Dejad que el río fluya (3)

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En defensa de la identidad y los valores sami

Los samis, pueblos de lapones, son un grupo étnico que habita en la región de Laponia, limítrofe con Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Hablan sus propias lenguas (hasta once) y tienen una cultura influida por las actividades de la caza, la pesca y el pastoreo de renos, aunque actualmente apenas un diez por ciento son nómadas.

Los lapones durante décadas se resistieron a los intentos de asimilación de la sociedad no lapona, o sea, no sami. En diversas ocasiones, desde principios del siglo XX (en 1903, el periódico Sagai Muittalaegje) se han denunciado estas tentativas. Fue esta oposición la que alentó diversas actividades políticas y asociaciones, y en 1991, tras la caída de URSS, se proclama el Consejo Sami para reforzar la preservación de su identidad cultural y su modo de vida.

Como es sabido, la historia de los indígenas sami empezó a calar en la cultura popular hace relativamente poco. Detrás ha quedado un reguero de silencio e incluso desgracia, alrededor de este pueblo originario del norte de escandinavo.

Esta obra habla de los samis noruegos y se desarrolla en los años 70, en torno a un conflicto sobre la construcción de una planta hidroeléctrica en el río Alta (Finnmark), al norte del país. Ese proyecto afectaba a la fauna del lugar, sobre todo a renos y salmones, que es la actividad que vertebra la actividad social y económica de los oriundos.

Esta contestación, la resistencia y las protestas de los samis fueron un antes y un después en la historia de su comunidad. Fue el punto de inflexión que colocó a esta etnia en el foco mediático de sus derechos como pueblo indígena. Una de ellas es Ester, joven que oculta sus orígenes para evitar exponerse al racismo.

En la cinta, Ester se encuentra, casi sin pensarlo, en medio de una de las manifestaciones contra la construcción de la gran presa en Alta. Y ahí comienza un viaje personal para salir de la vergüenza que arrastraba durante toda su vida por ser una mujer sami que había escondido su identidad por prejuicios e ideas confusas y negativas sobre su procedencia.

El filme narra hechos reales que sucedieron entre 1979 y 1981 y que siguen siendo un capítulo controvertido en la historia de la Noruega actual. El llamado «conflicto de Alta», lugar donde se encuentra el río más rico en producción de salmón y que proporciona un medio de vida a los indígenas, los samis. La construcción de la presa amenaza su bienestar e incluso sus vidas.

El director Ole Giæver, noruego y sami de origen, con un guion de su autoría, elabora una historia dramática en torno a este peliagudo acontecimiento que él conoce y al que es sensible por su propia historia personal como miembro de este grupo étnico-cultural.

En 1979, Ester (bien interpretada por Ella Marie Hætta Isaksen, una músico y activista Sami) regresa a Alta como profesora de noruego en una escuela primaria. Allí se reencuentra con su familia y sus orígenes más reprimidos y recónditos. Porque, a pesar de ser noruega en papeles y pasaporte, Ester es sami de toda la vida, una identidad arraigada en ella a la vez que apagada y escondida por su educación, e incluso por sus propios padres, que padecieron las consecuencias de ser sami. Esta represión parental ha provocado que su hija haga una especie de negación de su ascendencia.

Ester, ya en su puesto de maestra, no tardará en darse cuenta de que, en su entorno próximo profesional, el de los docentes, no sólo se desconfía de los samis, sino que a veces son abiertamente hostiles hacia ellos, una situación de conflicto largamente gestada y perpetuada en el tiempo.

Hay comentarios desagradables, burlas veladas y silencios enojosos que provocan que Ester se cierre sobre sí misma y oculte cualquier indicio que hable de su propia etnia. Pero en una de esas interviene su primo Mihkal (Gard Emil), el único personaje que no quiere ser asimilado como noruego y que se siente orgulloso de ser sami en lo mental y en la forma de vestir con unos llamativos ropajes.

En su entorno profesional, el de los docentes, no sólo se desconfía de los samis, sino que a veces son abiertamente hostiles hacia ellos.

Mihkal es un fervoroso activista que lleva a su prima a conocer la acampada de congéneres contra la presa y el estrangulamiento del río en Alta, por lo que Ester viene a caer del caballo, tomar conciencia de su identidad y volcarse en las reivindicaciones de sus amigos y pares. Además, las reivindicaciones que enarbolan los manifestantes no son sólo en favor de que el río fluya y contra la construcción de la presa.

De hecho, no tardamos en entender que la cultura Sami es amante de la naturaleza, y por consiguiente rechazan ese capitalismo que pasa por alto cualquier idea cercana al ecologismo y que puede ser capaz de aplastar valores humanos positivos a cambio de dinero y, también, por la desvalorización de lo distinto.

Los lapones son portadores —como ocurre en otras minorías nativas como los indios americanos— de principios que defienden la naturaleza y la cooperación, la amistad y la preservación del entorno, los caladeros de pesca y pasto para los renos. Sin embargo, quienes visionamos el filme no tardamos en darnos cuenta de que esos valores, defendidos incluso con una huelga de hambre, no van a triunfar.

