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La soledad del outsider
Escribe Arantxa Bolaños de Miguel
El curioso caso de Benjamin Buttom es la penúltima película de David Fincher, porque ya está rodando junto a Zack Snyder (director de la esperadísima Watchmen) y Gore Verbinski la producción Heavy Metal. David Fincher es un director reconocido por Hollywood por hacerse un hueco dentro de la industria tras congeniar a la perfección su faceta comercial con la de director “autor”. Tiene en su haber varias cintas que atestiguan esta simbiosis, pues a pesar de haber tenido un sorprendente éxito de público poco a poco se va haciendo también con cierto reconocimiento dentro de la crítica, al ser considerado un director de culto.
Desde su prometedora Seven (1995) hasta ésta, ha realizado varias cintas en las que predomina el juego que mantiene con el espectador, el suspense y la sorpresa final. En Seven analizó la mente de un psicópata y nos enfrentaba a él diluyendo la cada vez más fina línea que separa la anormalidad del psicópata de la “normalidad” del resto de la población. No desvelaré el final de tan trepidante filme, por si algún lector no ha tenido la posibilidad de verlo, pero sí diré que es un director que no quiere espectadores pasivos, sino que su cine les haga incomodarse.
Realizó también un perfecto juego de intriga en la trepidante The game (1997), y luego El club de la lucha (1999), filme que consiguió incomodar a muchos por su crítica de la violencia, a la vez que su pesimismo imposibilitaba la desaparición de la misma en esta sociedad tan ávida y necesitada de salvajismo. La sentencia “la violencia es inherente al ser humano” es difícil de admitir pero tenemos que vivir con ello: el ser humano no es el “buen salvaje” del que nos habló Rousseau, no nos engañemos, es un ser violento por su propia esencia. Sólo admitiendo esta realidad podemos mejorar la sociedad actual en la que se hace necesario un replanteamiento de los valores. Pero, eso sí, evitando el candor propio del idealismo rousseauniano.
Con su siguiente filme, La habitación del pánico (2002), volvió a sus temas predilectos de la violencia congénita, la desesperanza y el problema del mal; y con Zodiac (2007) se alejaba del típico thriller consistente en descubrir al psicópata para incidir en la ofuscación del que le busca: del periodista y su obsesión.
El guión de El curioso caso de Benjamin Button no es suyo, sino de Eric Roth (guionista de películas tan dispares como Munich o Forrest Gump). Es una adaptación libre del relato homónimo de Scott Fitzgerald, y éste a su vez de la famosa cita de Mark Twain: “La vida sería infinitamente más alegre si pudiéramos nacer con 80 años y nos acercáramos gradualmente a los 18”. O más bien una mezcla entre la adaptación de este relato y la de J. G. Ballard Tiempo de pasaje y la novela Las confesiones de Max Tivoli, de Andrew Sean Greer (según comentaba Jordi Costa en El país).
Sin embargo, mientras el relato de Fitzgerald trataba de un ser cínico y pesimista e incapacitado para amar al no ser amado desde su infancia (un outsider desde su nacimiento) porque “nace viejo para morir joven” (1), el personaje de Fincher es amado y ama, pero aún así está sólo toda su vida. No es (como el Button de Fitzgerald) un personaje incapaz de amar, sino que su problemática camina en la inevitable inconcordancia de su tiempo con el de los demás, pues mientras los demás envejecen él rejuvenece.
Genial la interpretación del protagonista, Brad Pitt, que interpreta todas las edades del personaje, pero a esta película le falta algo: la compasión que deberíamos sentir hacia el personaje. Si bien en el relato no empatizábamos tampoco, por lo menos alabábamos el cinismo y entendíamos su posición ante un mundo cruel que le había dado de lado en todo momento. Así, lo achacable de este proyecto está más en la historia, en una historia para algunos demasiado triste y pesimista, en la que habla del paso inevitable del tiempo, de la muerte y de la soledad pese al amor.
Esta cinta ha suscitado un gran debate entre la comunidad cinéfila, ya que nos encontramos con personas que la alaban mientras que otros somos más escépticos. A pesar de que no me haya agradado personalmente, debo decir que mi visión es más subjetiva que objetiva, pues en lo formal no hay mucho que objetar ya que estamos ante un filme pulcro y perfecto estéticamente. Está técnicamente acabada también y, pese a lo alargado de su metraje, no decae en ningún minuto. La historia se ve con interés y está bien narrada, las imágenes y los diálogos son perfectos, junto a una buena ambientación histórica.
Pero el fallo de esta historia está, insisto, en la historia propiamente dicha, en que no genera empatía con el espectador y que le sumerge en un pesimismo exacerbado donde la soledad y la muerte son nuestros unívocos y más fieles compañeros de viaje.
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(1) Como la cinta de la siempre interesante Isabel Coixet Demasiado viejo para morir joven (1988), aunque el tema de ésta sea la vejez mental en la juventud y la escasez de inquietudes de ciertas personas ante la vida. También guarda similitudes con Francis Ford Coppola con la inédita en España Youth without youth y con la fantástica Big fish (Tim Burton, 2003).
