El contable (3)

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Efecto Zeigarnik

Secuela de la película El contable (2016), dirigida aquella igualmente por Gabin O’Connor y también con Bill Dubuque como guionista, en la cual Christian Wolff es un hombre de medianía con un enorme talento para resolver problemas complejos y una mente súper lógica y racional.

Cuando un viejo conocido es asesinado, deja anotado en su barco un críptico mensaje: «encontrar al contable», y Wolff se ve obligado a resolver el caso. Al darse cuenta de que son necesarios refuerzos, recluta a su hermano Brax para que le ayude. Se trata de un hermano que ha estado distanciado de él desde hace más de ocho años, un hombre físicamente eficiente y letal.

Pero está también y actúa en colaboración Marybeth Medina, subdirectora del Tesoro de Estados Unidos. Entre todos descubren una conspiración mortal y se convierten en perseguidores y a la vez en objetivo de una despiadada red de asesinos que no se detiene ante nada, con tal de mantener sus secretos ocultos, relacionados sobre todo con trata de blancas.

Cinta muy entretenida, acción dosificada y agradablemente disparatada. De nuevo O’Connor dirigiendo y vertebrado por un libreto muy bien pergeñado, como en la anterior entrega, de Dubuque, con personajes suyos, quien tiene el don de escribir escenas que se extienden y serpentean en forma muy grata y que, en esta secuela, a diferencia de la anterior, resulta entretenidamente apetitosa, a la par que improbable.

Es, con todas las letras, un thriller para pasar una buena tarde, que no es poco. Excelente ritmo y emoción, y una parte final de extrema tensión pues el asunto se las trae. Hay que salvar nada menos que a unos nenes en peligro letal.

Trama

La trama gira en torno a Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson), agente de la Red de Control de Delitos Financieros, que intenta salvar a una familia de refugiados centroamericanos que están perdidos en un limbo embarullado de mafias y otros.

La fotografía donde figura la familia desaparecida está manos de su jefe, Raymond King (J. K. Simmons), cuando este es asesinado a tiros en una trepidante, emocionante y desconcertante escena inicial. Todos se preguntan quién es la asesina rubia y de raíces negras (Daniella Pineda) que llega a su encuentro.

Al final la cosa acaba como la batalla de San Quintín y la pregunta sobre la joven rubia se responderá más adelante. Aunque, a decir verdad, cuando descubres qué está ocurriendo, uno teme que las cosas no vayan a ir bien, o sea, hay emoción.

Marybeth se une a Christian, quien vive todavía en su autocaravana marca PanAmerican Airstream plateada, pues ese limitado espacio es el que necesita su imaginación autómata.

Para solucionar un complicado puzle de fotografías, facturas, etc., usa su perspicacia para restringir la búsqueda. Resulta divertido ver a Christian hacer su versión de citas rápidas, o revisar un montón de fotografías y formularios de impuestos para analizar pistas que serían invisibles e imposibles para cualquier ser humano.

Cuando él y Marybeth visitan al jefe corrupto de una pizzería que empleó tiempo atrás a una madre inmigrante, Christian deslumbra y confunde a ese canalla al descubrir, basándose en su pizza, que está blanqueando dinero. Luego le tuerce el brazo y el dolor hace que el sujeto cante la información que necesita.

Pero para hacer esta obra Christian necesita Braxton, su contraparte más imprudente. Desde luego no es autista. Jon Bernthal, con su mira arrogante y de sobrado, con el pelo erizado y espeso plan gemelo malvado de Affleck, interpreta este papel de Braxton de forma genial. Es la cosa que ambos se convierten en un dúo cómico de facetas distintas y complementarias: el sociópata y el triturador de números.

Braxton plantea un plan consistente en invitar a tres prostitutas hispanas a una habitación de motel, idea que al inicio resulta peregrina y peligrosa, pero que conecta a los protagonistas con el núcleo de los malvados traficantes de blancas, lo que cuadra finalmente.

Por otro lado, en una casa, auspiciados por Christian hay un equipo de hackers autistas adolescentes. En una de las escenas más ingeniosas, cada niño frente a un ordenador diferente, manipulan todas las pantallas que tienen ante sí para recuperar la foto que accidentalmente le tomaron en una selfie a la asesina rubia.

Cuando la historia llega a su clímax, ambientada en un complejo para niños en Juárez, la cosa se vuelve brutal, descabellada pero también emocionante. Es en este punto que, según mi parecer, el filme deja sentada la idea de que es una franquicia a tener en cuenta y que, sin duda, repetirá.

Cinta muy entretenida, acción dosificada y agradablemente disparatada

El autismo de Affleck y su antagónico hermano

Resulta ser que Ben Affleck es, como sabemos, un actor con un atractivo innegable, que tiene un rostro cuadrangular, ligeramente imperturbable y unas facciones en suspenso… además de sobria expresividad.

Precisamente, ese aspecto, que es parte de su idiosincrasia, es lo que hace a Affleck tan idóneo para interpretar a Christian Wolff, un autista médium que da la impresión de estar en las nubes pero que se da cuenta de todo, y más. Incluso diría que Affleck le ha tomado el pulso al personaje y le encaja a la perfección.

Christian es un experto investigador que trabaja como contable para mafiosos y terroristas, haciendo uso de su impresionante capacidad para el cálculo, su prodigiosa memoria y su perspicacia para despejar y limpiar cuentas engañosas y fraudulentas. También es, no por casualidad, un eficaz hombre de acción, un incombustible luchador físico y ducho en el manejo de armas.