Esta desesperanza se plasma en algunos episodios, como cuando la hija reniega de su propio padre destruyendo la caseta que la familia tiene en el embarcadero, imprecando de su condición sami ante su madre; o la peor de todas, cuando su primo, tan reivindicativo como comprometido, ante la evidencia de que han perdido su batalla colectiva, decide suicidarse.

Es así como nos vamos dando cuenta que, fruto del nacionalismo noruego, los prejuicios anti-sami existen; actitudes que hunden sus raíces en el pasado, pero que siguen estando muy presentes y siendo muy actuales. Pensemos que para un noruego la palabra sami significa «inculto» y «tonto», y otros significados, como «periférico».

Desde el punto de vista narrativo, la película va siguiendo las protestas contra la construcción de la presa a lo largo de sus distintas etapas.

Desde el punto de vista narrativo, la película va siguiendo las protestas contra la construcción de la presa a lo largo de sus distintas etapas, incluida una huelga de hambre en acampada frente al parlamento en Oslo; hay negociaciones, campañas electorales y protestas en favor y en contra de los samis que Giæver, dotando de realismo y veracidad el escenario, hace que encaje bien con el repertorio emocional de los personajes y también de quienes visionan la cinta.

También es destacable la fidelidad visual que sorprende por estática (al modo nórdico), por su estética y sobre todo por un ritmo tranquilo y apacible que no desentona con el desarrollo de la trama ni permite aburrirse. Porque, como buena película nórdica, cuanto mayor es la frialdad mostrada, más vehemente y ardoroso es lo que oculta.

Sorprende particularmente la forma en que el cineasta noruego cuenta esta historia de opresión de una manera vivaz y empática que refleja su honestidad y compromiso con los suyos. No rehúye verdades o imágenes duras, ni representaciones de racismo y abuso, sino que contrarresta este peso emocional con diálogos sentimentales y equilibrados.

En un diálogo franco entre Ester y su madre, hablan de la auto estigmatización a la que han sido sometidas como samis. Lo que evidencia cuán crítica es la película con la «norueguización» (fornorskninglinjen) exigida a los samis, que tantas ocasiones han tenido que imponerse para ganarse un mínimo respeto. Esto se ve en el personaje de la madre, quien, amén de eliminar esa parte de identidad de su persona, ha sufrido una educación punitiva que la ha hecho doblegar cualquier intento o posibilidad de manifestar su naturaleza Sami. Y aunque algunos decidieron convertirse en noruegos y no querían que sus hijos sufrieran lo mismo que ellos, como no podía ser de otra manera, les salió el tiro por la culata.

La buena dirección de Giæver es complementada con una gran puesta en escena, una música sugerente de Ola Fløttum que acompaña muy bien la trama, y una estupenda fotografía de Marius Matzow Gulbrandsen que recoge paisajes y horizontes de inusitada belleza nórdica.

Un relato histórico sobre un vado y exclusión nacional noruega frente a los lapones, y la sangrante descripción psicológica de un pueblo herido.

Tiene la cinta un reparto muy eficiente, con actores que resultan veraces y cumplen sobradamente, como Ella Marie Aætta Isaksen, muy bien, contenida y con vis dramática, trabajo actoral que crece en intensidad desde la primera parte algo plana, a un segundo tiempo de mayor desenvoltura; Gard Emil Elvenes, el solvente primo que le abre los ojos a la protagonista y que saca a relucir las notas más trágicas inherentes a las luchas del activismo sami; y, en fin, acompañando, actores y actrices como Ivar Beddari, Bernt Bjørn, Maria Bock, Mikkel Gaup, Ingar Helge Gimle, Hanne Mathisen Haga, Eirik Hallert, Stig Frode, Henriksen, Sofia Jannok, Johannes Joner y Espen Mauno, entre otros.

La película, a la vez que un relato histórico sobre un vado y exclusión nacional noruega frente a los lapones, es también la sangrante descripción psicológica de un pueblo herido por mostrar una cultura propia y distintiva, un lenguaje poético extraño y un estilo de vida nómada premoderno único. Al mismo tiempo, no sólo se dibujan los prejuicios burdos del entorno civilizado, sino también los problemas modernos tardíos de una minoría étnica en la sociedad actual.

Meritoria película del valiente Ole Giæver, pues llevar a la pantalla la brutalidad de esta asimilación o incluso vasallaje ha tenido sin duda sus complicaciones a la hora de plantearlo como discurso de su propio país. Un punto de audacia de nuestro director que habría podido correr sus riesgos.

Pero las respuestas a la película han sido de positivo reconocimiento. Ganó tres premios Amanda, los galardones del cine noruego, incluyendo mejor película y dirección. Además, cautivó al público y se llevó el premio del público en los festivales de Tromsø y Göteborg.

La conclusión es que, aunque las luchas de los samis no pasan desapercibidas en el pasado, y aunque actualmente las diferencias se encuentran en un estado mejor (la generación joven tiene más confianza), aún hoy parecen lejos de haber terminado las diferencias. Esta es la advertencia principal de la obra de Giæver.

Escribe Enrique Fernández Lópiz