Borrados del mapa

A pesar de que llevan extinguidos desde hace millones de años, los dinosaurios continúan gozando de una popularidad persistente entre los humanos en general y entre los más pequeños en particular.
Buscando una explicación lógica a esta fascinación, podríamos deducir que su apariencia única, su sentido de aventura, su amor por los animales, su conexión con la ciencia y su exposición a la cultura popular contribuyen a la curiosidad de los niños por estas antiguas criaturas. Doy fe de que en las bibliotecas los libros sobre dinosaurios son de los más consultados y prestados, así como el número de ejemplares vendidos también es considerable.
El cine no es ajeno a este fenómeno atemporal, y así se refleja también en las películas que ocasionalmente se van produciendo sobre el tema. A menudo se trata de aventuras oscuras que tienen como objetivo crear emoción en el público, como ocurrió con la saga de Parque Jurásico.
Pero también hay una serie de películas de animación que tienen un dinosaurio como personaje principal y están dirigidas a un público más joven. En busca del valle encantado (1988) fue particularmente influyente y fue tal su éxito que recibió trece secuelas directas a video. Otros ejemplos son Dinosaurio (2000), de Disney, y El viaje de Arlo (2015), de Pixar.
Diplodocus es otro ejemplo de filme animado sobre dinosaurios que en esta ocasión nos llega de la Europa del Este y, más concretamente, se trata de una coproducción entre Polonia y Chequia. Los que ya peinamos canas recordamos con nostalgia aquellas películas infantiles provenientes de Rusia, Estonia o la extinta Checoslovaquia que para muchos fue el primer contacto con el mundo del cine; una serie de piezas que surgieron a partir de la década de 1960 y que siguen sorprendiendo por la magia atemporal que desprenden sus imágenes.
El realizador de nombre impronunciable Wojtek Wawszczyk, en el que es su debut en el terreno del largometraje después de haber filmado dos cortos previos: Mouse y Splinter, seguro que forjó su pasión por el cine visionando aquellas cintas clásicas, y lo cierto es que en este su último trabajo la mayoría del conjunto rezuma aquel cine artesanal donde la imaginación y el amor a lo tradicional ganaban por goleada a los escasísimos efectos especiales de la época.
Tuve la oportunidad de visionar Diplodocus en Sitges durante el pasado Festival de Cinema Fantàstic de Catalunya, y algo debió de fallar en las mentes pensantes del certamen en cuanto a programación se refiere, porque uno de los dos pases que se hicieron tuvo lugar un viernes a la una de la tarde, y ya podrán adivinar la cantidad de niños acompañados de adultos que acudieron a la proyección: pues cero patatero. Y de los que estábamos cubriendo el Festival como prensa y público en general pude contar en total seis personas.
Por cierto, que uno de esos seis «valientes» (no fui yo) escribió un interesante artículo donde se apenaba del poco caso que la crítica suele hacer de las producciones de animación que no son mainstream. Y no le falta razón, porque este tipo de producciones suele ser bastante ninguneada y algunas distribuidoras nacionales que luchan por la pervivencia de ellas incluso suelen enviar links de visionado a los periodistas sin que estos se los pidan. Así que efectivamente algo no se está haciendo bien…
A Diplodocus se le agradece sobremanera ser una rara avis dentro de un universo como el de los dibujos animados, cada vez más despersonalizado; un tipo de cine que en la mayoría de ocasiones intenta contentar a mayores y pequeños desde la multireferencialidad, quedándose muchas veces en tierra de nadie. Si la historia peca de infantil los adultos se aburren como una ostra, y si pasa lo contrario son los niños los que no pillan la mitad de los chistes.

Aquí, ese aspecto está bastante bien equilibrado, ya que gracias a jugar con elementos que incluyen imagen real —en plan ¿Quién engañó a Roger Rabbit?—, se nos presentan dos historias bien diferenciadas: la del dibujo animado que vivirá una aventura llena de acción y la del dibujante de este que debe lidiar con la presión mediática que le ha llevado a la crisis creativa que le tiene paralizado en cuanto a producción artística se refiere.
La pena es que ambas vertientes no están del todo bien combinadas y la servidumbre a patrones digamos, más actuales, que obliga a los guionistas a no salirse ni un ápice de los márgenes establecidos y apostar por el desenfreno en una narrativa que requería algo más de paciencia y contención acaba por desbaratar una premisa cuanto menos atrayente en un principio.
No se debe esperar un examen verdaderamente profundo del siempre difícil equilibrio entre la autorrealización artística y la realidad comercial. En este caso la cosa no llega tan lejos, y todo es bastante más simple que el tema propuesto. Al menos, a ratos es divertida, como por ejemplo cuando vemos cómo el artista cambia algo en el papel y el mundo de los personajes dibujados cambia al mismo tiempo.
Con el pequeño dinosaurio protagonista seguramente habría sido posible hacer algo más, tanto en términos de contenido como de apariencia. Aunque las ambientaciones son muy diferentes, el director y a la vez guionista se mantiene al final demasiado armonioso en los estilos de dibujo. Cambios mucho más significativos, como los vistos en Spider-Man: Un nuevo universo, salvando las distancias presupuestarias, claro, hubieran sido igual más apropiados.
Escribe Francisco Nieto | Fotos Vértigo Films