Argo (2)

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La realidad le hace el trabajo a la ficción 

argo-1Argo debiera convertirse según los entendidos, en la prueba de fuego definitiva para un realizador cuyos primeros trabajos —Adiós pequeña adiós en 2007 y The town, ciudad de ladrones en 2009— fueron acogidos con un moderado entusiasmo de crítica y público.

Sin embargo, para el que esto suscribe —como para tantos otros en el seno de esta redacción, todo hay que decirlo—, Affleck no ha acabado nunca de mostrar un talento suficiente como para ser considerado siquiera joven promesa de la dirección: ha sido encumbrado demasiado deprisa y eso puede pesar en su evolución. Pasar por alto las fallas de principiante quizá no sea el mejor servicio que puede hacerse a una persona con tanta carrera por delante, puesto que se corre el riesgo de que éstas se hagan crónicas.

El producto Argo adolece de los mismos defectos que sus predecesoras, y no es accesorio el hecho de que casi todos ellos deban anotarse en el trabajo de realización. Una de las posibles causas es que Ben Affleck no acaba de tomarle el tacto a la cámara, y ello, de momento, le imposibilita para alcanzar la maestría. Dado que un maestro se hace cuando el dominio sobre los elementos de su arte es total, y entonces puede permitirse el lujo de experimentar e incluso prescindir de ellos, hemos de colegir que nuestro joven director debiera ante todo, alcanzar el primer hito para después atreverse a innovar.

No todo es demérito en su reciente filmografía, pues quizá pudiéramos concederle suficiente desenvoltura como para contar una historia, pero de momento es incapaz de fluir, de sugerir, de sorprendernos. Con esos mimbres, no digo que no pudiera hacer televisión: afirmo que el formato cinematográfico le queda grande.

Y esto es así porque Affleck pretende construir un relato a partir de pequeñas escenas, en cada una de las cuales quiere derramar un tarrito de esencias: éstas suelen ser autoconclusivas, pretendida —y ocasionalmente— graciosas, dramáticas o sorprendentes, pero ese empeño en lo accesorio le aleja de la posibilidad de alumbrar una verdadera historia; los ejes transversales que debieran sostenerla no son más que tópicos del tipo: “el trabajo absorbe las energías de un padre que descuida su familia” o bien “al fin y al cabo nuestra Nación pretende nobles fines y no abandona a sus chicos” o “el héroe es un tipo solitario y sin vida”. Cosas mil veces vistas, parábolas refritas y metafísicas adolescentes que no tienen cabida en el cine serio y de altos vuelos que él pretende.

Respecto de la película en sí, uno debe valorar otros aspectos; en principio, ninguno de los dos bandos protagonistas despierta la simpatía de un servidor: el régimen teocrático y autoritario de los ayatolás que desbancó al sanguinario y dictatorial del Shá no pareció un cambio excesivamente ventajoso para los iraníes, y por tanto no era digno de elogio. Pero es que la geopolítica estadounidense que encumbró al segundo y aborreció al primero tampoco parece muy encomiable.

En ese sentido, habría que reconocerle a Affleck —que en muy contadas y subrepticias ocasiones se moja en contra de la postura de su país, como sí puede hacerlo el productor Clooney—  el haber hecho una película lo suficientemente entretenida como para, a veces, dejar de pensar en que no se soporta ideológicamente a ninguno de los dos contendientes.

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Así, hay momentos en que lo que está pasando en pantalla (y que tiene los visos de asemejarse mucho a lo que sucedió en realidad) consigue alejarnos de la repugnancia moral que nos provocan los protagonistas. Esto acontece sobre todo cuando la película se aleja de dramatismos y se centra en el proceso de construcción de un filme ficticio en el Hollywood de los años de oro de la ciencia ficción cinematográfica (aquéllos que mediaron desde la aparición de 2001, una odisea del espacio o El planeta de los simios en 1968 hasta Blade runner en 1982).

Ahí entran en escena John Goodman y Alan Arkin y la cosa sube muchos quilates, aunque es verdad que el guión no parece haber aprovechado todas las potencialidades de estos dos colosos: el exceso de chistes y ocurrencias llega a producir un cierto hastío, y le quita empaque a los personajes. No obstante, podemos asegurar que esa es la mejor parte de un film que a veces necesita de una desintoxicación humorística ante el abuso dramático.

Lo que de verdad salva a Argo es la historia que cuenta, no cómo está contada: la realidad le hace el trabajo a la ficción, en la medida en que resulta lo suficientemente descabellada como para mantener el interés; lava un tanto la cara a las agencias de inteligencia, que no parecen recurrir siempre al exceso de pólvora y testosterona, e incluso añaden un poco de grandeza a un presidente como Carter, que pasó sin pena ni gloria por la Casa Blanca durante un solo mandato, antes de los aciagos años de Reagan.

Es de agradecer, por tanto, que no todas las películas de espías resulten tan sórdidas. Cabe criticar, sin embargo, que muchas de ellas no hayan sabido librarse del maniqueísmo: Argo resulta ligera en su crítica a la CIA, y pareciera que éste fuera precisamente uno de los motivos de su éxito. Desde luego, no nos parece un mérito resaltable y nos hace pensar que la taquilla acaba por alimentarse de ideología; si esto es así, el cine está recorriendo un camino complaciente, y del todo opuesto a su grandeza: ofrecer al público sólo aquello que, irreflexiva o acríticamente quiere ver u oír, es trabajo de la propaganda demagógica y populista.

Escribe Ángel Vallejo

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Título Argo
Título original Argo
Director Ben Affleck
País y año Estados Unidos, 2012
Duración 120 minutos
Guión Chris Terrio
Fotografía Rodrigo Prieto
Música Alexandre Desplat
Distribución Warner Bros.
Intérpretes Ben Affleck (Tony Mendez), Bryan Cranston (Jack O’Donnell), John Goodman (John Chambers), Alan Arkin  (Lester Siegel), Victor Garber (Ken Taylor), Tate Donovan (Bon Anders), Clea DuVall (Cora), Kyle Chandler (Hamilton), Scoot McNairy (Joe), Chris Messina (Malinov), Taylor Schilling (Christine Mendez)
Fecha estreno 26/10/2012
Página web http://wwws.warnerbros.es/argo/