Esperando a Dalí (2)

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Una paleta de colores bien cocinada

David Pujol es un director con una filmografía corta aún y entre sus títulos tiene dos documentales, uno que le dedica al famoso chef Ferran Adrià y otro al ilustre pintor Salvador Dalí.

Con ese bagaje artístico-culinario, Pujol se ha decidido a llevar a cabo una manera de filme-ensayo, donde fusiona estos dos mundos. Un cuadro o un plato, preparado como tiene que ser por sus personajes y temas, a caballo entre el surrealismo y lo mediterráneo. Vestido ello con una agradable y pintoresca vestimenta de comedia.

Es también Pujol quien escribe el libreto, incluyendo ingredientes y tonalidades simpáticas a casi todos sus personajes.

En la puesta en escena brilla la claridad de Cadaqués y un sentimiento amoroso y entrañable hacia la gastronomía original y el siempre versátil artista catalán, Salvador Dalí, al cual esperan ansiosamente en el restaurante.

Hay por cierto una secuencia muy bonita en la que se ve una barquita flotando en un mar sereno, con Jules y Fernando, que le llevan a Dalí una cacerola con sopa bullabesa, que a la vez que simpática e incluso cómica, es también bucólica.

Se desarrolla su historia mediando los años setenta, en 1974, cuando un joven cocinero, Fernando (Iván Massagué), y su revolucionario hermano, Alberto, huyen de Barcelona ávidos de renovación. Tras las revueltas de aquella época, los panfletos, la clandestinidad, la represión policial, los heridos (dos de ellos hermanos cocineros) y un amigo francés (Cazalé), son empujados a largarse de la Ciudad Condal hasta que calme la cosa.

Y aterrizan en la Costa Brava, en un bello lugar donde vive su novia (Clara Ponsot), en un restaurante caótico (pesadilla en la cocina), cuyo dueño (José García), el padre de la chica ha ambientado al estilo daliniano, un lugar donde la comida de Fernando solivianta y revoluciona el ámbito de la gastronomía, por cierta inspiración proveniente de la bella Cadaqués de aquellos 70.

Jules, el excéntrico dueño del restaurante donde trabajan, ve la oportunidad de cumplir un sueño suyo: que el gran Salvador Dalí venga a comer sus insólitos platos a su restaurante.

En cuanto al reparto, y en alusión al espíritu de la película, José García, gran actor francés con notable repertorio y posibilidades interpretativas, es quien se hace el amo de la escena con sus gestos y la palabra. En tanto, Ivan Massagué es más tendente a la introspección, la reflexión y la quietud. Diría que es una buena mixtura interpretativa.

Ello se adereza y se enriquece con el ingrediente de unos secundarios excelentes como Pol López, Paco Tous, José Ángel Egido (como chófer de Dalí), Pep Cruz, Vicky Peña (como Gala) y la espectacular Clara Ponsot: todos mirando al mar con un brillo irrepetible en sus ojos.

La dirección de la trama, la propia historia y los sucesivos acontecimientos se enfocan hacia un lugar predecible, pero que, a la postre, resulta grato de recorrer, tanto en lo romántico-amoroso, como en artístico, como en lo culinario. Pues, aunque las sorpresas no abunden, el viaje deviene cosa bonita y de agradecer.

Pujol tiene sin duda grandes aptitudes para conseguir crear una clima mágico, fantástico y surrealista, lo cual se ajusta a la temática y al estilo de la historia. La cinematografía y el diseño de producción son igualmente dignos de elogio, con colores palpitantes y una particular atención al detalle que cala en el ánimo y el espíritu de cualquier espectador sensible, lo cual colabora para que podamos meternos en el mundo de la película.

Hay quizá un poco de exceso en los tonos más oscuros y caricaturescos del personaje de la Benemérita o Guardia Civil que resulta impostado y muy encasillado en un cliché, dentro de un relato que es gracioso y por demás simpático. Puede que Pujol quisiera describir una época, cargar emocionalmente e incluso provocar intriga en una historia que en lo básico sucede fuera del interés de esos conflictos menores.

Cadaqués, años 70, Dalí y los inicios de Ferran Adrià.

