Maldita policía
El rati horror show es un documental realizado por Enrique Piñeyro (Whisky romeo zulú, Fuerza Aérea Argentina, Bye, bye life) sobre el caso de Fernando Carrera, un hombre inocente, sin antecedentes penales, condenado a treinta años de prisión, por las muertes accidentales de tres personas, entre ellas la de un niño de seis años, producidas en realidad por un error fatal de la policía.
La bonaerense
En diciembre de 2008, Enrique Piñeyro, Nora Cortiñas y Adolfo Pérez Esquivel se presentaron en la Corte Suprema bajo la figura Amigos del Tribunal y adjuntaron un video de un metraje inferior al del filme en el que dejaron sentadas todas las irregularidades del expediente.
Este documental que parte de la base de aquel video, además de contarnos pormenorizadamente las circunstancias del caso, pone al descubierto los ocultos y siniestros antecedentes de la Comisaría 34, que hace muchos años el ya legendario periodista e investigador de policiales Enrique Sdrech había denunciado.
A las tantas irregularidades, por llamar de algún modo a los crímenes cometidos por los mismos miembros de la repartición, entre ellos la muerte de Ezequiel Demonti, el chico que los policías de la 34 tiraron al riachuelo, se suma ahora la causa de Fernando Carrera, condenado a treinta años de prisión por un error cometido justamente por los miembros de la comisaría 34.
Buenos muchachos
La tarde del 25 de enero de 2005, en Saénz y Centenera, barrio de Pompeya, los miembros de la brigada de la comisaría 34 apuntaron y dispararon veinte veces haciendo impacto en el cuerpo de Carrera, el presunto criminal, apenas ocho de esas veinte, dejando por sentado no sólo una pésima puntería sino poniendo de manifiesto su habilidad no ya para prevenir delitos sino más bien para cometerlos.
Veamos, el primer delito que comete la policía es conducir un auto ilegal (tenía prohibición de circular, y pedido de secuestro). En segundo lugar, circular sin portar sirena ni sus miembros sin lucir uniformes ni llevar identificación que los legitimaran como fuerzas del ¿orden? en una calle transitada en pleno día por desprevenidos peatones que paseaban por allí a las dos de la tarde.
Pues bien, los policías de civil persiguieron al presunto delincuente sin identificarse y sin advertirle a Carrera, jamás dieron la voz de alto, pero sacaron en cambio una itaca no tanto para intimidar a Carrera sino más bien para liquidarlo. Carrera, como cualquier otra persona, me incluyo, habría tomado a la brigada fantasma, los miembros de la 34, por delincuentes, que lo perseguían para robarle; y Carrera, al verlos avanzar hacia él por el espejo retrovisor, armados y sin dar la voz de alto, aceleró cuando la brigada comenzó a dispararle, sin imaginar siquiera que ellos no eran los ladrones sino la misma policía persiguiéndolo y confundiendo a Carrera con un ¿ladrón?..
Haciendo honor una vez más a la inteligencia que manejan los miembros de la policía bonaerense baste como ejemplo el del caso Carrera. El único dato que tenían estos buenos muchachos, los de la comisaría 34, era que los ladrones que andaban buscando —le habían robado a un militar retirado unos cuantos miles de pesos en una salidera bancaria— se desplazaban en un auto blanco. Ese dato escueto produjo la primera desinteligencia de la inteligencia policial. El primer auto blanco que se les cruzó por el camino tenía que estar conducido por el ladrón que andaban buscando.
Jamás se les ocurrió pensar que quizás el auto que conducía Carrera no era justamente el auto blanco que andaban buscando. Por eso un miembro de la brigada sacando el cuerpo por una ventanilla comenzó a dispararle a Carrera por la espalda, haciendo impacto por azar en la mandíbula del conductor y presunto ladrón. Carrera, a su vez, inconsciente, o consciente, semi-consciente… ¿cómo? (esa fue la definitiva y terminante secuencia que describió el estado de Carrera, según la declaración de uno de los miembros de la brigada, el comisario Villar) siguió conduciendo su auto unos pocos metros y atropelló a las tres personas.
