Autoficción de Moretti con trazas de autoterapia

El filme ha sido rodado en Cinecittà y en las calles de Roma. Su título original, Il sol dell’avvenire, evoca el símbolo del Partido Socialista Democrático Italiano. Constituye un punto de encuentro entre el mundo del cine y el circo, entre los años 50 y 70. Nanni Moretti regresa al terreno de la sátira, la comedia y la crítica de la sociedad italiana, a la vez que mete la cámara en las interioridades del rodaje de una película.
En la historia el protagonista es Giovanni (Moretti), cineasta italiano reconocido, está inmerso en el rodaje de una película sobre el comunismo en la Italia de los años 50. Además, está deprimido y en tratamiento farmacológico.
Esta su nueva película concuerda con su estadística de rodar una cada cinco años, algo que no lo lleva nada bien, por cierto. Siente Giovanni que las cosas se han puesto en su contra: su mujer Paola y él no se comunican, están en crisis de pareja y matrimonial, teniendo ella que visitar a un psicoanalista prácticamente a hurtadillas para que no se entere su esposo. La señora está harta de aguantar a un prototipo de hombre y artista narcisista, egoísta, petulante y pedante.
De otro lado, su exuberante productor francés está rozando la ruina total y a mitad de película es detenido por la policía y sale del set de rodaje esposado. Y por si todo esto fuera poco, su hija Emma, no sólo no le hace caso, sino que se ha echado de novio a un hombre mayor, a la sazón diplomático polaco.
Todo en su contra. Siempre en el límite, Giovanni va a tener que replantearse su manera de hacer las cosas, si quiere conducir su pequeño mundo hacia un futuro brillante.
La cinta es una autoficción, donde nuestro director, con un humor vivaz y lúcido, plantea variadas preguntas sobre las claves del cine europeo, del cine en general, si es lícito o posible hacer obras comprometidas, populares y entretenidas en la era de Netflix y el blockbuster global: el capitalismo de plataforma. Asunto este harto complejo, difícil y arriesgado, al cual, empero, hay que plantar cara, pero evitando que acabe con el cine de autor.
Nanni Moretti, director de gran personalidad, como el director personaje de esta película (que, además es un gran neurótico), hace una película mordaz y con gran sentido del humor que es a la vez muy melancólica. Moretti habla de sí mismo y carga el filme con su ideario, desmenuzando lo político, lo cinematográfico, lo social y lo íntimo. Un personaje cómicamente gruñón cuyas reflexiones dan cuenta de lo ideológico desde lo personal y también, al contrario.
La película es un producto de sí mismo y, como dijera Ortega, de sus circunstancias como director de cine, como esposo, como padre, comoactivista cultural y político, como sujeto impetuoso y muy hablador.
El personaje de la peli también tiene el nombre de Giovanni e igualmente es cineasta. La historia es la preparación de su nueva película, que se centra argumentalmente en la llegada a un suburbio obrero de Roma de un circo húngaro, por invitación de la rama local del Partido Comunista Italiano.
Este acontecimiento se produce en octubre de 1956, justo cuando la URSS invade Hungría tras su revolución contra la dictadura estalinista y el despotismo de los burócratas. Fue la Revolución húngara de 1956, llamada también Otoño húngaro.
Hungría harta, levantada contra Moscú y masacrada por más de dos mil tanques soviéticos (cientos de muertos civiles). En la cinta y en la realidad este acontecimiento histórico supuso una fuerte desilusión y colapso mental entre los mandamases del Partido Comunista, que todavía iban chupando rueda del estalinismo.

Canalizando su historia a través de una historieta político-amorosa entre el excitable líder del partido comunista local y una ardiente vicesecretaria, la cual se pone del lado de la compañía húngara del circo y de los manifestantes a los que apoyan; al principio la película dentro de la película se desliza por el camino de la desesperación.
Luego se reescribe para imaginar un final alternativo en el que una protesta de base de los miembros del Partido Comunista Italiano hace que los cuadros del partido rompan con la URSS. Ello obtiene un amplio consenso electoral entre los italianos de a pie y marca el comienzo de una utopía comunista-democrática, una manera de conciliar quimeras y viejos deseos con la melancolía del fracaso.
Todo lo cual viene a ser especie de varapalo incómodo del ácrata Moretti, quien parece habérselo pasado bien jugando con esta cinta que, al fin, es un rapapolvo. Una cinta llena de homenajes al cine, a la resistencia, a los principios, a la crítica nostálgica, al matrimonio, a la familia y a la propia persona de Moretti.
De modo que el personaje del filme es un alter ego del director. El Giovanni de la pantalla resulta ser un director incansable, ocurrente, perspicaz y con una especial habilidad para cargarse su matrimonio, el vínculo con su hija, sus aspiraciones dentro de la industria (la secuencia con los gestores de Netflix es muy cómica y llena de sarcasmo y menosprecio, lo que roza la temeridad para con él).
El reparto es bueno y bien conjuntado con un Nanni Moretti estupendo y sintónico; Margherita Buy muy bonita, expresiva y muy bien en su papel de esposa; Valentina Romani, genial como la hija; Mathieu Amalric, muy bien como el expansivo productor; Silvio Orlando está sembrado como líder del Partido Comunista local, junto a una Barbora Bobulova estupenda como vicesecretaria y disidente. Acompañan Jerzy Stur, Benjamin Stender, Elena Lietti, Blu Yoshimini, Francesco Rossini, Flavio Furmo, Beniamino Marcone o Rosario Lisma.
El libreto es multiautor con Francesca Marciano junto al propio Moretti, Federica Pontremoli y Valia Santella. Buena la música de Franco Piersanti y la fotografía Michele D’Attanasio que envuelve las escenas con un color singular.

