Interesante y afable biopic de Amy Winehouse

Back to Black (Regreso al duelo) es el título de una hermosa canción de Amy Winehouse que ella misma compuso junto a Mark Ronson en 2007. Es una canción profundamente triste compuesta al hilo de la ruptura con su novio y gran amor Blake Fielder-Civil. La letra habla de volver al luto, a la negritud del abandono, pues Civil volvió con su anterior novia y a Amy, que era una mujer profundamente radical en las cosas del corazón, aquello la mató prácticamente.
En la letra de esa canción nos encontramos una música y una letra de profunda tristeza y agravio, de desesperanza: «No dejó tiempo para el arrepentimiento. (…) Mis lágrimas se secan y sigo adelante sin mi chico. (…) Yo tengo las de perder. (…) Volveré al duelo. / Sólo nos despedimos con palabras, / he muerto cien veces. / Luto, luto…”.
Amy fue una auténtica genio, a la vez, un espíritu sensible, muy sensible y vulnerable, una mujer libre sin capacidad para sobrellevar la vida, una historia de éxito musical trufado de fracaso en lo existencial. Amy, que tanto amó, que tanto rio y disfrutó, acabó tomando el camino de Thanatos, de la muerte.
Pero es que, además, su voz, su maravillosa e impresionante voz jazzística, parece venida directamente de la cultura africana, de una especie de duende que hubiera habitado a nuestra artista y la hubiera dotado, no sólo de la excelencia musical y de un tono de voz único, sino también que, en esa frágil y maltrecha juventud británico-judía, la hubieran habitado espíritus, ángeles y diablos venidos de remotas y arcanas generaciones enteras.
El filme habla de la vida personal y profesional de la cantante y compositora Amy Winehouse, una muchacha que ya cantaba en familia y que inició su trayectoria como intérprete de jazz, para convertirse en un fenómeno, en una superestrella mundial de la música, ganadora de varios premios Grammy. Su vida puso punto final en 2011, a los 27 años. Excesivo consumo y abuso de alcohol y drogas, a lo que se unía su bulimia omnipresente, con atracones y pérdida de control sobre su alimentación.
Grabó solo dos discos, ya de culto: Frank (2003) y el ganador de cinco Grammys, Back to Black (2006), uno de los mejores álbumes de la música moderna. Con su característico cabello oscuro cardado en ese peinado difícil, si no imposible, era una mujer legítima, con un estilo propio. En sus postreros años de vida, se labró la imagen de una mujer muy debilitada por sus adicciones que apenas podía sostenerse en pie en el escenario, a pesar de su inmenso talento.
La película de Sam Taylor-Johnson comienza a principios del milenio en Candem Town, barrio hípster de Londres, con una Winehouse adolescente, muchacha inquieta a la que han expulsado del conservatorio de música por conducta irregular, una joven que nada a contracorriente. Aunque su música no está de moda, sus canciones son tan buenas que no tarda en ficharla Simon Fuller, mánager de las Spice Girls, que consigue llevar su álbum Frank a lo más alto en Gran Bretaña, aunque no llega al número uno.
Amy en ese entonces es rebelde, pero solo fuma marihuana, no drogas duras, y el alcohol, con medida. Pero como profesional es errática, turbulenta, y llega tarde a las grabaciones. Tampoco le baila el aire a Fuller. De familia de tradición hebrea liberal, muy vinculada a su abuela y tiene una singular relación con su padre, un hombre dominante que sabe el filón que encierra su hija; su madre es una mujer depresiva que apenas tiene peso en ella.
La cosa se escalabra cuando irrumpe el caótico Blake, un donnadie que se pasa el tiempo en los billares esnifando cocaína. Pero nuestra artista cae rendida a sus pies, se enamora de un vaina y comienza su decadencia, ello muy canalizado por una martilleante prensa amarilla que se forra a su costa.
La directora británica Taylor-Johnson acomete esta obra con desigual fortuna, con luces y sombras y un tono light por momentos superficial. Taylor-Johnson se inició en películas sobre leyendas de la música con Nowhere boy en 2009, una biografía sobre John Lennon desde la infancia y adolescencia, hasta la formación de los Beatles: correcta. En cuanto al tema drogas, realiza En mil pedazos (2018) que cuenta una historia basada en las falsas memorias sobre adicción de James Frey. En ambas, el actor Aaron Taylor-Johnson, su esposo, salva en gran medida las películas.