El proceso
El rati horror show como cine de investigación y de denuncia pone al descubierto, entre otras cosas, los perversos mecanismos de complicidad. Léase: estrategias de connivencia y corporativas, entre el Poder Judicial y la Policía.
La secuencia sería más o menos así: delito cometido por la policía, oops, por el acusado, instrucción, llevada a cabo por la misma policía que cometió el delito, oops, que lo investiga. La policía, entonces, recoge los rastros que quiere recoger y no recoge los que no quiere, montando una puesta en escena en el lugar del crimen, oops, digo, desmontando la escena del crimen, adelantándose a la presencia de los jueces de instrucción para tener toda las pruebas en su debido lugar, que ellos mismos se encargan de plantar, oops, de cotejar para cuando lleguen las autoridades.
O sea, explica cómo funciona el sistema penal en contubernio con la policía y además cómo se monopoliza la difusión de los casos a través de la manipulación ejercida por el periodismo sobre la opinión pública, vuélvase a leer: oligopolio de noticias. Y para corroborarlo el mismísimo Carrera lo declara: “Si yo leo en el diario Clarín que Carrera es un asesino, yo creo al diario Clarín”.
Es decir que el sistema penal, la policía, y el periodismo que responden al poder económico, jamás podrían resolver y esclarecer los conflictos de la sociedad, porque su intención es concentrar poder y esto como ya sabemos sólo se logra fomentando la violencia, léase: aumento de conflictividad social, que resulta en la represivización del sistema penal que como en un círculo vicioso desemboca nuevamente en la multiplicación de la violencia.
En esta multiplicación de conflictos que pone al descubierto por un lado la inoperancia de la policía y por otro la incompetencia del sistema penal aparece el planteo del filme: la incapacidad del estado, de las estructuras de poder para resolver conflictos patentizado así la verticalización de la sociedad, la concentración del poder, y en definitiva la voluntad de no resolver el problema de la violencia sino más bien, con premeditación y alevosía, profundizarlo y reproducirlo.
En este punto el filme —a través de su narrador Enrique Piñeyro que actúa como defensor del acusado y fiscal de los acusadores— pone en primer plano al personaje fundamental de la historia: Fernando Carrera, el protagonista del conflicto, instancia reiteradamente ausente en el proceso legal, y sin embargo, fundamental para la resolución del problema. Es decir, que el director del filme viene a invertir en alguna medida, el esquema vertical de la política criminal, postulando una horizontalización de la justicia apelando justamente a una solución alternativa y extremadamente creativa.
Piñeyro pone la tecnología, el cuerpo y su voz por el esclarecimiento del caso, para hacer visible en el proceso legal a la víctima, y fundamentalmente para conseguir la libertad de Fernando Carrera.
El reino del revés
Nadie ignora que la ley exige que el testimonio de los expertos, en este caso el juez Righi, Procurador General ante la Corte Suprema, el subprocurador González Garcalde, oops, Warcalde, etc, etc, como dijera nuestro especialista en policiales Ragendorfer, sea comprobado y sometido al dictamen de un jurado. Al hacerse indispensable este requisito queda claro que los expertos ¿son humanos? después de todo, y antes que nada, y que cometen errores, y vaya que los cometen, basta ver el filme para comprobarlo, aún y sobre todo dentro de su propia especialidad, y que, además, tratan de disimular cualquier fuente de incertidumbre que pudiera menoscabar su credibilidad.
Tómese en cuenta la desaparición de Luciano Arruga de la Comisaría 8ª de Lomas del Mirador. Y la omisión de los testimonios de los testigos que hubieran probado la inocencia de Fernando Carrera, incluso y sobre todo la del militar damnificado, Juan Ignes, que declaró que el arma plantada, oops, encontrada a Carrera, una Taurus PT917 (en posición de tiro pero ¿con el seguro puesto?) evidentemente no era la Browning 9 mm con la que los ladrones lo habían asaltado, y que tampoco logró identificar a Carrera como el agresor en la ronda de reconocimiento.
