Fabricando la copia perfecta
La trilogía se ha convertido en la ecuación perfecta, la proporción aurea que garantiza el éxito, de ahí que todos los avispados productores y los no menos espabilados directores se apresuren a asegurar, siempre que tienen un éxito entre manos, que en realidad el proyecto forma parte de una trilogía sobre tal tema o personaje.
Segundas y terceras partes ha habido muchas en la historia del cine, pero fue a partir de que el ingenioso hidalgo George Lucas se sacó de la manga las tres trilogías que iban a componer su ópera magna Star Wars (La guerra de las galaxias) cuando el invento comenzó a extenderse como una plaga entre productoras y presuntos artistas.
Al final, Lucas sólo pudo acabar dos de sus trilogías, dejando la tercera en el limbo de los justos (lo cual ha acabado beneficiando su prestigio y sus arcas, vistos los derroteros que llevaban los tres primeros episodios, o sea, la cuarta, quinta y sexta películas, según el orden de rodaje), pero eso no parece importar a los que acuden a la fórmula mágica en busca de prestigio y, sobre todo, recaudaciones en taquilla.
Así, uno puede gozar hoy, como mínimo de una trilogía completa de Parque jurásico, Arma letal, Regreso al futuro, Indiana Jones, Tiburón, Batman (primera época), Batman (año uno, pero descafeinado), Superman, Spiderman, Transformers y vaya usted a saber cuántos efímeros éxitos de taquilla más.
Pero toda trilogía tiene su fin… y, después, ¿qué?
Para seguir creciendo y superar el síndrome de la trilogía, las fórmulas han sido varias en los últimos años: unos han acudido a ignorar completamente las tres partes anteriores (ahí está Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal), otros han planteado la franquicia como un nuevo comienzo (The amazing Spider-man es un buen ejemplo), algunos directamente han fotocopiado la franquicia original (Superman returns, he ahí el título clave), hay quien, sencillamente, continúa los episodios en orden cronológico (las sagas literarias de Crepúsculo y Harry Potter son un filón) y, finalmente, hay quienes ha apostado por un nuevo camino más o menos original (la trilogía de Batman bajo el auspicio de Christopher Nolan).
Tras el éxito económico de las tres entregas de Jason Bourne protagonizadas por Matt Damon y, sobre todo, el prestigio crítico obtenido además por las dos últimas entregas, debidas a la inquieta pero certera cámara de Paul Greengrass, Universal Pictures ha tenido que estrujar las escasas neuronas de sus jerifaldes para buscar nuevas fórmulas con las que seguir amasando dinero.
Al final, la solución ha sido contratar a Tony Gilroy, habitual de la serie en el apartado “guiones con poco texto y mucha acción”, para que se haga cargo no sólo de escribir la cuarta entrega, sino también de dirigirla, una experiencia que no era nueva para él, porque en su filmografía ya figuran títulos como Michael Clayton (2007) y Duplicity (2009). Para que todo quede en familia, Tony se ha rodeado de John Gilroy, quien ya fue el montador precisamente de sus dos títulos anteriores como director, y también de Dan Gilroy, guionista el pasado año de la poco distinguida Acero puro (2011).
Una apuesta no desprovista de sentido común y que, en la primera media hora de proyección, nos permite disfrutar de algunas de las mejores ideas de la saga: para empezar, no hay un Bourne, sino al menos otros ocho, que están siendo entrenados de la forma más dura imaginable en parajes más o menos exóticos (el prota de la función luce palmito en un agotador campo de juegos situado en Alaska); además, la acción de esta entrega se sitúa paralelamente en el tiempo a la tercera parte, por lo que las alusiones a Bourne son constantes (aunque nosotros ya sabemos el final de la historia-sin-final, estos datos son hacen fácilmente cómplices de la trama); por último, un fallo en el sistema obliga a finalizar con el programa y acabar con todos los “jasonbournes” que hay esparcidos por el mundo…
Menos el nuestro, que por algo es más bien bajito y poquita cosa, como Matt Damon, no en vano se ha escogido a Jeremy Renner como intérprete de esta segunda trilogía (si la cosa carbura en taquilla y, de momento, parece que el invento funciona lo suficiente). Así que a la media hora de función ya tenemos en marcha la nueva trilogía…
Y es justamente entonces cuando se acaban las ideas.
