Buen biopic de Dylan en su fulgurante comienzo

El título A Complete Unknown está tomado de la icónica canción de Dylan Like A Rolling Stone, que habla sobre una vida errante y en permanente cambio, tal como era el destino de su nómada trabajo artístico.
Captura el filme una parte breve de tiempo, veloz a la vez, en la vida de Dylan, la que va de 1961 y su peregrinación de Minnesota a Nueva York, hasta el verano de 1965, cuando se reconvirtió de músico folk en músico con instrumental electrónico, traicionando en medio de la controversia a muchos de sus seguidores, que eran puristas del folklore y de la guitarra tradicional.
Se habla sobre la influyente plaza musical neoyorquina de inicios de los 60, el ascenso sideral del músico de Minnesota con apenas 19 años hasta llegar a la figura consagrada que fue en salas de conciertos y en lo más alto de las listas de éxitos.
Pronto, él, sus canciones y su misteriosa imagen se convirtieron en un fenómeno a nivel mundial que dominó la escena musical y que rompería con la actuación de rock-folk eléctrico en el Newport Folk Festival, junto con el guitarrista Mike Bloomfield y Barry Goldberg de la banda de blues de Paul Butterfield.
Algunas secciones de la audiencia abuchearon la actuación, llevando a los principales miembros del movimiento folk a criticarlo por alejarse de la composición política y actuar con una banda eléctrica. Y en imágenes, escenas de la polémica de un Peter Seeger queriendo cortar los cables de la instrumentación del grupo.
La película
El biopic de Dylan firmado por Mangold, que incluso para el negativista Boyero «resulta creíble y está muy bien contado», se enmarca en la llegada del músico en enero de 1961, prácticamente un adolescente, a Nueva York. Su intención era visitar al músico folk Woody Guthrie, su ídolo, gravemente enfermo de la llamada Corea de Huntington, enfermedad neurodegenerativa, en el hospital psiquiátrico de Greystone Park.
Guthrie había sido una revelación para Dylan y fue la principal influencia para él en su primera etapa como cantautor. Describiendo el impacto que Guthrie tuvo en él, Dylan llegó a escribir: «Las canciones en sí tenían el barrido infinito de la humanidad… [Él] fue la verdadera voz del espíritu norteamericano. Me dije a mí mismo que iba a ser el discípulo más grande de Guthrie».
En estos primeros momentos del filme, Dylan conoce al celebérrimo cantante americano Pete Seeger, otra leyenda popular y activista social y humanista, que también está visitando a Guthrie.
El bueno y a la vez hospitalario Seeger, está recién salido de un desacato al Congreso por negarse a responder preguntas personales y políticas que infringían sus derechos de la Primera Enmienda, durante el final de la era del macartismo. Seeger acaba amigándose con Dylan e incluso lo hospeda en su casa junto a su esposa y sus hijos.
En esa visita, Dylan conmueve tanto a Guthrie como a Seeger, con su canción Song to Woody, dedicada a su héroe. Al poco, Seeger lo introduce en la escena folk de Nueva York y nuestro juglar rápidamente transmite su atractivo, sus sensacionales dotes y sus atractivas canciones en cuantos tuvieron la suerte de presenciar sus actuaciones iniciales.
Ahí estaba, no muy lejos, Joan Baezy el oportunista manager Albert Grossman. Este les dice a todos los potenciales agentes que andan por allí que Dylan ya es su cliente, cuando aún no se habían conocido, tal fue la impresión que le causaron sus canciones y su figura, aspectos estos difíciles de separar, como se encarga la película de poner de manifiesto: Dylan desde siempre fue un artista carismático.
El actor protagonista en el rol de Dylan, el llamativo Timothée Chalamet, interpreta de forma magistral al personaje. Da la impresión de ser el propio Dylan, tiene su presencia magnética y se acerca con enorme mérito a su forma de cantar y versionar su música.
Verdaderamente resulta emocionante escuchar esas canciones interpretadas por Chalamet, es fácil rememorar los momentos en que uno escuchó a Dylan, en soledad o compartiéndolas con otros amigos, hace revivir aquellas épocas.
Película en la que funciona la puesta en escena, que consigue una excelente ambientación, los diálogos son muy buenos, las situaciones, los personajes, todo extraordinario y creíble.

