Universo femenino vinculado a la naturaleza y a la libertad
Etero es una mujer provinciana al final de la cuarentena, que regenta una pequeña tienda de productos de limpieza en un pueblito, en los páramos georgianos. Es una fémina que no ha conocido varón, pues ha vivido con padres y hermano, hasta la muerte de estos. Ahora vive sola y su virginidad a los 48 años es motivo de cotilleo y de chanza por parte sobre todo de las parroquianas, que se mofan de su situación.
Pero Etero es una mujer que va a lo suyo, le gusta pasear por los parajes del lugar y disfrutar de la naturaleza o de la lectura. Le importan poco los chismes. Ella sigue su tranquilo ritmo de vida. Sus días monótonos y sin vida se parecen entre sí. No hay nada que arruine esta rutina hasta que un día, su ser da un vuelco. Y a este vuelco le viene otra experiencia intensa. Pero ahora lo cuento.
La directora Elene Naveriani hace un estupendo trabajo con esta cinta sencilla y a la vez profunda. Cuenta con un guion meritorio de Nikoloz Mdivani y Elene Naveriani, adaptación de la novela homónima de la georgiana Tamta Melashvili, que cuenta una historia sobre el amor y la soledad en la mediana edad.
El comienzo: al borde del precipicio
Etero es ante todo una mujer solitaria. Su pasatiempo preferido es caminar hasta el río. Una vez allí se entrega a recolectar deliciosas moras, cuyos sabores entre ácido, dulce y aromático la animan y le traen gratos recuerdos. Igualmente disfruta sobremanera observando a los mirlos que revolotean por la zona, aunque a mi parecer, más que mirlos son tordos, lo digo por el gusto que estas aves tienen por las moras.
Estando en esta tesitura, disfrutando del paseo y cuando se dispone a coger unas moras frescas, casi se encuentra con una muerte segura: el suelo de la porosa roca del acantilado cede bajo sus pies y como puede, agarrándose a los matorrales y en el borde de una caía letal, consigue regresar a zona segura, quedando exhausta en el prado.
Etero ve su propio cadáver en un universo paralelo de su propia imaginación tras la caída. Pero este tremendo accidente, junto los síntomas no deseados de lo que parece menopausia, coinciden con lo que podría ser una nueva oportunidad de vida.
A partir de entonces, una especie de lucecita se le enciende en su interior y decide permitirse hacer cosas que antes no se atrevía.
La entrada en el amor
En toda esta semblanza, el espectador ha podio adivinar la pesadez de la vida en Etero en un pequeño y aburrido pueblo que no da para emociones ni sentimientos de calado. Como es sabido, las zonas rurales son bastante tediosas, con habladurías y envidias, lo que comúnmente tiene un efecto desolador para la vida de las personas. El dilema de la protagonista es cómo seguir adelante con su existencia gris.
Un buen día, un proveedor de material de limpieza para su tienda entra en el local. Es Murman trayendo existencias nuevas. Ella, mientras atiende desganadamente la tienda familiar se siente súbitamente atraída por el coqueto repartidor.
Ambos tienen más o menos la misma edad, sin embargo, la edad no ha apagado su fogosidad. La cámara enfoca a Etero que abiertamente huele los antebrazos, el pecho y la barba incipiente del hombre. En un breve lapso ya están teniendo una relación gloriosamente apasionada, sensual y emocionantemente secreta. Un irrefrenable ímpetu los lleva a hacer el amor apasionadamente en el almacén. Murman se convierte en fogoso objeto de deseo, a pesar de estar casado.
Y en los largos períodos de soledad, mientras él está lejos, ahora se llenan de bonitos pensamientos en lugar de aburrimiento. Muestra el filme cómo Etero ahora debe asimilar la paradoja: lo que ha terminado no es su vida, sino sus 48 largos años de virginidad. Su vida no ha sido fácil. Ha extrañado desesperadamente a su difunta madre, que murió de cáncer cuando ella tenía solo tres meses. Pero ahora la vida le ha recompensado con un milagro.
Cómo sigue
Estas experiencias de la protagonista, la que la aproximó a la muerte y la que la introdujo en el amor, a pesar de su intensidad, no inspiran un cambio radical en esta mujer distante y abstraída. Lo que sí intensifica es la sensualidad y el deseo. Pero no sus principios, su manera de ser y su existencia liberada.
Hay también la aspiración a resarcirse de las heridas psicológicas que siempre han dominado su tenue relación con las personas, incluso su propio y pintoresco hogar, donde siempre fue tratada mal. Incluso la culpaban por la muerte de su madre, aunque este extremo apenas queda apuntado.
Pero esta película no es lo que de entrada podría parecer. Elene Naveriani no hace un relato sobre Etero como mujer que de pronto encuentra la felicidad plena y es feliz y todo eso. La visión de Naveriani se ciñe más a la imagen de la mujer solitaria y soltera cuya vida está falta de color y plagada de cierto tedio que sólo remonta con las moras y los tordos, y ahora con el sentimiento pasional recién descubierto.
Por lo tanto, está también la idea de que, tras la entrada en el amor y los intercambios sexuales, para Etero aparece una oportunidad para la autoexploración, una oportunidad que sin duda le quitaron desde muy niña su hermano y su padre fallecidos (algunos flashbacks dan cuenta de este drama familiar soterrado).
Etero es una mujer que vive diariamente con un espíritu inquebrantable que se vincula a la naturaleza, a sus moreras, a sus negros y brillantes tordos, a sus paseos por el campo y a su libertad incuestionable.
O sea, lo que seguimos viendo en esta historia, no es una mujer que cae de bruces seducida y encantada por un hombre. Etero se mantiene fiel a sí misma, incluso cuando las mujeres locales se burlan de ella por estar sola y sin hijos.
Vemos cómo ella reafirma su elección por la soledad con cierta acidez venenosa cuando un hombre mayor lujurioso le lanza algunas palabras seductoras a través de la camarera mientras disfruta de un pastel. Etero dice que no piensa en el matrimonio y que «si las pollas dieran la felicidad, muchas mujeres serían felices. Pero mira a tu alrededor, ¿quién es feliz aquí?».
Algunos aspectos técnicos y cierre
El reparto de este filme es ante todo un parsimonioso pero sutil y expresivo trabajo de Eka Chavfleishvili, que engancha al espectador; interpreta a la imponente Etero con un ingenio seco, una mirada penetrante y una sensibilidad poco común. Junto a ella, un Temiko Chichinadze que hace un trabajo natural, con química (nunca mejor dicho) y convincente. Con una estupenda y ocre fotografía de Agnesh Pakozdi que acierta a dar el tono justo a la historia.
Desde luego, obvio el final para no incurrir en spoiler; lo cierto es que el amante de Etero inicia una nueva vida de camionero que va a viajar a Turquía y a ganar más dinero; pero cuando este le propone a nuestra protagonista que vaya con él y que podrá trabajar limpiando casas, no tarda Etero en reafirmarse de nuevo en su independencia y…
Tras unos momentos de tensión y drama potencial, concluye en una escena feliz, escena que impacta y que parece situarse en el espacio liminal entre los sueños frustrados y los anhelos alcanzados. Una nueva oportunidad de vida y el final no deseado de un capítulo.
Este The End es un torrente de ambigüedad emocional utilizado como vehículo para una increíble sensación de asombro por parte de Chavleishvili. Al igual que su protagonista, las sensibilidades fascinantes de esta cinta son un placer para la vista y regocijo para espíritus finos.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos New Wave Films