Cuando comienza la labor stajanovista de fotocopiado de las primeras entregas. Otra vez la misma huida continua, la misma búsqueda de la verdadera identidad, la misma trama oscura para acallar a nuestro nuevo Bourne…
Y las ilusiones por la nueva trilogía se vienen abajo.
Gilroy es un aplicado discípulo y se sabe de memoria las películas de Greengrass, por lo que no duda en planificar exactamente igual determinadas escenas de acción o, simplemente, de tensión. Su cámara móvil, inquieta, a mano, no deja de ser una fotocopia de la utilizada por el director de United 93 en sus dos títulos anteriores.
Su fragmentación del espacio, con saltos continuos entre distintas ciudades, remiten directamente a las dos entregas previas de Bourne. Su trama central se basa en buscar la respuesta a la gran pregunta (¿quién soy yo?) y es, punto por punto, la misma que en la anterior trilogía.
Puestos a copiar, Gilroy incluso plagia la larguísima secuencia de la persecución por los tejados de Marrakech, aunque aquí la acción acontece en los barrios bajos de Manila, porque así lo exige un guión que manda a los protagonistas de viaje a Filipinas para descubrir el secreto mejor guardado del mundo en la trastienda de una cutre fábrica de productos exclusivos para super héroes secretos.
Y ya puestos a cagarla, Gilroy también insiste en la obsesión de los nuevos realizadores por montar las escenas de peleas a ritmo de dos o tres planos por segundo. Este cronista, una vez más, se pregunta: ¿para qué se pasan meses de gimnasio y de ensayos de las escenas de acción si luego no las vamos a ver? En unas imágenes donde la acción, el ritmo y el movimiento no nace de los personajes, sino de la concatenación espasmódica de planos, da igual si han ensayado o no: un par de minusválidos podrían ser fotografiados una a una en cada posición y luego el montaje rápido de las imágenes produciría la misma sensación de pelea y confusión.
Es, salvando las distancias, el mismo problema que encontramos en muchos musicales actuales: el montaje a ritmo de parkinson no deja ver la coreografía y el ritmo nace de la cámara y el montaje, no de los intérpretes (que, insistimos, podrían ser cojos y mancos igualmente, con todos los respetos). Para ver un musical hay que retroceder muchos años en el tiempo, a la época en que la cámara acompañaba el baile de gente como Gene Kelly o Fed Astaire que, entonces sí, eran ellos los protagonistas.
Pero dejemos Busby Berkeley y sus coreografías y volvamos a Jason Bourne y su hasta ahora desconocido hermano gemelo…
Entonces, ¿qué hay de nuevo en esta aventura de Bourne sin Bourne?
Francamente, casi nada. La memoria del público palomitero parece reducirse a los estrenos de la última temporada, por lo que no es de extrañar que las multinacionales de Hollywood se empeñen en estirar una y otra vez el mismo chicle, confiando en que una buena campaña publicitaria y unos efectos especiales de última generación puedan hacer olvidar al atontado espectador que lo que está viendo en realidad ya lo había visto hace menos de un lustro… y varias veces en una trilogía ya olvidada.
Pero de tanto estirar el chicle, al final, éste carece del más mínimo sabor.
Quitando el cambio de protagonista (que no los secundarios, puesto que repiten la mayor parte de los grandes intérpretes con que ha contado la saga en anteriores episodios y siguen ofreciendo el mismo nivel interpretativos: Joan Allen, Albert Finney, Scott Glenn, David Strathairn), este episodio dentro de unos años será indistinguible de los anteriores y, probablemente, de los posteriores.
Una cadena de montaje bien engrasada, que funciona con eficiencia, que produce películas con un acabado técnico aparente, cuidado… pero casi idénticas unas a otras. Como churros.
Prácticamente sin ningún interés, salvo por las primeras escenas.
Escribe Mr. Kaplan
Título | El legado de Bourne |
Título original | The Bourne legacy |
Director | Tony Gilroy |
País y año | Estados Unidos, 2012 |
Duración | 135 minutos |
Guión | Tony Gilroy y Dan Gilroy |
Fotografía | Robert Elswit |
Música | James Newton Howard |
Distribución | Universal Pictures International Spain |
Intérpretes | actores |
Fecha estreno | 15/08/2012 |
Página web | http://www.ellegadodebourne.es/#/home |