Dirección, reparto y otros aspectos técnicos
Una gran película de James Mangold que cuenta el raudo ascenso de Dylan, de cómo voló a lo más alto, luchó con la fama, hizo encaje de bolillos con su vida amorosa, ensombreció a quienes habían sido sus ídolos con su presencia y cualidades, y no olvida el director el lado oscuro de este camino radiante de subida a las estrellas.
Un libreto muy bien escrito conduce la cinta, firmado por Jay Cocks y el propio Mangold, adaptación del escrito de Elijah Wald, folklorista y cronista: «¡Dylan se vuelve eléctrico! Newport, Seeger, Dylan y la noche que dividió los años sesenta», de 2015. El texto está pensado para que todos los puntos que una película biográfica convencional cubriría estén ahí. Explora con gran fortuna el contexto cultural, político e histórico de este evento seminal que encarna la década transformadora de los sesenta.
Tiene la película un gran reparto, una de sus bazas principales. A la cabeza un sembrado Timothée Chalamet que emula tan bien a Dylan que incluso parece más Dylan que el propio Dylan. Interpretación impresionante, gran trabajo como actor, pero asimismo canta y toca la guitarra con un estilo y naturalidad increíblemente reales, clava las canciones de Bob y acaba por imbuirlas del poder deslumbrante que tuvieron en su época.
Chalamet declaró sobre el por qué había aceptado el papel: «En primer lugar, me atrajo el incomparable artista Bob Dylan y el enorme legado que dejó. (…) Sentí que Dylan estaba dejando una hoja de ruta para que otros artistas la siguieran. Y eso me pareció tremendamente inspirador».
Pero hay otras figuras como Elle Fanning que encarna a Sylvie Russo, pero que está basada en Suzie Rotolo (la Rotolo apareció con él caminando del brazo en la portada del disco: The Freewheelin. Bob Dylan); esta chica era una activista política que introdujo al cantante en la lucha por los derechos sociales y con sus diecinueve años lo acogió a su llegada a la gran ciudad; Fanning hace un trabajo dramático muy meritorio como dolida novia-amante de Dylan; Monica Barbaro muy bien y veraz en su rol de una Joan Baez, que fue igualmente repudiada por Bob.
Estupendo Edward Norton como creíble Seeger, un ser bueno y gran compositor de country; también glorioso Dan Floger, interpretando el mánager Albert Grossman. Bien Scoot McNairy como Woody Guthrie, el ídolo de juventud de Dylan. Prácticamente todos a un nivel de excelencia, pues se trata de un elenco de lujo.
Son igual dignos de mención: Boyd Holbrook como el admirador y amigo Johnny Cash, alentando su semblante desafiante, y Norbert Leo Butz como el inflexible registrador de campo Alan Lomax, amén de Boyd Holbrook, Scott McNairy, Norbert Leo Butz, Will Harrison, Eriko Hatsune o P.H. Byrne.
Emocionante la fotografía sombría y melancólica de Phedon Papamichael, que captura las calles empapadas por la lluvia del Manhattan sesentero, unas tomas muy evocadoras, una mirada llena de nostalgia y verismo.

