Conjeturas acerca de un alien
Humor contextual; gran absurdo en medio de una época que exhibe la militarización en plena guerra fría. Wes Anderson sintoniza su cámara en lentos movimientos; paneos y travellings pretenden mostrar, tanto acciones en paralelo, como descripciones en medio de una desolación que se las ingenia para generar la importancia propia y necesaria a la condición humana. Se trata de un pueblito marginal; paisaje árido, plasmado en tenues colores, bosqueja realidades cotidianas con un orden que clasifica.
Abrumadora puesta en escena, la austeridad administra lo precario, un mundo de roles y apariencias marginales, una «razón de ser» impresa en la costumbre. Limitaciones que otorgan sentido, existencia encajonada en funciones marcadas por experiencias limitadas.
Estética al aire libre, cielo despejado, ambiente de «vacaciones» fulminadas en el deber de la seguridad nacional asociada al conocimiento científico; la paranoia alcanza las vidas estancadas en un paraje vacío. Un breve pasaje congela la existencia; en Asteroid City el tiempo se consume por el «esfuerzo«, el «ser normal« es representado por el culto al asteroide que intenta suplir las carencias de un origen heroico que comprometa el orgullo pueblerino. Rituales astronómicos generan patriotismo, la ilusión catapulta a la juventud hacia el saber por el bien de la nación.
El cine resuena a distancia por la fijeza de personajes montados en discursos teatrales. Mezcla de pasaje por lo cotidiano en vicisitudes vinculadas a la representación. La película queda a medio camino entre lo actoral y lo vivencial, se vuelve simulacro de muestras en la búsqueda explícita de humanizar la circunstancia, de acercarla al modelo de una realidad que intenta ser preservada en la explicación del para qué de una ficción.
Asteroid City ostenta el carácter de pueblo artificial, pretensión de retratar realidades sociales presentes, lo aclara quien expone la obra en vinculación directa y permanente con entretelones y determinantes ineludibles. Nada de lo que está es, pero, a su vez, «tiene que ver con». Se trata de una adaptación televisiva de una obra teatral ambientada en un pueblo de ficción en el desierto de los Estados Unidos.
Transcurre el año 1955, se hace sentir la guerra fría en un contexto árido; punto de apoyo a la conciencia humana que se debate en las incertidumbres de la vida sin explicación. Por allí circulan significados, tanto para los personajes de la obra como para la supuesta audiencia que debe recoger sentidos y transformarlos en lógica de funcionamiento social contemporáneo.
Una carátula de difícil acceso nos sitúa en paralelismos que rozan la lucha de la mediocridad por prevalecer bajo alguna forma de justificación. Allí, nos encontramos con fotógrafos que operan, desde la instantánea, en el esmero por razones indicativas de una identidad diferenciadora. El registro fotográfico hace eco en la misión de reforzar el ambiente con la idea del autómata programado, la especificidad es parte del ejecutante, una cuasi razón de ser que conlleva la indiscriminación, la ficción se confunde en rutinas humanas propias de lugares estereotipados en tiempo de pautas limitantes.
Scarlett Johansson y su personaje «moretoneado» en la excusa del maquillaje; artificialidad asumida como real sin conciencia de pasaje por determinismos no expuestos, precisamente, para otorgar un halo de independencia interpretativa al espectador.
La excelsa fotografía no alcanza a catapultarnos hacia territorios imprevistos y profundos en la metáfora. Anderson no alardea, sus personajes son individuos de ficción en la ficción; chatos, no arraigan ni en heroísmos, ni en cotidianeidades jugadas, la simpleza los privilegia en diálogos que inician búsquedas inconclusas. Símil de un universo esquivo; el alienígena seduce a conclusiones varias plagadas de temores gubernamentales expresados en la inquietud de un ejército imbuido en la duda constante acerca de riesgos latentes.
La carrera espacial extiende sentido a cualquier cosa, Asteroid City se encuentra a salvo a costa de un precio diluido en ausencia de libertades ante una cuarentena fallida por el poder de las noticias. El precario anuncio estropea la globalización en la inminencia de «novedades obsoletas», nueva categoría de existencia indicativa de lo decisivo del instante en un pueblito que busca su identidad en el espacio. Como quiera que sea, sutilezas de Anderson para una carta de presentaciones varias que salpican esquemas carentes de características profundas a la hora de delinear personajes.
Diálogos tan ciertos como absurdos, improntas reconocibles en la eventualidad de lo social; los «cerebritos» y sus juegos circulares, refugio de comodidad en la familiaridad del vínculo que permite la expresión del ser. Otra vez, los sentidos se ponen en juego en base a características típicas de estereotipos presentes, casi que hasta podría hablarse de arquetipos de la cultura occidental puestos en marcha a todo vapor.
