Autorretrato del artista adolescente
Las últimas películas de Tarantino (Érase una vez en Hollywood), Damien Chazelle (Babylon) y Spielberg participan de la exaltación del cine y de su elegía, a modo de sentidos cantos de cisne al arte del que son orfebres. En paralelo, un tono confesional, una mirada vivencial y subjetiva que se diegetiza y nutre el argumento.
Spielberg lo proclama en el prólogo de su película y lo demuestra en su ejecución. Por un lado, Los Fabelman es un melodrama, la historia de una familia en la que se cría un futuro director y en la que anidan, tras la idealización de los dorados años cincuenta norteamericanos, un malestar larvado: la insatisfacción de la mujer (madre, esposa), sacrificada en el altar familiar.
Esa Michelle Williams que encarna a la madre del director no sólo ha renunciado a su potencial artístico como concertista de piano, sino que mantiene una prolongada —e inverosímil— relación clandestina y platónica con el tío Bennie, el mejor amigo de su marido.
Pero la película sobresale por el relato del esforzado aprendizaje de Sammy Fabelman como alevín de director en ciernes, defendiendo contra viento y marea su afición, su vocación. Spielberg aprovecha para ofrecernos un muestrario de momentos y escenas del séptimo Arte que le marcaron, amén de exhibir un atlas, un mapa de correspondencias con sus propias creaciones, aupadas ya en el Olimpo cinematográfico. Por allí podemos detectar los gérmenes de E.T., la génesis de Indiana Jones y la última cruzada e, incluso, la semilla de Salvar al soldado Ryan.
Mayor trascendencia adquieren los tributos. El niño Spielberg cae rendido ante el cine espectáculo, ante la fascinación maravillosa del cine para representar lo imposible (Cecil B. DeMille: El espectáculo más grande del mundo, 1952) y cautivar la mirada del espectador mediante la magia-trampantojos del oficio (aquí se englobaría gran parte de su propia producción, la que mayor éxito comercial le ha proporcionado: Tiburón, Encuentros en la tercera fase, Parque Jurásico, Minority Report…).
No obstante, el joven Spielberg persigue un más allá de la apariencia y de la emoción primitiva, acogiéndose para ello a suelo sagrado; amparándose en templo sacro, a saber, la antesala y el despacho de John Ford, a quien ya había loado al ser El hombre que mató a Liberty Valance la primera película que se vio en la flamante televisión familiar. La cartelería del despacho del famoso director es una especie de antología de Santos y Efemérides cinéfilas: Qué verde era mi valle; Los tres padrinos; El hombre tranquilo; Centauros del desierto…
Los sones de la música de Max Steiner subrayan la panorámica cargada de honda emoción con que se adora al dios Ford, cuya entrada en escena vía David Lynch remarca el tópico de hombre parco, lacónico y hosco. Imparte su lección al neófito: la línea del horizonte, la importancia de dónde colocar la cámara.
El neófito ahora ya es un nuevo dios y se permite el lujo de saquear al viejo maestro. Le roba la historia implícita entre los pliegues del capote de Ethan; el beso en la frente a su amada cuñada; el temblor del relato de Ford apenas esbozado, tenuemente sugerido y que Spielberg acaba de desarrollar a lo largo de su película.
Pues la historia del triángulo amoroso de sus padres y el tío Bennie es la historia soterrada en la película de Ford, cuyo expolio ha constituido la base argumental del melodrama a lo Spielberg. De ahí la importancia precursora de la secuencia en que una aleatoria grabación de un aparente feliz día campestre capta lo oculto a la vista y a los sentidos: el profundo y adúltero amor de su madre por el mejor amigo de su marido.
Ese descubrimiento se hará en la moviola, en la sala de montaje amateur. Su descubrimiento doloroso le induce a abandonar su vocación. La recuperará para grabar el día de pellas del instituto, grabación que lo encumbrará como héroe artístico, logrando el reconocimiento de sus compañeros. Pero ahora a través de un uso espurio, de una mimetización de la Leni Riefenstahl de Olympia (1938), de un esteticismo ideologizado, instrumentalizado (el fascismo).
Spielberg por Spielberg y Ford en lontananza: maestro al que ha emulado y con quien se ha querido equiparar. Palabras mayores.
Escribe Juan Ramón Gabriel