Empieza el baile (3)

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Tango para un pasado real y un desenlace poético

Empieza el baile, de Marina Seresesky

Salgo de ver esta película con gran gusto y complacido, una obra que tiene de todo un poco, pero que sobre todo está muy bien llevada por su directora y guionista Marina Seresesky, excelentes interpretaciones, una historia conmovedora, a la vez contada con humor, y una Argentina que, por mi trayectoria personal de continuos viajes al país, reconozco a la perfección, creíble, por lo tanto, y entrañable.

Empieza la película con un hombre espigado, alto y delgado de cierta edad, acento porteño y un peinado difícil, por no decir imposible: se llama Carlos. Está con su joven hija (muy joven para ser su hija), y su esposa, cuando recibe una llamada desde Buenos Aires donde se solicita su presencia por la defunción de una vieja amiga y compañera. Hay asombro en el personaje, mirada expectante de su esposa y el hombre asintiendo, que sí, que estará allí.

A su esposa le dice que le convocan al funeral de su antigua pareja de baile-tango, Margarita, que acaba de fallecer. Aunque su esposa lo quiere acompañar, finalmente, tranquilizada ella, parte en el primer avión a Argentina.

Una vez llegado a Buenos Aires pide un taxi por cuya ventanilla mira los iconos más significados de su ciudad de origen. El taxista pretende iniciar una conversación manida sobre cómo en su país las cosas van de mal en peor, contrariamente a Europa, etc., pero Carlos elude la conversación diciendo que él es también argentino.

Desde el momento en que sale de su casa, siguiendo por el avión y continuando por el trayecto en taxi, empieza esta road movie al pasado de dos viejas glorias del tango condenadas a encontrarse en el más allá de la hermosa, de la siempre extensa e incluso agreste Argentina.

Al llegar, tras asearse en el hotel, todo trajeado y con cara de circunstancias, se presenta en el velatorio de Margarita, en el cual incluso alcanza a dar su discurso para despedir a quien fuera pareja de tango reconocida mundialmente, aunque actualmente quedaba poco de esa fama y del tango. Carlos siente igualmente que no tiene la pasión que los llevó por los escenarios, viajes y por la propia Margarita.

El estado de la cuestión es que Carlos vive actualmente en Madrid en una segunda oportunidad que le brinda la vida, con mujer, trabajo e hija, todo bien. Mientras que Margarita se ha tenido que conformar hasta su final con la pobreza y el olvido.

Pero Carlos no tarda en darse cuenta de que todo es una farsa, que Margarita no ha fallecido y es su amigo Pichuquito quien le dice la verdad y le lleva ver a Marga en su actual situación de indigencia, vivita y coleando.

A partir de ahí, y no sin las protestas y quejas de Carlos, con Pichuquito convenciéndolo, con Margarita mirándolo con cara lánguida, pero temperamento fuerte, y en todo ello mucho amor y humor; a partir de este punto, montan en la antigua furgoneta Volkswagen en la que viajaban la dos viejas glorias del tango, que se hacían llamar Los magos del 2×4.

El relato es muy fino, con una trama que en absoluto aburre pues no dejan de ocurrir cosas y en la cual los puntales son los personajes. Ocurre también que ese viaje por carretera, en gran parte por la Argentina profunda, sirve para que ante nuestros ojos aparezcan hoteles decadentes, salones de actos de los antiguos, bailongos de pueblo, gentes diversas que observan y callan, y un espectacular paisaje crepuscular.

Pasa que a Carlos le comunican que él, junto a Margarita, tuvieron un hijo, lo cual ignoraba para su enorme sorpresa. Ahora ella ansía sobremanera poder verlo, toda vez se ha enterado que la madre adoptiva donde ella había dejado al bebé ha fallecido. Así, con su amigo Pichuquito (un maravilloso Jorge Marrale), inician un viaje desde la capital hasta el pie de la cordillera de Los Andes en busca de respuestas, que los enfrentarán a sus recuerdos, a sus miedos, pero sobre todo a sus verdaderos deseos y afanes. La historia de dos viejas glorias viajando a visitar a un hijo que nunca han visto antes.

