La figura del papa como símbolo del poder y de la fe

La Iglesia católica como institución ha sido tratada a lo largo del tiempo por las cinematografías de ambos lados del Atlántico de manera recurrente. Y, en particular, ese interés se ha centrado en muchas ocasiones en su principal cabeza visible: el papa.
Sin embargo, para analizar esta relación, cabe decir que la vinculación entre la Iglesia católica y el cine no fue fácil durante años. En 1909, el papa Pío X prohibió a los sacerdotes acudir a las salas para ver películas y la Iglesia oficial tardó casi treinta años en modificar su visión sobre el séptimo arte.
Pío XI, fue el primero en realizar un acercamiento a la industria cinematográfica. En 1936 publicó la encíclica Vigilanti cura, dirigida al episcopado norteamericano. En ella se hace referencia a los medios de comunicación, la educación y las costumbres. Un texto que ha sido considerado la primera intervención relevante de un papa en torno a la relación entre la Iglesia y el cine. El pontífice recalcó la popularidad y el impacto de este medio en los espectadores. En dicho texto podemos leer:
«El cinematógrafo ha tomado en los últimos años un puesto de importancia universal. Conviene hacer notar cómo se cuentan por millones las personas que asisten diariamente a las representaciones cinematográficas; cómo se van abriendo siempre en mayor número las salas para tales espectáculos entre los pueblos civilizados y semicivilizados; cómo, finalmente, el cinematógrafo ha llegado a ser la forma de diversión más popular que se ofrece para los momentos de descanso, no solamente a los ricos, sino a todas las clases de la sociedad».
En 1955, Pío XII publica la primera exhortación dirigida expresamente a los responsables del mundo cinematográfico, para instarles a producir obras que transmitieran valores más humanos. Dos años más tarde, dedicaría la encíclica Miranda Prosus al cine, radio y televisión.
Aquí cabe apuntar una iniciativa que situamos en suelo español. Bajo el nombre de Semana de Cine Religioso, y dentro del contexto de la Semana Santa, nació el 20 de marzo de 1956, en Valladolid, un festival de cine que poco a poco iría trasformando su nombre y sus objetivos iniciales —la difusión de los principios y moral católicos—, hasta dar cabida en la actualidad a todo tipo de cinematografías. Es la hoy conocida como Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), nombre adoptado en 1973.
Ese cambio de visión sobre el poder del cine como medio de comunicación de masas hizo posible que la Iglesia fuera capaz de apoyarlo como medio de evangelización.
De hecho, en la segunda parte del siglo XX cabe hablar de grandes superproducciones cinematográficas en las que de una u otra forma se abordan cuestiones vinculadas a temas religiosos, con gran éxito de público. Algunas de ellas se han convertido en grandes clásicos, como Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956) o Ben-Hur (William Wyler, 1959).
También cabe citar aquí el filme dirigido por Michael Anderson Las sandalias del pescador (1968), protagonizada por Anthony Quinn, encarnando a un papa de origen soviético, liberado de un gulag y llamado a mediar en una crisis nuclear. Con tintes geopolíticos y espirituales, este título anticipaba la figura carismática y política que sería Juan Pablo II.
Ya en el siglo XXI, cabe citar algunas películas que han tenido un considerable impacto mediático sobre la misma temática, como La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004) o Silencio (Martin Scorsese, 2016).

Sin embargo, la relación entre Iglesia y cine ha continuado manteniendo ciertas tensiones. Una de las más recordadas fue la polémica surgida tras el estreno de la película basada en el libro de Dan Brown El código Da Vinci (Ron Howard, 2006). Desde el Vaticano se llegó a pedir el boicot por considerarla blasfema y un ataque contra la fe. Aunque anterior, también se encontró en una situación parecida La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, que llegó a ser prohibida en varios países por razones similares.
En una de las trilogías más célebres de la historia del cine, concretamente en su tercera entrega, El padrino III (Francis Ford Coppola, 1990), la trama se sitúa temporalmente en 1979; Michael Corleone (Al Pacino) el patriarca de la familia ha amasado una inmensa fortuna, pero sigue sin lograr dignificar su legado. Con este objetivo vende sus casinos de Las Vegas e invierte en el Banco Vaticano. Aquí se hacen visibles prácticas dudosas en el manejo de las altas finanzas, en las que el Vaticano no queda al margen. Podemos encontrar ciertas situaciones que han coincidido con la realidad.
La figura del papa ha sido representada en el cine como símbolo de poder y fe, pero también como conflicto humano. A continuación, proponemos una breve selección de películas en las que el papa es la figura central, excluyendo en este caso telefilmes o series de televisión. En ella encontramos biopics, dramas históricos, thrillers y hasta una sátira cargada de humor.
Y vino un hombre (Ermanno Olmi, 1965)
Se trata de uno de los primeros biopics dedicados a un pontífice del siglo XX. Se centra en la figura del papa Juan XXIII, conocido como «el papa bueno», y su papel durante el Concilio Vaticano II.
Tal como avisa el propio film, después de 10 minutos iniciales de imágenes de archivo del papa Roncalli, comienza la ficción que, por respeto a su figura, el actor Rod Steiger que lo personifica, no cambia su vestimenta de laico durante todo el film, es decir, no intenta parecerse físicamente a Juan XXIII.
Ermanno Olmi logra una obra de estructura sencilla, generadora de devoción, resaltando el carácter pastoral y reformista del pontífice.

