entre creatividad e inteligencia).
En la década de los noventa, Csickszentmihalyidefinió la creatividad como un estado de conciencia el que operan tres elementos: campo (lugar o disciplina donde ocurre), persona (quien realiza el acto creativo) y dominio (grupo social de expertos). Finalmente, la aportación más reciente de Mayers afirma la existencia de cinco componentes de la creatividad: la competencia, el pensamiento imaginativo, la audacia, la motivación intrínseca y un entorno creativo.
Desde luego, la creatividad es una potencialidad humana, a la que todos los individuos pueden acceder indistintamente. La diferencia radical es lo que distingue la mera creatividad de la creatividad «genial».
Para adentrarnos en este capítulo de la genialidad, hay que comenzar por aceptar las limitaciones del conocimiento psicológico abstracto.
Tal vez algunos autores psicoanalíticos podrían ser más inspiradores, pues, como Bion recomienda, hay que pensar más allá del mundo sensorial, aunque necesitamos de él y del sentido común para comunicar. Y ahí nos tropezamos con el concepto de «preobjeto» y de «la experiencia emocional». O sea, de la intuición como proceso de pensamiento preconsciente no discursivo, que sería la base de la genuina creatividad de excelencia.
La película
Pero lo que llevo dicho es bastante complejo, arduo y extenso. Prefiero referirme al proceso creativo y al ingenio con esta película sobre la vida y obra del eminente compositor francés Maurice Ravel (1875-1937), genial músico impresionista, con un audaz estilo neoclásico y autor del muy conocido Bolero de Ravel. La cinta, además de biopic, es ante todo una especie de tratado sobre el proceso creativo.
Película biográfica suavemente deconstruida de Ravel, está bien llevada por la directora franco-luxemburguesa Anne Fontaine, con un guion de su autoría, coescrito con Claire Barré. Fontaine nos hace apreciar la novedosa música del maestro, sus susurrantes sonidos de percusión, sus instrumentos de viento de madera, y sus ritmos acelerados y rotundos, todo lo cual actúa con inusual encanto de maestro y de genio, como decía antes.
La mayor parte de la película se extiende durante los seis años de demora y efugios que transcurren entre que acepta el encargo para un nuevo ballet de la coreógrafa Ida Rubenstein (Jeanne Balibar), mujer impetuosa y extravagante, con turbante y con exhortaciones teatrales (con el pedido de que la música fuera «¡Carnal! ¡Fascinante! ¡Erótica!»), y su estreno.

En este período, Ravel ya era el compositor vivo más importante de Francia. Pero era también un hombre que olvidaba sus zapatos de vestir, un artista despreocupado y tímido, lo que ocultaba paradójicamente una enorme fe en su propio proceso creativo y en su perfeccionismo.
Era muy autocrítico, tanto que las críticas de los demás apenas tenían peso para él. Tras el debut de Bolero en 1928, con enorme éxito y reconocimiento, Ravel le dice a su amigo Cipa (Vincent Perez) que probablemente se convertirá en su obra maestra; y con ironía añade: «Lástima que le falte música».
La cinta se envuelve en una elegante fotografía a la antigua del belga Christophe Beaucarne. La Fontaine hace uso de una estructura de bucles, equivalente a la circularidad del famoso bolero raveliano, para ilustrar episodios de su vida antes y después de la egregia composición que lo catapultó definitivamente al Olimpo.
De modo que vamos visionando, en una composición clasicista y hermosa, acontecimientos señeros en la vida del compositor: el fracaso de Ravel en cinco ocasiones para ganar el prestigioso Prix de Rome, su servicio voluntarioso y arriesgado en la Primera Guerra Mundial y la muerte de su muy querida madre (Anne Alvaro), con quien mantenía un vínculo muy estrecho desde niño, una vinculación marcadamente edípica.
Todo ello se va desplegando junto con sus giras a los EE. UU. o las reuniones con amigos e incluso un dato sorprendente, al menos para mí: fue una criada de su casa, de origen español, la que le que enseñó a Ravel la conocida canción Valencia, del compositor y zarzuelista José Padilla Gómez, cuyas notas y melodía le sirvieron como inspiración para componer su famoso bolero. Yo lo he comprobado, después de cantar Valencia, lo que viene, el tatachán tachán tachán, tiene su evidente correlato con la composición de Ravel.
Después vemos el declive de su salud posterior a Bolero, cuando la afección neurológica no diagnosticada le afectaba y ya no podía pasar al pentagrama las notas que imaginaba, pues Ravel pensaba en música; tras una creciente confusión, desorientación y los recurrentes olvidos, y tras la alocada sugerencia de ser intervenido quirúrgicamente, lo que provocaría su muerte menos de una década después, en 1937, a los sesenta y dos años.
Pero hay algo importante que he apuntado antes y en lo que quiero incidir de nuevo. En la película de Fontaine se sugiere que la imaginación libidinal y erótica de Ravel, su talento musical, más se alimentaba de su relación con el sonido, que de otras fuentes más carnales.
Este punto es interesante, pues la psicología describe lo que se conoce como «Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma», que viene a ser una experiencia física y psíquica caracterizada por una sensación de placer, ensimismamiento y relajación, lo cual, que algunas personas experimentan en respuesta a estímulos sensoriales concretos y específicos, sonidos suaves e incluso patrones visuales suaves, susurros o movimientos repetitivos.
Hay un episodio en que Ravel visita un burdel y le paga a una muchacha meramente para que se ponga lentamente, con parsimonia, los guantes que él tiene de Misia, con la suficiente lentitud como para oír el satén al deslizarse sobre su piel.

Vemos también cómo Ravel se transporta interiormente por el sonido metálico repetitivo en el suelo de una fábrica o el aleteo de un ventilador. Sin embargo, la asunción de Bolero no tiene una explicación simple, más allá del estímulo disparador de la canción Valencia.
Vemos que trabajó arduamente y se estancó, lo intentaba y desesperaba, e incluso en un momento dado el bolero no existía. Y luego ya existía. Al final de su vida, casi desconectado del mundo y de la vida, cuando escucha una grabación de Bolero se pregunta: «¿De verdad lo escribí? No estuvo mal».
Por cerrar
¿Se podría decir las causas o razones de cómo sale el genio de una persona cimera? Claro está que no se pueden argüir explicaciones definitivas sobre el misterio de estas producciones. Ha de haber talento, tiene que concurrir la perseverancia y la vocación.
Y la búsqueda personal hacia alguna manera de encuentro deslumbrante en la profunda psique del artista, junto a las circunstancias de su vida. «No creo en las musas, creo en la música; la honro y le rezo, pero no siempre me responde», dijo Maurice Ravel.
Así es esta película que tiene un buen reparto, un ritmo narrativo preciso, que se toma su tiempo, y un deseo de no dejar que el espectador se distraiga demasiado con la melodía de la película.
Una delicia musical con piezas de Ravel interpretadas al piano por Alexandre Tharaud, un filme cuyo fondo oculta un dolor opacado y la minuciosa observación de un genio mayormente perdido en su propia música. Sonidos y silencios.
Escribe Enrique Fernández Lópiz