En esta nueva película de la argentina Marina Seresesky el tango es por encima de todo un estado mental

La fotografía de Federico Rivares es maravillosa y atrapa y nos muestra los hermosos paisajes argentinos. Acompañado todo ello por una inspirada música para la ocasión de Nicolás Guerschberg.

En esta nueva película de la argentina Marina Seresesky el tango es por encima de todo un estado mental, pues no de otra manera se justifica su premisa. De modo otro sería inverosímil.

Margarita necesitara reencontrarse 40 años después con Carlos, su mítica pareja de danza y amor, y con el fin de hacerlo viajar desde España a Argentina, decide, junto con el eterno amigo Pichuquito, fingir su propia muerte. De otra manera no habría ido pues Margarita intuye que teniendo Carlos esposa, le sería muy difícil el viaje, de no ser porque se supone que ella ha muerto. En lo cual acierta plenamente.

El tiempo ha pasado, como ocurre justamente en los tangos, y la muerte de uno de ellos les congrega. Pero la muerte no se puede certificar si no hay cadáver. Lo que viene a continuación es una obra de viaje en línea recta y sin interrupciones detrás de algunos secretos irresueltos, algunos de ellos peliagudos.

Un viaje por carretera a través de la provincia de Rosario, que los viejos amantes emprenderán junto su mejor amigo y durante el que irán aflorando recuerdos, reproches y secretos.

El camino tiene los requiebros suficientes como para aclarar algunos asuntos, escenas graciosas muchas, paisajes y personajes de la Argentina recóndita, gente buena, hoteles de cuarta con horrible decoración, y también oportunidades para cantar con acompañamiento de orquesta, canciones con letras y mensajes inconfesables como la que le canta Pichuquito a Carlos.

De paso, edificios decadentes y también paisajes grandiosos. La Seresesky acierta a manejar con soltura las convenciones y principios de géneros diferentes, pero bien trabados, como la road movie, la comedia romántica y una pizca de drama senil mientras hablan de la existencia, del paso del tiempo y la nostalgia que deriva de todo eso.

Se celebra en esta obra la gozada de poder ver intérpretes en plenitud, graciosos pero muy serios y hasta de tristes

Cosas y asuntos pendientes, o que tardan demasiado en decirse, y el amor entre personas, también el amor al arte y a un país que se dejó atrás, con sus pasiones, sus elementos psicológicos latentes y cuantos cambios se han ido produciendo en los personajes. Una combinación de géneros cinematográficos sin forzar, sin chirriar; una película en la que todo fluye suavemente, como en una leve pendiente.

En ese trayecto hay humor, negro por momentos y siempre teñido de amargura y melancolía. El sarcasmo-tango, en esa clave aparecen Darío Grandinetti y Mercedes Morán, transformados en monumentos graves y a la vez desternillantes.

Todo ello es llevado adelante con la sustancial participación y las geniales interpretaciones de tres actores en estado de gracia, muy bien situados y a la vez sincronizados: Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale. Todo pomposo, pero también grotesco. Sin gesticulaciones vacuas, sin excesos que no vienen al cuento, todos perfectos, actores monumentales. Acompañando más que mejor están Pastora Vega, Agostina Pozzi, Lautaro Zera, Marcelo Xicarts y Carolina Sobisch

Dejo escrito Borges: «El tango crea un turbio / pasado irreal que de algún modo es cierto, / el recuerdo imposible de haber muerto / peleando, en una esquina del suburbio». Borges no era un hombre de acción, aunque sí sabía cómo sangrar una sensación en el poema, una reflexión en la prosa. Parecido a lo que acontece en el filme.

Y esto lo decía a ritmo de tango en su poema: «A qué, si no, el tango». Detrás, o al lado de ese tono serio y grave, un recital «de navajas limpias, sangre sucia, un poco de alcohol, cuernos mal llevados y afrenta con olor a cerrado siempre hay alguien que o sonríe o simplemente estalla a carcajadas» (Martínez).

