Bienvenido a la montaña (3)

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Un colegio de memoria y de porvenir

«Es hermoso vivir porque vivir es comenzar,
siempre, a cada instante».
(Cesare Pavese)

Interesantísima, pese a su irregularidad, resulta la nueva película de Riccardo Milani, Bienvenido a la montaña. Esta comedia, que nos ofrece múltiples momentos divertidos, posee una dimensión social y una vertiente existencial.

La amalgama temática —educación, infancia, madurez, amor, soledad, trabajo, naturaleza— que presenta, sin estar muy equilibrada, constituye una indudable fuente de dinamismo discursivo. Por encima de la risa, de las secuencias jocosas, en el filme de Milani hay una entrañable defensa de la educación pública, una defensa humanística que tiene su epicentro en el humildísimo colegio de un pequeño pueblo del Parque Nacional de los Abruzos.

Entre las grandes nevadas, el frío paralizante, las manadas de lobos, las arduas condiciones vitales, cuatro trabajadores —una subdirectora, dos profesores y un conserje— luchan, con la ayuda de sus siete entrañables alumnos, para que la histórica escuela rural, el auténtico corazón de su municipio, no cierre sus puertas. Si el colegio cierra, el abandono total del pueblo, como ha ocurrido en pueblos cercanos, será una triste realidad.

El peso interpretativo del largometraje recae en Michele (Antonio Albanese) y Agnese (Virginia Raffaele), ambos espléndidos en actuaciones complejas, con personajes repletos de matices, no uniformes.

Michele es un veterano profesor, hastiado por la vida urbana de Roma y por la enseñanza en un colegio de la capital italiana desde hace más de tres décadas. Michele decide dar un giro a su existencia buscando un traslado a un centro educativo ubicado en un área montañosa.

Agnese nació, creció, vivió y vive en las montañas. La antigua alumna se convirtió en maestra y ahora es la subdirectora del colegio donde recibió las primeras enseñanzas en su infancia. El azar de la vida, la búsqueda inquebrantable de un sentido, de una especie de felicidad, junta a Agnese y Michele. Aunque consideramos demasiado previsible y forzada su historia de amor, no deja de poseer cierto encanto y luminosidad.

Estimo que el arranque del filme, con el viaje de Roma a los Abruzos de Michele, se realiza con bastante precipitación, como si Milani tuviera prisa en situar la acción fílmica en el espacio hegemónico de la obra: el colegio del pueblo montañoso. El inicio del metraje acaso podía haber albergado alguna secuencia más de Michele en Roma para reforzar su desencanto educativo, su coyuntura de crisis vital.

Luego, ya en el pequeño municipio de los Abruzos, la película sí levanta el vuelo: sobresale el magnífico trabajo actoral de los niños en las escenas notabilísimas del aula. Aquí, Milani pone el foco en algo esencial en la educación: muchas veces son los alumnos los que enseñan a los profesores, y el posible éxito de cualquier propuesta educativa pasa por una comunicación bidireccional: de profesores a alumnos y de alumnos a profesores. Michele aprende a diario de los alumnos que, en su simpatía, inteligencia, educación y naturalidad, levantan el maltrecho ánimo del maestro, que llega a la montaña perdido en numerosos ámbitos.

Conmovedora la secuencia donde los pequeños cuentan al maestro el origen de la escuela, hablando de un poeta pastor del siglo XIX, que parece un Miguel Hernández italiano, que encontró en los libros y el saber una inmensa luz para su vida y la de sus vecinos. Y extraordinaria la escena al aire libre donde los niños revelan al profesor cada uno de los distintos cánticos de los pájaros y en la que, seguidamente, Michele les comunica cómo es el sonido de los grillos. Entre los alumnos y el profesor va estableciéndose, poco a poco, una armonía, una conexión auténtica y especial, que se erige en otro de los puntos más sólidos del filme.

En el manejo de las secuencias corales, en su enfoque humorístico, el filme de Milani ostenta la huella del cine de Nanni Moretti.

Cuando Bienvenido a la montaña se abre a otras realidades educativas de nuestro tiempo, como la presencia en las aulas de alumnos refugiados, procedentes de países en guerra (Ucrania, en este caso), o alumnos inmigrantes del norte de África, Milani ya ha asentado el clima armónico entre Michele y los niños. La llegada de los nuevos compañeros, que son recibidos con entusiasmo, fortalece aún más el genial ambiente del aula y, a la vez, el aumento de niños supone la salvaguarda para que el colegio no cierre sus puertas.

En el manejo de las secuencias corales, en su enfoque humorístico, el filme de Milani ostenta la huella del cine de Nanni Moretti. No en vano, Milani empezó siendo el asistente del creador de Caro Diario (1993). Por su parte, en un nivel estético, Bienvenido a la montaña desprende un aire setentero (en las panorámicas nocturnas, que sirven de transición entre las secuencias; en el uso del zoom; en los primeros planos; en los títulos de crédito…) que nos recuerda a Los que se quedan (2023), de Alexander Payne: entre el personaje de Paul Giamatti y el que interpreta Antonio Albanese existen, asimismo, unas cuantas similitudes.

A su vez, Vermiglio (2024), de Maura Delpero, una espléndida película italiana reciente, que también aborda la educación en entornos rurales de montaña, conecta con el trabajo fílmico de Milani. Sin embargo, mientras que Milani opta por una mirada cómica y actual, el largometraje de Delpero se desarrolla como un drama bergmaniano de tintes históricos.

En Bienvenido a la montaña participan numerosos actores no profesionales, muchos de ellos vecinos de Pescasseroli. En el trabajo con este tipo de intérpretes, Milani recoge una herencia de algunos maestros del cine italiano de la trascendencia de Luchino Visconti y Pier Paolo Pasolini.

Escribe Javier Herreros Martínez | Fotos A Contracorriente films