Episodios asombrosos
Mangold elige las maneras más perfectas y sentidas de aprehender las interpretaciones musicales. Las más asombrosas son las íntimas interpretaciones en solitario con sólo una guitarra acústica.
Pero el director expresa el asombro y la admiración por Dylan de una manera conmovedora y poderosa en algunos momentos de la película que son reacciones de artistas, amigos o amantes que se maravillan de lo que están presenciando en tiempo real.
Hay dos momentos en este sentido muy buenos. Uno, en el Hospital, al inicio, cuando Seeger le escucha cantar, es un momento en el cual se da cuenta de que Bob, no solo lo ha superado, sino que es la viva encarnación de un hito, un fenómeno que nace ante sus atónicos ojos.
El otro es un capítulo desgarrador, una versión apenas disimulada de su exnovia en la vida real en ese momento, Sylvie Russo: ella, la mujer enamorada, experimenta que ha perdido a Dylan para siempre, cuando lo ve interpretar una canción, junto a la Baez, tan potente, que llora sabiendo que su amor se eleva por encima de los simples mortales y que nunca será verdaderamente suyo (Fanning está sensacional en esta película).
Desde luego hay muchos más momentos cumbre. Pequeños-grandes momentos que son simplemente miradas o reacciones silenciosas, sin diálogo incluso; el maravilloso plantel de actores lo comunica todo con sus rostros sombríos a veces, impactados o absortos por unas canciones maravillosas.
Los poderes cinematográficos de Mangold están en el nivel más alto en estos impresionantes momentos en los que el que el gran Bob se eleva como el águila a lomo de sus maravillosas canciones.

Incandescencia y libertad
Del mismo modo que la canción que da título al disco sobre una revolución sin fin, esta cinta nos cuenta el antidogmatismo y el rechazo de Dylan a ser definido de manera geométrica e inalterada. Dylan fue un ser inquieto, libre, espiritual y artísticamente. Esa cualidad, exacerbada por las exigencias de la fama y las doctrinas inflexibles de la escena meramente folk, lo lleva a desdeñar esa especie de ídolo-tótem y a negarse a ser considerado solo un folklorista.
La llameante película de Mangold tiene capacidad para trasladar al espectador ese impulso inquieto y el deseo de camino abierto, con el viento en la carretera, ese deseo juvenil de Dylan que fue el de todos nosotros, de romper las ataduras, de que lo dejen solo, de abrir sus propias puertas y descubrir sus propios caminos.
Esta pulsión de libertad es muy intensa en la película, esa fuerza para romper con ataduras, clichés, encasillamiento e incluso amistades y amantes. Hacer su propia elección valerosa y arrojada, lo cual es un sentimiento apasionante y lleno de espíritu que se siente casi en cada escena.
Para lograr el cambio en su música y en el mundo, Dylan necesitó algo más que enfrentarse a una audiencia de fanáticos del folk tradicionalista. Se tuvo que enfrentar a las fuerzas que le decían que no y combatir la duda con la fe. La música siempre ha evolucionado así, y Dylan lo había comprendido: el sonido de la creencia iluminando la oscuridad.
Se podría hacer una película de cada uno de esos los cuatro o seis años de la vida de Dylan, desde su accidente de motocicleta, su conversión al cristianismo, el estilo radical de música de North Country Fair, sus aventuras con Robbie Robertson y The Band cuando Dylan tomaba riesgos, desafiaba las expectativas y dejaba al público clavado en el borde de sus asientos.

Por cerrar
La limitación, si es que se puede hablar así, es que al pretender contar muchas cosas, finalmente se queda a medias y lo fía todo a las interpretaciones y al alma de las canciones que alimentaron a un país en tiempos difíciles. Eran los años de la guerra de Vietnam, las luchas por los derechos civiles, la crisis de los misiles en Cuba y la guerra fría.
Pero era también el tiempo del movimiento hippie, la libertad individual en todos los aspectos, la importancia del amor libre y contra una sociedad opresiva, el consumo de cannabis y otras sustancias. Un momento político nuevo y movido.
Todo esto es una pincelada en una película que se centra en la llegada de un joven Dylan a la ciudad de Nueva York para abrirse camino en la música folk y su posterior abandono de ese estilo en cuanto empieza a triunfar y hacerse popular.
Pero claro, todo no puede ser. Lo que Mangold ha alumbrado, y no es poco, es el retrato del chico poético, ambicioso, grande y rebelde que se negó a ser encasillado, limitado y definido. Sin olvidar que este biopic refleja la angustia en el corazón de Dylan y el costo que esto le significó personalmente.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos 20th Century Studios España