Cómo hacerse millonario antes de que muera la abuela (3)

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Obra capaz de capturar e incluso de abducir

Este es una película, comedia dramática tailandesa más concretamente, que al principio parece que va a resultar tediosa o algo así, pero que poco a poco va calando como el sirimiri, te va envolviendo como una cálida bufanda, te va atrapando sin darte cuenta y cuando ya has metido tu mente y tu corazón dentro de esta sencilla, real y maravillosa historia, observas algo dentro de ti, algo que toca de lado a lado la vida y la muerte con una naturalidad y una sencillez insólitas.

Lleva un hilo cuasi documental, es decir, parece como si la cámara estuviera atrapando o hubiera atrapado una historia que estuviera ocurriendo o hubiera ocurrido en forma real. No hay artificio ni vueltas bruscas ni líneas hipervoltadas, tampoco grandes sorpresas (un poco en la parte final: spoiler), salvando que toda la cinta es una sorpresa y una celebración de la vida con mayúsculas.

El comienzo

Al inicio estamos en el día de los difuntos en Tailandia. Amah, la abuela y matriarca, disfruta particularmente de la belleza y la paz del cementerio, mientras recorre sus tumbas. Habla sobre la importancia de reunirse en torno a los antepasados de la familia, es el Phi Ta Khon (día de muertos tailandés). Amah espera la asistencia comprometida de su familia para homenajear a los que ya partieron. No es una ceremonia muy exigente: apenas requiere respeto y atención, y una comida frugal en el paseo frente a las tumbas.

Ante el pedido de la anciana de esparcir pétalos por el jardín circundante, el joven nieto M no hace más que vaciar las bolsas como quien echa basura en el cesto de residuos. El joven está en otras cosas.

El trámite familiar se completa unos días después con un almuerzo que todos, M incluido, desean despachar lo más rápido posible. Las flores mal dispersas en el césped, una oración íntima y cierto recogimiento en lo espiritual. Eso es lo que espera la anciana.

Sin embargo, sus hijos y nietos están absorbidos mirando sus teléfonos móviles; también se ocupan en acordar reuniones postergadas. En fin, observa un ensimismamiento que refleja las costumbres actuales, unos hábitos en cierto modo egoístas y de aislamiento. Amah reniega sobre todo con su nieto M, quien cumple con los rituales desganadamente, apenas esperando la hora del regreso para seguir jugando a los videojuegos.

Una semblanza de los tiempos que corren

Es este primer disparador, el que define el eje de esta cinta a veces agridulce, que ha resultado ser un éxito inesperado en Tailandia y otros mercados asiáticos, como retrato social del estado de las familias y las diferencias generacionales que las atraviesan actualmente.

Pues bien, después de ese día de luto y de un accidente que precipita a Amah a la guardia del hospital, unos estudios médicos revelan que tiene un cáncer terminal.

Para el ocioso M, lo que habría podido ser motivo para una relación más próxima con su abuela, se convierte al principio en un motivo oportunista para cuidar a la abuela y quedarse con la modesta casita en el barrio chino de Bangkok. Lo cual se le revela al joven como una oportunidad ante la inseguridad de su futuro inmediato. A la vez, es una oportunidad para su independencia.

M intenta ganarse el favor de su abuela mientras enfrenta sus propios dilemas personales.

Cómo es la historia

La historia es, al menos en parte, la vida del joven M, un muchacho indolente y quejoso que descubre que su abuela Amah sufre una enfermedad fatal. Es aleccionado por otra joven allegada, el caso de su prima, al revelar los entresijos del cuidado de su abuelo: «Es una manera de ganar dinero sin mucho esfuerzo», le comenta. Mientras, M compara a su prima con su madre, atrapada en un empleo agotador en un supermercado.

En fin, puesto el ojo en el patrimonio de la yaya, decide levantar el trasero de su butaca de streamer de videojuego frente a la pantalla, e ir a cuidar de la anciana. M intenta ganarse el favor de su abuela mientras enfrenta sus propios dilemas personales. Eso sí… Siempre con la mirada puesta en su patrimonio. Pero ganarse a la abuela no es fácil. Resulta ser una mujer fuerte y exigente, rigurosa y difícil de complacer. Y, por si fuera poco, M no parece ser el único sucesor bienintencionado, de modo que se verá obligado a sacar a relucir sus mejores virtudes si quiere proclamarse beneficiario de la herencia.