Ahora, Taylor-Johnson une ambas temáticas, leyenda de la música y tóxicos, en un trabajo interesante que deviene dramatización urgente, cálida y sentida, escrita por Matt Greenhalgh (biografía sobre Amy Winehouse), para poner ante la gran pantalla la vida de la sobresaliente cantante de jazz-soul londinense.
Puede decirse que es una peli hecha desde la inocencia, la espontaneidad y la simplicidad de quien rinde el tributo de una fan a Amy. Esta misma ingenuidad resulta ser un hándicap para un relato veraz sobre la admirada y polémica cantante y compositora que tantas exclusivas dio a la prensa.
Hay una interpretación encantadora y dulce de Marisa Abela como Amy, aunque sin duda elimina los aspectos más ariscos y desabridos del personaje. Nada rechina ni desentona, pero todo resulta muy correcto, cuando precisamente se trata de retratar a una persona que destaca por una emocionalidad sin freno y una capacidad extraordinaria para el amor como centro de su vida y de su arte.
Hay, no obstante, unas escenas en que ella muestra su furia y su ánimo desbocado, o sea, saca los pies del plato, en el buen sentido, y se acerca más a la auténtica Amy, cuando se mete en una pelea en las calles de Camden, en el norte de Londres.
Abela revela que su preparación fue muy intensa, pues era necesario simular cada uno de los ademanes y expresiones de la artista, además de que ella misma entrenó su voz para parecerse a la de Amy en las canciones.
Tenemos también a Jack O’Connell en un rol frío, con carisma y «labia» como Blake Fielder-Civil, novio primero y luego cónyuge, con una presencia guapetona y musculosa de marido vago, inútil y que alimenta las adicciones de Amy. O’Connell hace un buen trabajo y muestra su capacidad frente a la cámara, construyendo un Blake más comprensivo y menos turbador de lo que pudiera pensarse que fue en la vida real, con el punto razonablemente humano de quien teme que su mujer lo deje por cualquier otro artista o celebridad del espectáculo.

Retrospectivamente podemos ver, en una sacarosa escena, a Blake, ya borracho, cuando por vez primera conoce a Amy en el pub The Good Mixer en Camden Town, con las carreras de caballos y alegremente imperturbable cuando ella, bien «colocada», lo desafía a un juego de billar mientras él, con descaro y cinismo se deja caer con eso de que no sabe quién es ella. Y que la supera en conocimientos musicales, forzándole a admitir que nunca ha oído hablar de la líder de la manada de Shangri-Las, al que él pone en la máquina de discos del establecimiento con un extravagante gesto.
En lo que vendrá se palpará una creciente tristeza, pues ocurre que el espectador se da cuenta pronto que el extático primer encuentro será la primera y la última vez que estarán verdaderamente felices juntos, con ganas de comerse la vida y amarse con efusión.
Acompañan en el reparto Lesley Manville (una abuela sensacional, la mejor del reparto), Eddie Marsan (como el padre interesado), Sam Buchanan, Juliet Cowan (la melancólica madre) o Michael Siegel y, la verdad, todos están más que bien.
La fotografía corre por cuenta Polly Morgan, con escenas que fueron filmadas en el Ronnie Scottt’s Jazz Club próximo al primer apartamento de Amy, en Camden Town; otras se rodaron en Primrose Hill y en los Metropolis Studios en Chiswick; en la Plaza Fitzroy (centro londinense) y en el zoológico de Londres.
En cuanto a la música, la cinta ofrece muchas de las canciones de Winehouse, con la magnífica voz de Marisa Abela durante toda la película. Los australianos Nicholas Edward Cave y Warren Ellis compusieron una estupenda banda sonora para la película.
Comparada con el documental de Asif Kapadia de 2015 (que dio una idea más clara de su exigente musicalidad y profesionalismo), lo que vemos es una hipérbole sensacionalista de la drogadicción incesante de Amy. Además, esta cinta habla del papel que jugó el «amor» en la vida de Amy y la narrativa de infelicidad que creó en su obra: eros como fuente envenenada de inspiración.

Esta cinta también simpatiza con el padre de Winehouse. Mitch, el taxista separado de la madre de Amy que regresó a su vida para ayudarla a gestionar su carrera y le ayudó con el tema de los tóxicos. Eddie Marsan interpreta con enorme encanto y sensibilidad a un padre a quien gusta igualmente la música y la fiesta nocturna.
Pero en una reunión a la que asiste Mitch ante ejecutivos del negocio discográfico, resulta que se pone en su contra, lo cual enfurece a la libertaria Amy que se opone a su padre.
Me parece que estamos ante una obra amable, complaciente y buenista de la vida de Amy. Sin duda habría habido otras formas más duras y oscuras de llevar la vida de Winehouse a la pantalla. Pero tanto la dirección de la Taylor-Johnson, como la actuación de Abela transmiten ternura.
En la pantalla, lo más conmovedor es la juventud, etapa de la vida tan disonante con una imagen dura y un talante inquietantemente maduro. Pero resulta tener cierto tono a telefilme de modo que pierde en general sustancia.
Tiene su interés este filme sobre Winehouse y su trayectoria. Aunque hay elementos tratados con cierta trivialidad, como la relación que mantuvo con Blake, como que este fuera una mera persona malilla e interesada por su dinero, pero sin entrar a analizar el conflicto esencial que marca la vida: el contraste doloroso entre una sensibilidad pura y un mundo despiadado que saca de ella cuanto puede, incluso aunque haya que exhibir su vulnerabilidad, que fue lo que acabó con ella.
Existe, sí, la belleza genuina, Winehouse nos lo recuerda. Pero esta hermosura es arriesgada pues conecta con las carencias y dificultades de su portadora, con una esfera de fragilidad que la excelsa cantante no supo gestionar frente a canalla social que la rodeó.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Universal Spain