Y de todo esto está compuesta la convicción de Marina Seresesky que irrumpió con este filme en la sección oficial de Málaga, al modo en que lo hacen las comedias en las secciones oficiales de los festivales. Pero aquí va la cosa de tangos y del Premio del Público, creo que muy merecido: es una peli que hace mella en el espectador, deja su huella por su humor, su drama, los personajes y una alocada historia que, a la vez, es creíble.

Se celebra en esta obra la gozada de poder ver intérpretes en plenitud, graciosos pero muy serios y hasta de tristes. Película que se hace cargo de un tono y una fuerza trágica, la de la música y el tango. Y como bien dice Martínez: «para buscarle las vueltas y hacer bueno aquello de que la mejor y más auténticas de las carcajadas nace en los velatorios, cuando ya todo está perdido».

En esta obra, Darío Grandinetti y Mercedes Morán bailan a su manera, sin perder el compás ni el gesto.

En esta obra, Darío Grandinetti y Mercedes Morán bailan a su manera, sin perder el compás ni el gesto, con el convencimiento de que la ponderación, el equilibrio y la sincronización de los movimientos lo son todo. Así, hasta que, ante los ojos sorprendidos del espectador distraído, o no, hace su aparición la extraña maravilla de la tragedia mutada en hilarante farsa.

La película conmueve y también perturba porque traslada al público el paso del tiempo, y a la vez, la idea de que lo esencial permaneces. Hay escenas que llegan a lo más hondo, pero lo hacen de una manera agradable. A veces nos reímos cuando puede que no toque reír, y sin trivializar el paso del tiempo, el espectador asume la rendición ante lo inevitable, asumiendo en cierto modo que es mejor quizá entregarse y sonreír ante la terca presencia y la mueca del destino.

En su poema Melancolía del destierro, José Ángel Valente escribe: «Lo peor es no ver que la nostalgia / es señal de engaño o que este otoño / la misma sangre que tuvimos canta / más cierta en otros labios. / Y peor es aún ascender como un globo, / quedarse a medio cielo, / deshincharse despacio, / caer en los tejados de espaldas a la plaza, no volver al gran día». Sí, mejor hacer bien las cosas y no dejarse arrastrar por una caída fatal e incluso ridícula. También de eso habla la película.

Al terminar, se pueden experimentar múltiples sensaciones, recuerdos e incluso vivencias, pues cada cual ha tenido las suyas. Porque cabe preguntarse si uno es el que se fue o el que quedó. Eso sirve no sólo para los que cambiaron físicamente de país. Porque todos cambiamos interiormente, aunque no nos hayamos movido del lugar donde nacimos.

Pero, en fin, el asunto es que cuando la intención es narrar un lugar, un tiempo o unas vivencias a las se puede anhelar volver, hay dos opciones: o hacemos un melodrama en toda regla, o caminamos por un fino y flojo hilo donde se entrelaza la comedia, el sarcasmo cotidiano y el drama. Esta última opción es la que sabiamente ha elegido Seresesky, dando lugar a un filme entrañable y cautivador.

En suma, comedia inocente y genuinamente sentimental. Con giros narrativos que me quedo con las ganas de desvelar, pero que no lo haré por ser spoiler, un reparto que, amén de calidad, inspira simpatía, y cuando vemos la vieja furgoneta Volkswagen en la lejanía de esos espacios australes e infinitos, parece que estemos viendo un olvidado juguete en el jardín de Dios, que es también el jardín de los hombres.

La película hace reír, conmueve, desafía. Todo a la vez, todo en la proporción justa. Y volvemos a Borges, a los últimos versos de su poema El Tango, contenido en El otro, el mismo, para despedir estos comentarios: «En los acordes hay antiguas cosas: / el otro patio y la entrevista parra. / (Detrás de las paredes recelosas / el Sur guarda un puñal y una guitarra.) / Esa ráfaga, el tango, esa diablura, / los atareados años desafía; / hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / menos que la liviana melodía, / que solo es tiempo. El Tango crea un turbio / pasado irreal que de algún modo es cierto, / el recuerdo imposible de haber muerto / peleando, en una esquina del suburbio».

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Patagonik / Me lo creo