Pero la abuela, amén de firme, es también una mujer entrañable, con un otoño doloroso a cuestas, que lleva con buen talante, el arco de sus ojos vivarachos apenas insinuado. Una anciana «andando hacia el olvido / haciéndose una patria en la esperanza; cuerpo a cuerpo con Dios se está vendido / y a gritos no se alcanza» (Manuel Alcántara).

El joven M sabe que dentro de poco, esa mujer antigua y enferma, ya se habrá ido, que habrá sido una mujer que amó y vivió valientemente, con una larga historia que pronto acabará.

A medida que pasen los días, el joven comienza a ver más allá de su propio interés y valora la oportunidad de reconectar con su Amah en los últimos momentos. Se dispone a aprender mucho, hilar su propia historia a través de los relatos de la mujer, centra su interés en otros aspectos sustanciales de la vida, lejos ya de la playmóvil y en pos de una conquista más clara y elevada.

En fin, la relación entre abuela y nieto se trasforma en virtud del tiempo compartido juntos. La mujer empieza a comprenderlo, él aprende a sentir un mayor respeto y compasión por ella. En el camino, se revela poco a poco la historia familiar, con todos sus intereses, hipocresía y sacrificios genuinos.

Boonnitipat sabe cuándo mantener los silencios, cuándo cortar o cuándo sostener el plano para aprovechar las sonrisas agridulces y las miradas tiernas

La película

Película tailandesa con una dirección tan genial como sabiamente pausada de Pat Boonnitipat. Es llevada la cinta con sensibilidad y habilidad narrativa. Boonnitipat sabe cuándo mantener los silencios, cuándo cortar o cuándo sostener el plano para aprovechar las sonrisas agridulces y las miradas tiernas que logra extraer de sus actores.

Tiene un guion del propio Boonnitipat junto a Thodsapon Thiptinnakorn, que ha capturado la atención tanto del público como de la crítica. El libreto acierta a mezclar humor y reserva de manera efectiva, está escrito con una agilidad y perspicacia tal que sabe cuándo arrancar una carcajada y cuando tocar la fibra sensible. Las escenas cómicas están bien equilibradas con momentos de profunda turbación, lo que permite experimentar una amplia gama de sentimientos. La narrativa es fluida y evita caer en clichés, ofreciendo una historia fresca y original.

Además, el filme representa un mundo concreto a partir de rituales y acciones, una forma de vida, la de Amah, que parece se extinguirá con su despedida. Descubre el relato que en su pasado debió afrontar sola la crianza de sus hijos vendiendo sopa de arroz, tarea que todavía realiza en horas de la mañana. Que tiene amigas queridas, un vecindario del que forma parte, y un mundo desconocido para su propia familia.

Todo ese estado de cosas, entre otros, es lo que permite a M resignificar la relación con su propia madre, las consecuencias de sus decisiones y la presencia de una herida en su propio desarrollo.

Hay también costumbres propias de la cultura tailandesa, aspectos como la importancia de la parcela en el cementerio como espacio de homenaje familiar, los templos y sus dioses, y la comida como elemento nutritivo y simbólico, todo lo cual enriquece el relato.

Reparto y otros aspectos técnicos

En el reparto, asombrosos intérpretes de enorme naturalidad y suave pero eficiente expresividad. Tenemos al actor, cantante, presentador y modelo tailandés de veinticinco años Putthipong Assaratanakul (más conocido como Billkin), que encarna magistralmente al joven M y muestra la transformación gradual de un muchacho egoísta a alguien que empieza a valorar las conexiones familiares.

El segundo pilar del filme es la actriz tailandesa no profesional Usha Seamkhum, que da vida en forma sensacional a la anciana Amah, con frescura, emotividad y profundidad, una mujer de raíces chinas, que vive una vida sencilla vendiendo sopa casera en las calles; curiosamente, Usha es nacida en 1978 y apenas tiene 47 años.

Acompañan otros actores y actrices tailandeses magníficos como Sanya Kunakorn (padre de M); Sarinrat Thomas hace un gran trabajo como la madre del joven; Pongsatorn Jonwilak, actor que está muy bien como el hermano adicto al juego; Himawari Taijiri, Tontawan Tantivejakul o Duangporn Oapirat. Un reparto de artistas desconocidos en occidente, pero excelentes en sus trabajos actorales.

Una película tailandesa que trata a la muerte cara a cara, y la vence, la supera, la perturba hondamente.
Una película que tratando a la muerte cara a cara, la vence, la supera, la perturba hondamente

Qué vemos

Lo que vemos no es algo que podamos entender bien. Si a alguien le parece que entiende bien esta cinta, es que no está entendiendo todo. Porque de lo que vemos, sólo una parte se puede narrar, la otra está oculta a los ojos del espectador, porque habla del amor profundo y de Dios.