La cinta continúa con los lineamientos del Moretti cineasta e iconoclasta que dice lo que piensa y lo que se le canta. Una de las cosas que enoja a Giovanni, además de la cobardía política, son las actrices que usan zapatos con el talón al descubierto («no son zapatos, son sólo una visión trágica del mundo»).
Igualmente le indigna la violencia cinematográfica gratuita. Hay una parte muy divertida de la película cuando Giovanni se encuentra como espectador en el set de una película dura realizada por un joven director italiano emergente e interviene para dar un sermón moral y parar la toma final: una ejecución de disparo a bocajarro. Llama a amigos como el arquitecto Renzo Piano (que contesta) y Martin Scorsese (que no lo hace), intenta ayudar a todas estas personas, incluidos nosotros los espectadores, a comprender cuándo se ha de justificar la violencia en el cine.
En este momento superlativo en que paraliza el rodaje está su mujer que es nada menos que la productora (estupenda Buy en estas escenas) e intenta convencerle de que se vaya. Pero insiste el protagonista en que filmar una violencia gratuita es algo absurdo y enojoso. Es evidente que el director está sometiendo a su esposa a un acto de sometimiento conyugal.
Del mismo modo, el director es irritable y violento con los miembros de su propio equipo en la película del circo húngaro. Prueba de ello es cómo humilla a un director de producción porque aparecen detalles fuera de época, o cuando él mismo insiste en eliminar de la película un retrato de Stalin apropiado para la época; y reprende a los actores por aportar sus propias ideas al set, amén de obligar a su familia a ver el clásico Lola, de Jacques Demy (1961, con Anouk Aimée), antes de cada producción que emprende.
Algunas de las escenas más fantásticas permiten que el pasado y el presente se fusionen, como la joven pareja viendo La Dolce Vita. Nada más encenderse las luces, el chico se vuelve hacia su novia y se queja: «estos personajes burgueses con sus problemas existenciales, su aburrimiento, su tristeza desesperada», momento en el que Giovanni se inclina y los dirige hacia una situación más satisfactoria, la del intercambio romántico.

Como apunta Oti: «Lo que podría considerarse un cierto desaliño formal, no es más que coherencia: adecúa lo impulsivo y nervioso de su manera de rodar a su propia forma de ser. A su caótico modo de ser inteligente, transgresor, emocional y vanidoso. Y felizmente ácido».
Moretti extiende e incluso amplía su mirada histórica donde enmarca su reflexión en torno a la crisis de la izquierda. En este filme dentro del filme que dirige el protagonista, se indagan los orígenes del declive del PCI en su seguidismo de los dictámenes del estalinismo Moscovita, e imagina la posibilidad de otra historia del comunismo.
Un Moretti capaz de hacer un cine moderno y popular a la vez, con capacidad para influir en el imaginario internacional, desde una idiosincrasia propia y podríamos decir, local. Además, ejerce de cineasta libre y anárquico, no dogmático, cuya gran ilusión es la creación colectiva, de lo cual se concluye que a Moretti no le falta capacidad de autocrítica.
Está igual la convicción de nuestro director de que el mundo cambia demasiado deprisa para actitudes inmovilistas. Al final, como superando contradicciones y paradojas personales e ideológicas, hay un anhelo, un sueño, y es reconfortante ver cómo Moretti sigue teniendo fuerza para seguir persiguiéndolo.
Pensemos que la película interior, la que se rueda dentro de la película, iba a terminar con el suicidio de su protagonista. Pero finalmente no lo hace, aunque sí esboza la desilusión personal de su director con el arte, con el amor y con la situación de la actual sociedad. Todo ello antes de la cosa se convierta en un abrazo grupal.
Pues finalmente el protagonista reescribe la historia, eligiendo la alegría y la unidad sobre la desesperación, y celebrando un resultado alternativo al mismo tiempo que hace un gesto afectuoso sobre su propia filmografía, cuando introduce rostros familiares de otros trabajos suyos con la multitud jubilosa del final.

Conmueve ese desfile final en plena calzada romana, donde convoca a elefantes, fantasmas, amigos y cómplices bajo los acordes de la más bonita marcha circense, la de Piersanti.
No se debe olvidar el largo recorrido que en la vida de Moretti tiene la depresión como enfermedad psiquiátrica, entonces no es raro que pensemos que tal vez nuestro director ha encontrado otra vez una manera de hacer una comedia vanguardista a partir de un proceso de autoterapia: hacer cine como actividad creativa sanadora.
Una película que convierte las obsesiones de un hombre en una comedia humana donde hay alegría y pasión, donde él y su mujer viajan por Roma en Scooters eléctricos cantando una canción pop, de otras que aparecen en el metraje, temas antiguos de Franco Battiato, Fabrizio De André y Luigi Tenco, así como un éxito más reciente de Noemi que comienza con Giovanni cantando en la radio del coche hasta que llega al set y todo el elenco y el equipo se unen.
Ello y otras situaciones hacen de esta cinta un cuasi musical, incluidos desafinamientos, como cuando Moretti desvaría las notas bailando al ritmo de Aretha Franklin y Think. Para más señas, Paola se echa a reír. En realidad, todos ríen, tanto en la escena musical como al final, cuando el grupo desfila alegre.
Una película luminosa, musical, especie de canto para afrontar el futuro con júbilo, que desemboca en una marcha colectiva, alegre, conjuntada, «porque sin optimismo no hay revolución» (Iglesias).
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Caramel Films