Por otro lado, el filme denuncia que la pericia de las autoridades no es infalible, sino más bien todo lo contrario, y lo más interesante dentro de la dinámica del filme, es demostrarnos que cualquiera puede adquirir el conocimiento necesario para comprender y desmontar sus procedimientos, y detectar así sus equivocaciones.
De hecho Piñeyro logra con sarcasmo e ironía poner en tela de juicio e incluso socavar los cimientos que aparecen como más indestructibles y que sin embargo, resultan los más endebles de la autoridad policial, judicial, y periodística poniendo de manifiesto que la opinión y los juicios de los expertos, léase: corporativismo, connivencia, y accionar mafioso, son interesados y poco fiables, oops, están enmarcadas dentro de lo que se conoce como exceso en el ejercicio de las libres convicciones, y que por eso mismo, requieren de un control exterior.
En este caso Piñeyro actúa como amicus curiae (amigo del tribunal) cumpliendo el rol de defensor del acusado, y poniendo al descubierto el burdo armado de la causa contra Carrera, y demostrando además que la unanimidad en los fallos es muchas veces una decisión política: los disidentes, en este caso testigos, son desechados y sus testimonios son omitidos, o aún peor tergiversados. Como por ejemplo, el mismísimo damnificado Juan Ignes que no reconoce al imputado, Fernando Carrera, o los demás testigos que ponen de manifiesto incongruencias con las pruebas viciadas. Véase el cambio de la chapa reversible al auto que conducía Carrera.
De esta forma se elimina toda fuente de incertidumbre, testigos como testimonios, que pueda menoscabar su credibilidad, y con tal fin queda afuera todo aquello que contradiga la decisión final del jurado. Es más, se contratan extras, oops, testigos que resultan como en el caso de Rubén Maugieri, amigos de la comisaría 34, que seguramente la tele audiencia ya lo ha visto en otras superproducciones, oops, en otros diálogos con la prensa. Se le asigna además al acusado un abogado: el doctor Fermín Iturbide, ex policía que trabajó casualmente para la comisaría ¿34?, defendiendo a los policías en el caso del chico Demonti, cuyo testimonio convalida el entramado del caso, a través de la fabricación de pruebas en contra de Fernando Carrera para el armado de la causa que lo condena a treinta años de prisión por crímenes cometidos no por él, sino por los miembros de la Comisaría 34. ¿Quedó claro?
Como el mismísimo Carrera se pregunta: “si yo no soy el culpable, entonces ellos lo son”.
Piñeyro nos vuelve a demostrar que la incompetencia convertida en norma ha pasado a ser una parte esencial del funcionamiento del sistema judicial argentino. Tras la excelencia profesional se esconde una monumental ignorancia, una estupidez superlativa, y sobre todo una corrupción sin par…
El filme contiene la explicación más clara y contundente de cómo funciona la justicia argentina, y el rol que cumplen los jugadores dentro de la cancha, oops, los jueces dentro del poder judicial, por el más grande de todos los estadistas de la República Argentina: el gran humorista Tato, que finalmente preconiza, “desgraciada la generación cuyos jueces merezcan ser juzgados”.
Y el broche final está a cargo de la versión rockera de la popularísima canción para niños El mundo del revés en la que el absurdo toma proporciones absolutamente insospechadas dentro del universo de la canción, pero para nuestra desgracia, el absurdo se torna fatalmente verosímil dentro del sistema judicial argentino en la que como bien lo describe la canción… un ladrón es vigilante y otro es juez…
Vamos a ver cómo es el reino del revés… donde dice bonaerense léase federal, oopps.
Escribe Gabriela Mársico
Título | El Rati Horror Show |
Título original | El Rati Horror Show |
Director | Enrique Piñeyro |
País y año | Argentina, 2010 |
Duración | 110 minutos |
Guión | Enrique Piñeyro |
Fotografía | Sol Lopatín |
Distribución | Aquafilms en Argentina |
Intérpretes | Documental |
Fecha estreno | Pendiente de confirmar en España |
Página web | http://www.elratihorrorshow.com/ |