Me recuerda este relato a esa poesía de Francisco Brines, hoy en parte conocida por otras razones, que dice: «Ahora que no hay felicidad, quiero encontrar un rostro / que refleje su luz, mirar caer la noche / sobre el campo dormido, oír cantar un pájaro / con dulzura inocente. / Y ahora que de ella nada queda en mí, / yo quiero contemplarla en lo que existe y la retiene (…) y busco un rostro que refleje luz, / alguien que, como yo, teniendo muerte sólo, / tenga también, como tuviera yo, / venciéndola, la vida».

Porque es esta una película que tratando a la muerte cara a cara, la vence, la supera, la perturba hondamente y tal vez creas que la cosa es un rayo necrófilo, una apuesta a mirar el foco de la enfermedad y el declinar, o eso que dijo un Gil de Biedma muy enfermo en su No volveré a ser joven: «que la vida iba en serio / Envejecer, morir / es el único argumento de la obra».

Pues no, en este filme, mi parecer es que nada de eso tiene en su espíritu de película de esperanza. Pues más verdad es que la cosa va de milagro, y que se acerca a un insondable misterio para dejarnos cavilando.

Sales de la sala como levitando, sabedor de que «entraste do no supiste y quedaste no sabiendo, toda sciencia trascendiendo», parafraseando a San Juan de la Cruz. Y cuando el telón cae y llega un The End en indonesio: «Después de una reciente lluvia, las flores / brotan en el jardín / claras y misteriosas» (Brines, de nuevo).

Hay en el metraje teoría de lo cíclico. La vida y la muerte están en una danza permanente, repitiéndose una tras otra, pero también nos permite el tiempo suficiente para crecer y aprender de esta danza. El ciclo es siempre el mismo, pero nosotros no. Parece querer decir que recibiremos nuestro tiempo con la sabiduría de nuestra experiencia.

Hay también sorpresa cuando la abuela decide dejarle la casa, no a M, sino a su hermano, el empedernido jugador y muchacho endeudado. En un momento dado, M, furioso con la abuela le dice que es tonta por haberse equivocado y elegido de heredero a la persona equivocada. Amah, ya en la fase final, sentada en la silla de rueda, calla.

No tardará M en recibir, tras la muerte de la abuela, una llamada del banco comunicándole que tiene una gran suma de dinero a su nombre. Entonces recuerda que de muy niño Amah le prometió abrir una cuenta para él. Turbado y agradecido M compra una parcela de tierra grande y ajardinada, que era lo que más anhelaba Amah, para que sirva de lugar donde depositar sus restos.

Porque como dice el dicho machadiano (de Antonio): «¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir!». Pues esta obra es la Vida, aparecida como en un sueño que se desvanece de a poquito, para reaparecer al fin en un florido jardín, como si la lluvia de Dios sirviera de semilla. Entonces, como exclama M, la abuela, Amah, ya es de su propiedad; o sea, abona el territorio que él compró para su postrer viaje.

La emotividad es potenciada con el recurso de la música, a través de una pieza de piano compuesta por Jaithep Raroengjai.

Notas musicales y fotografía

La emotividad es potenciada con el recurso de la música, a través de una pieza de piano compuesta por Jaithep Raroengjai, que propone una melodía que guarda armonía con la emoción que produce la acción. Es música minimalista, pero está presente durante todo el relato casi sin detenerse.

Caracterización interesante desde el punto de vista de la muerte, la trascendencia y la no permanencia. Tiene Raroengjai capacidad para generar una respuesta emocional genuina en el espectador, atraído por la simpleza de la composición que alude a la muerte de seres queridos, algo por lo que todos tenemos que atravesar.

La fotografía de Boonyanuch Kraithong captura de manera solvente la atmósfera de la casa de Amah, un espacio que se convierte en un personaje por derecho propio. Los encuadres íntimos y la suave iluminación contribuyen a crear un ambiente nostálgico y lleno de melancolía que impregna todo el relato.

Obra, en fin, que mezcla elementos ritualistas y espirituales con realismo social e incluso con comedia, lo cual viene a ser una manera de comentar las contradicciones modernas entre tradición y globalización. Práctica esta que nuestro director eleva a niveles poéticos e incluso místicos, pues la película está contada constantemente desde los simbolismos que rodean la muerte, la memoria y la trascendencia.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos DeAPlaneta