La muerte en tupperware, ironía de la importancia de la vida y sus veleidosos protocolos capaces de alterar rituales todavía necesarios. Las 3 brujitas y su juego extendido al proceso que asume la aceptación de la muerte mediante un exorcismo sin rimbombancia, ceremonia tan necesaria como alterna y novedosas; signo de cambio en la posibilidad de tratamientos diversos. Capacidad de proceso y aceptación de acelerado ritmo, la niñez como exageración ante padre y abuelo remisos por la noticia de la muerte.
Asteroid City es un salpicón de temas interesantes tirados a la cara bajo el ropaje del absurdo. Lo ridículo da el tono de comedia al esbozo de planteos que invitan a escarbar dentro de un relato movedizo que entremezcla niveles varios de ficción en refuerzo de la insensatez.
El amor, en clave de coqueteo formal, involucra conversaciones en contraplano, los ventanales albergan una intimidad oculta tras el refugio de la escena; lo teatral se desplaza entremezclado en lo personal, punto de encuentro a develar entre personajes y actores, donde, quemaduras mediante, también existirá lugar para la incomprensión.
Jason Schwartzman (Augie Steenbeck) y Scarlett Johansson (Midge Campbell) fueron los elegidos para una interacción que participa de la dicotomía en el establecimiento de una especie de ensayo en medio de la representación. Campea la confusión entre lo teatral y lo vivencial, la ficción multiplicada a la irrelevancia, tanto en su origen, como en su vigencia presente. Queda claro que la cinta detona contrariedades a partir de representaciones que aluden a lo ficcional en la conformación de un todo de momentos cuasi indiferenciados. Importa la representación, en sí, como combinación de modalidades de acción indisociadas; la relevancia está puesta en la vida de cada uno en pregnancia a cualquier clase de acción ficcional. Actor y personaje son lo mismo planteado de diferentes formas, la separación no existe, solo hay modalidades, ejercicios actorales plasmados en estrecha relación a la personalidad de cada uno, por eso, el ensayo contamina el vínculo y viceversa.
Mundo de equivalencias que también se anima a transitar por Asteroid City y sus maneras de contemplar rescates de sentido ante lo anodino de un territorio insulso y carente de oportunidades vitales.
El Estado ejercerá políticas que eviten la decadencia de sus habitantes; un programa global que abarca la integración a la carrera espacial en medio de la guerra fría. El valor local transformará el valor individual. El «hongo nebuloso» remite al papel del ciudadano norteamericano en la situación mundial, eventos de prueba cuya observación recuerdan la identificación de los pueblerinos con su patria (al menos es la pretensión).
De lo más interesante y prolijo es la puesta en escena con su simetría y tenue colorido. Tonalidades de calipso alcanzan a contagiar el calor del desierto, una imagen perfecta que produce la idea de camino a lo táctil. Lo visual es concepto vivido desde la particular luminosidad de una puesta en escena que ejerce el rasgo a manera de constancia.
Suerte de transformación en presencia climática que agobia sin saturar, marco permanente y distintivo de Asteroid City, un equilibrio que resuena sin invadir; la sensación de calor importa como dato informativo preciso, aunque no vívido; ni los personajes, ni el espectador lo experimentan, solo saben de su existencia. La referencia contextualiza realidades de lo invariable como rasgo envolvente en la identificación plena de un ambiente que aporta particularidad. Anderson se esfuerza en establecer una caracterización que apuesta a lo básico y sencillo de un pueblo, solo salpicado por la complejidad desde lo político y militar.
El clima y su permanencia, idea de lo incambiado, los esfuerzos, por establecer mecanismos que otorguen presencia e identidad al poblado, culminan en la monotonía. Los conocimientos astronómicos son valorados en tiempos de competencia entre potencias; el asteroide de los 5.000 años intenta suplir orígenes habituales derivados de heroicas gestas. Asteroid City es alcanzado por la conveniencia y los controles de la época, el concurso de «cerebros adolescentes» se enmarca en la importancia de pruebas atómicas y conocimientos espaciales.
Hay una alusión a la ausencia de libertad; la cuarentena obliga sin datos precisos, cuestión de «seguridad nacional» que abruma a pobladores interesados en compartir comentarios y experiencias acerca de alienígenas; la prensa es sindicada en términos de poder incontrolable capaz de superar disposiciones de gobierno.
Filme que, a pesar de todo, no colma las expectativas; tiene problemas con el ritmo, por momentos se torna anodino en medio de comunicaciones que trascienden lo explícito.
Un rompecabezas para armar y desarmar, una serie de cuestiones enrabadas en tenues trazos de evidencia que hacen necesario revisitar contenidos imposibles de agotar en un solo visionado.
Escribe Álvaro Gonda Romano | Fotos Universal Pictures Spain