Wolff habla en un tono bajo, plano, pesado y monótono, cara de póquer. Es súper racional y su comunicación es limitada por el hecho de que la única forma en que interactúa es a través de información objetiva; o sea, es un racionalista al grado máximo y no sintoniza con las emociones ni con los matices afectivos.

Además, Christian es un auténtico cerebro estoico, imperturbable y por lo común de trato frío. Es esa cualidad molestamente neutral (Affleck como especie de androide) la que dirige igualmente su destreza como héroe de investigación y de acción. Por supuesto, su capacidad empática es limitada, lo cual le permite, sin sufrimiento, repartir estopa e infligir dolor al contrincante.

Su hermano Brax (Jon Bernthal) es un ser opuesto, extravertido, seductor, netamente un hombre de acción y batallador, y un hermano dolido por el poco caso que le presta Christian, quien es incapaz incluso de dar las gracias después que haya acudido a su llamada proveniente de Berlín (nada menos). Con el paso del tiempo se irán conociendo mejor y reconciliándose. Justo quiero ahora referirme al vínculo entre hermanos, un plato fuerte de la obra.

Excelente ritmo y emoción, y una parte final de extrema tensión pues el asunto se las trae

La relación fraterna

El aspecto del filme que llama principalmente la atención es la relación fraterna, el vínculo entre hermanos que han sido educados en una forma atípica y extrema y que en la historia se encuentran tras su último enfrentamiento.

Son personas muy diferentes, ambos son hábiles y están capacitados para la acción y liquidar al enemigo, pero sus personalidades son muy disímiles, e incluso podría decirse opuestas. El uno es un esquizoide que vive abstraído y reconcentrado en sus cábalas y maquinaciones de cálculo, un ser que obsesivo y muy meticuloso. El otro es extravertido, polarizado hacia fuera, a la acción, a lo físico.

En la relación entre estos hermanos, en la química entre ambos actores, el humor y en esa relación rota que intenta recomponerse, pivota una parte muy importante de la película, pues el filme quiere ir más allá de los tópicos y los lugares comunes de una cinta puramente de acción o suspense.

Es evidente que tanto O’Connor, como Dubuque, e igual el propio Affleck que es nada menos que interesado como productor, estos tres pilares de la obra —director, guionista y el que pone la pasta— lo que quieren es que la acción y la propia historia de la investigación, sirvan como eficaz envoltorio para contar una historia entre hermanos. De cómo ambos personajes se debaten y dirimen entre ellos la relación de amor/odio que tienen desde niños.

Hay escenas, como cuando el obsesivo Affleck se pone crema de protección solar y su exasperado hermano se la tira al diablo. Como la secuencia que se desarrolla en una taberna country cuando una mujer se le acerca al hermano autista y acaba la cosa en zafarrancho de combate de los hermanos frente a los vaqueros del local.

En fin, que la cosa deviene entrañable y fraternal, pues, además, a diferencia de la primera entrega en que los personajes estaban separados, la unión habida en esta nueva fase hace que la historia crezca y supere a la anterior.

No hay que decir que en la película hay abundantes escenas de acción y de las buenas. Particularmente, en la parte final, cuando se produce un brutal enfrentamiento entre los hermanos y todo un ejército de sicarios, aquello tiene las trazas de un western de aquellos en los cuales los chavales aplaudíamos a todo meter cuando los buenos acudían para acabar con los malos.

El aspecto del filme que llama principalmente la atención es la relación fraterna

Conclusión: El efecto Zeigarnik

Aunque 124 minutos es una duración sustancial para una película de este corte, sin embargo, divierte y se disfruta desde el primer momento, hasta el final. Y justo puede ocurrir que sea el final lo que no se tolera bien, como cuando nos dejan con algo a medio acabar, inconcluso, cuando se estaba poniendo buena la cosa.

A principio del siglo XX la investigadora soviética Bluma Zeigarnik, (quien trabajaba con el gran psicólogo Kurt Lewin), observó algo curioso: los camareros recordaban mejor los pedidos de las mesas que aún no habían sido servidos o pagados, que los que ya estaban cerrados. Esto posteriormente fue ampliamente corroborado incluso experimentalmente con estudiantes y otros colectivos.

Prácticamente fue en 1927 cuando se consagró el denominado efecto zeigarnik (o de Zeigarnik), no sólo para referir que los recuerdos acerca de procesos inconclusos se almacenan mejor en la memoria que los concluidos.

También este efecto se refiere a la motivación (orexis, deseo), o sea, si una tarea, relato, etc., se interrumpe, esto sirve de acicate y ganas para retomarla de nuevo. Si lo aplicamos al visionado de una película, si esta deja segmentos abiertos y tramas inconclusas, nuestra psique aguardará con ganas otra entrega para visionar nuevos contenidos, ver cómo concluyen subtramas no bien cerradas, el anhelo por ver cómo continuará la relación entre estos hermanos, etc. O sea, estaremos muy bien predispuestos a ver nuevas entregas tipo El contable 3.

Esto es el efecto Bluma Zeigarnik que, llevado a su extremo, tendríamos que hablar de las series televisivas, lo cual no haré pues las únicas series que vi, lo hice hace ya un millón de años, títulos como Ironside; Los defensores; Ella, él y Asta; Bronco, Cheyenne;Sugarfoot

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Warner Bros