El tormento y el éxtasis (Carol Reed, 1965)
La película se sitúa a principios del siglo XVI, en 1508, cuando el papa Julio II (interpretado por Rex Harrison) encarga a Miguel Ángel Buonarroti (Charlton Heston) la decoración del techo de la Capilla Sixtina. El resultado como sabemos fue una creación monumental que transformó los códigos del arte renacentista.
Sin embargo, la película se centra en la tortuosa relación entre los dos hombres. El artista contraría al papa, ya que prefiere dedicarse a la escultura en vez de a la pintura. El papa lo obliga a aceptar el encargo, pero Miguel Ángel lo rechaza y huye de Roma. Cuando, por fin, acepta el proyecto, este se convierte en un enfrentamiento permanente de férreas voluntades, avivado por diferencias artísticas y temperamentales. Miguel Ángel acabó por fin la obra, que se inauguró el 31 de octubre de 1512.
En nombre del Papa Rey (Luigi Magni, 1977)
Ambientada en la Roma de 1867, muestra a un juez pontificio (Nino Manfredi), en la época de Garibaldi, que descubre que su hijo ilegítimo está involucrado en un atentado contra el Estado Papal. Más allá de esta situación que le afecta personalmente, el juez se manifiesta cansado y quiere renunciar a su labor. Su desmotivación se basa en las acciones llevadas a cabo por el papado y de las que él ha sido testigo.
Una obra densa y emotiva sobre los conflictos entre la fe, la ley y la paternidad en el contexto de un poder teocrático y una revolución.
Habemus Papam (Nanni Moretti, 2001)
Se trata de una sátira irónica, pero no irreverente, y profundamente humana sobre el peso del papado. Tras la elección de un nuevo pontífice, este entra en crisis y huye del Vaticano, enfrentando sus propias inseguridades.
El fallecido Michel Piccoli encarna al nuevo Papa con una actuación muy ajustada. Nani Moretti, a la vez interpreta a un psicoanalista que intentará ayudar a un papa en crisis.
Las diversas situaciones que se suceden, a partir de la premisa inicial, van construyendo una historia original, en un marco único, que se apoya en un humor sorprendente, pero también emotivo.

Los dos papas (Fernando Meirelles, 2019)
Cuenta con dos grandes intérpretes, los británicos Jonathan Pryce y Anthony Hopkins, en los roles del cardenal Bergoglio y el papa Benedicto XVI. La película explora la relación que mantuvieron el papa Benedicto XVI y su sucesor, que se convertiría en el papa Francisco.
La acción se centra en el encuentro (ficticio) que unos días antes de la renuncia de Ratzinger como papa se produce entre ambos, en el Vaticano. Dialogan, confrontan sus ideas y reflexionan sobre las exigencias que el mundo moderno demanda a la Iglesia católica.
Ambos actores fueron nominados al Oscar. Con diálogos inteligentes y momentos de ternura, ofrece una reflexión sobre el perdón, la modernidad y el papel del papado en el siglo XXI.
Cónclave (Edward Berger, 2024)
La película más reciente sobre esta temática ha venido a coincidir con la muerte del papa Francisco. Se trata en realidad de un thriller político, basado en la novela homónima de Robert Harris. La trama nos introduce en el hermético proceso de elección papal tras la muerte del pontífice. Ha obtenido el Oscar al mejor guion adaptado.
Ralph Fiennes interpreta de manera muy convincente al cardenal Thomas Lawrence, encargado de supervisar el cónclave que debe elegir a un nuevo papa. Cabe destacar a un elenco de gran nivel que incluye a Stanley Tucci, John Lithgow, Sergio Castellitto e Isabella Rossellini. La historia gira en torno a las intrigas de los candidatos principales a la sucesión, un grupo de cardenales que terminan presionando a Lawrence; un clérigo con una fe incierta, pero de convicciones inquebrantables.
Cónclave basa su atractivo en una puesta en escena excelente y estar repleta de giros inesperados. Sin embargo, su desenlace resulta provocador y sin duda sorprenderá a los espectadores, algo cada vez menos habitual en el cine moderno.
Escribe Juan de Pablos Pons