Porque el dejo de esta comedia es juguetón, vivaracho, incluso se podría decir naíf, lo cual la convierte en un buen programa para mitigar la mala onda que produce tan intensos calores como estamos soportando en este verano de 2023. Incluso se sale del cine con una sonrisa.

Súmase a estas cualidades del filme unos bellos paisajes de Cadaqués que están al servicio de la historia y aunque en puridad no es un viaje turístico, la espectacular fotografía de Román Martínez Bujo, llevada a cabo con una extraordinaria sensibilidad, consigue dibujar una preciosa semblanza de la Costa Brava. La música de Pascal Comelade y la cuidada selección de temas que se escuchan, ponen el resto.

No me quiero olvidar de la aportación colorista y setentera de una colonia hippy instalada en el pueblo, con aquella ligereza de unas costumbres poco habituales en aquellos entonces y la libertad de sus actos y costumbres.

El filme está envuelto por una música instrumental de Pascal Comelade muy adecuada e incluso maravillosa, que le da un exquisito punto a la cinta: pone el tono exacto a la película. Es curioso, pero Comelade, nacido en Montpellier, en la región francesa de Languedoc-Rosellón, es hijo de una cocinera y autora de varios libros sobre cocina, especialmente medieval catalana.

Escribe Alverú en forma sugerente: «La vida se acabará antes de poder experimentarla por completo. Solo seremos capaces de solucionar esta desgarradora verdad mediante el arte. Por eso es tan emocionante toparse con una película que recoge, con entusiasmo, las sensaciones que transmiten lugares, personas u oficios. Y si tuviésemos que elegir una película para explicar la luz de Cadaqués, el amor por la cocina o la obsesión por un ídolo sería Esperando a Dalí».

Todo ello se traduce en un recorrido que es visual, que es emocional y cándido, un viaje mirando más hacia el interior, una obra que invita a la reflexión sobre la búsqueda de la pasión, de las ilusiones, de lo que hay de entrañable en nuestro mundo interno, en nuestra necesidad de construcción personal, de integridad y de autorrealización.

En favor de las personas mayores

Hace tiempo que soy de la opinión de que, así como hay un cine infantil o juvenil, hay también un cine para los mayores. Cuando se trata de obras reflexivas y de tempo lento, los mayores son más inclinados a disfrutar de ellas en tanto muchos jóvenes las califican de lentas o aburridas. La actual cultura azuza la vía de la acción y el frenesí para la niñez y la juventud.

Quiero subrayar que este tipo de películas, como Esperando a Dalí, son más del gusto de los adultos mayores. Cuando me fijo en el público que va a verlas, me doy cuenta fehacientemente.

Así como esta cinta puede abrir un caminito al mundo de las ilusiones y de la autorrealización, quiero recordar que, en general, pero particularmente en las personas de edad, se observa la necesidad de lograr una «vida autorrealizada» (utilizando el término del psicólogo neoyorquino Abraham Maslow). Esta realidad se asienta en disposiciones humanas muy presentes en los mayores, que sirven para continuar creciendo, alcanzar metas y objetivos personales elevados.

Son estas las disposiciones que en la vejez brindan motivación para continuar la vida con sentido y gratificación, aspectos muy próximos al concepto de «voluntad de sentido» de Victor Frankl o búsqueda de sentido a la propia vida, como motor que empuja.

Además, este tipo de cine, entre poético y de reflexión (y hay humor), no hace sino evidenciar que la «autorrealización», algo que inspira su visionado, es un derecho, una oportunidad que debe ser garantizada a través de propuestas concretas como la cultura en general y el cine particularmente.

En el año 1991, la Organización de las Naciones Unidas definió la autorrealización como un principio para la promoción de la calidad de vida, llegando a afirmar que «las personas de edad deberán poder aprovechar las oportunidades para desarrollar plenamente su potencial». Además: «deberán tener acceso a los recursos educativos, culturales, espirituales y recreativos de la sociedad para ello».

Creo poder afirmar que esta película será mejor degustada y recibida por el espectador de cierta edad, de más de cincuenta, para satisfacción y propio provecho personal.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Alfa Pictures