La mercancía más preciosa (4)

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El humanismo que nos salva

«Lo esencial es invisible a los ojos».
(Antoine de Saint-Exupéry)  

El cineasta francés Michel Hazanavicius ha realizado su debut en el largometraje de animación con una película excelsa y valiente: La mercancía más preciosa (La plus précieuse des marchandises). Basada en el texto narrativo de Jean-Claude Grumberg, el propio Grumberg colabora en el guion del filme con Hazanavicius.

La mercancía más preciosa supera con creces la mayor dificultad que tenía ante sí: contar una historia sobre el Holocausto a través de los dibujos. Nos encontramos ante una propuesta fílmica que se adentra en un período muy explorado por la cinematografía europea e internacional, y ahí estaban las trabas de la repetición o del moralismo, que las evita para desarrollarse de una manera lúcida, dinámica y conmovedora.

En el fondo, la película supone un cántico humanista que pone en valor lo mejor que tenemos las personas: el amor, la generosidad, la sencillez, la comprensión, el esfuerzo. El enfoque solidario queda reforzado por la tipología de animación del filme, que también entronca, a nuestro entender, con el bello homenaje que se efectúa al universo de los cuentos infantiles. ¿No es La mercancía más preciosa un cuento filmado, en la estela de obras intemporales como El principito (1943), de Saint-Exupéry?

En este sentido, los primeros treinta minutos del largometraje resultan portentosos: la presentación de los personajes, los conflictos dramáticos, la ambientación. Existen en los dibujos del filme una belleza y una ternura insuperables. Se capta maravillosamente todo el abanico de gestos y miradas de la pareja de leñadores, del mismo modo que se muestra la galería de movimientos y sonidos del personaje de la niña: la salvación en medio de la oscuridad reinante.

Asimismo, la persistente nieve acrecienta toda la problemática de los seres: los adultos y la pequeña. Que en una época donde prevalece el odio y el horror (estamos en la Europa de la primera mitad de los años 40), pero la discriminación, la violencia, pueden ser de cualquier lugar, de cualquier tiempo, también los actuales: cuando una creación es de valía, aunque tenga una contextualización histórica, nos habla también del aquí, del ahora, de nosotros mismos.

Dentro del tratamiento de los personajes, está muy bien elaborada la evolución del personaje del marido, el corpulento leñador: desde el desprecio inicial que siente por la niña pasa a la duda, y de la incertidumbre evoluciona hacia el amor por un ser que les ha iluminado su ardua existencia a su compañera y a él. En su progresivo cariño por la pequeña, hay una toma de conciencia sobre los peligros, los riesgos del racismo, la xenofobia, que laten también en grupos de población muy humildes, como los leñadores del largometraje.

No olvidemos que a Hitler lo votaron bastantes obreros socialistas y comunistas en 1933 o que, en nuestros días, personas trabajadoras respaldan propuestas fascistas, claramente antidemocráticas. El leitmotiv que pronuncia el barbado leñador, «Los sin corazón también tienen corazón», similar al «Milana bonita» de Mario Camus y Miguel Delibes en Los santos inocentes (1984), profundiza en el carácter filosófico, ético, de La mercancía más preciosa.

Por su parte, en el personaje del soldado mutilado (batalló en una guerra anterior, el filme no especifica cuál, acaso sea la Guerra Civil española por la cercanía temporal y espacial), que sobrevive con su cabra en los bosques, percibimos el raudal humanista de Hazanavicius, con la ascendencia del insigne Jean Renoir y películas imperecederas como La gran ilusión (1937). En este soldado de la cara cortada también apreciamos una transformación de estados anímicos: de la aspereza y el desengaño a la ternura y la solidaridad, muy a lo Bogart en Casablanca (1942).

En lo que respecta al dibujo de los paisajes y la recreación de la climatología, percibimos toda la hermosura de los bosques invernales y su transición magnífica a la primavera (el filme capta los detalles en su auténtica belleza: la nieve en las ramas de los árboles, los conejillos que aparecen con los primeros rayos de sol), que contrastan simbólicamente con el paisaje mortuorio, fúnebre, del campo de concentración.

Mujeres y hombres, niños, niñas, ancianos, ancianas, adultos, adolescentes: todos gritando. Ven la muerte muy próxima

En el tramo final de La mercancía más preciosa decae un tanto la película a nivel artístico, aunque la propuesta memorística queda consolidada al mostrar el horror de Auschwitz. En esta parte, sobresalen los planos colectivos con los rostros gritando, aterrorizados. Aquí notamos el influjo pictórico de El grito (1893), del noruego Edvard Munch, influencia ya recogida en otros trabajos cinematográficos como Los pájaros (1963), de Hitchcock.

Mujeres y hombres, niños, niñas, ancianos, ancianas, adultos, adolescentes: todos gritando. Ven la muerte muy próxima. La muerte que corta la vida antes de tiempo, la muerte manejada por el odio y la intransigencia de los poderosos. Un proyecto de exterminio que, en su crueldad, en su locura, no puede ser olvidado.

No es casual que el largometraje de Hazanavicius arranque con un plano de los árboles talados, repleto de simbología, una imagen que conecta con la propia diégesis de la obra y su dimensión retrospectiva. Para concluir, apuntar que Dominique Blanc y Denis Podalydès, interpretes dramáticos de la Comédie-Française, dicen, respectivamente, los parlamentos de la leñadora y el soldado de la cara cercenada, mientras que Gregory Gadebois enuncia los diálogos del leñador. La voz narrativa corresponde a un actor legendario del cine francés y europeo: Jean-Louis Trintignant.

«Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana».
(Miguel Hernández)                

Escribe Javier Herreros Martínez | Fotos BTeam pictures