Estar en lo alto
Cuando la maquinaria del cine norteamericano realizado por estudios de gran empaque se activa para hacer una gran producción de tintes serios, lo cierto es que la misma maquinaria parece saber escoger los ingredientes a la perfección para que el producto resultante, amén de producir un rendimiento económico elevado, tenga buena consistencia para aguantar en lo alto. Sabemos que esto no es fácil si no se conjugan buenos factores de por medio y hay de por en medio una inversión tan grande como una montaña.
Ya que estamos hablando del Everest como eje central del filme, la inversión y las intenciones han ido directamente proporcionales al tamaño del lugar que da título y sentido a esta odisea. Empezamos con un plantel de actores que, aunque tengan más bien presencia recortada en un extenso metraje, dejen su particular huella en el mismo. Y la lista de nombres es verdaderamente envidiable que incluye a Jason Clarke, Josh Brolin, Sam Worthington, John Hawkes, Keira Knightley, Emily Watson y Robin Wright. Sólo por el trabajo de ellos, firme como una roca, ya merece este filme un visionado en la sala comercial.
Por supuesto, antes de conseguir reunir a tamaño elenco, hemos elaborado un guión que se considere decente. De hecho, se han requerido hasta cinco mentes pensantes para elaborar un libreto que se condensa en unas intensas dos horas. Sin un guión sólido, no se consigue a un buen reparto dispuesto a dejarse las ganas. Y nos falta otro elemento esencial, un director igual de sólido que el guión que tiene entre sus manos. Para ello, echamos el lazo a uno de esos directores que ya están integrados en eso llamado Hollywood y que están dando buenos resultados detrás de las cámaras.
Cuando ya tenemos todo esto, viene la parte técnica, que dadas las características de producción, debe ser excelsa. Tiene que aprovechar todo el rodaje en exteriores —la cinta se ha rodado entre Inglaterra, Nepal y los Alpes italianos— y tiene que ser visualmente atractiva como para no aburrir y contar la historia que cuenta: narra los desastrosos intentos de escalar el monte Everest en 1996 por dos expediciones diferentes. Ambas se vieron cegadas por una repentina tormenta que terminó con la muerte de ocho montañeros.
La experiencia Everest
El resultado de Everest, desde luego, es meritorio, aunque no pueda considerarse un éxito. Baltasar Kormákur ha rodado una cinta que combina las hazañas megalómanas con el sentimiento de las historias más íntimas y logra esconder, en el mejor sentido del término, el género al que en realidad se suscribe esta cinta, el del cine de catástrofes.
Pero todo está rodado con elegancia, saber estar y contención, lo que quizás impide que estemos delante de una trepidante película de aventuras catastróficas, y a la vez, esta misma insignia impide que estemos delante de un gran melodrama épico. Es decir, la mescolanza entre la tragedia humana narrada y el tinte de cinta deportiva-heroica no acaba de ser bien conjugado.
Y aquí es donde esta experiencia envolvente y satisfactoria pese a todo, pierde fuelle. Pasamos del susto a la lágrima, de la caída a la victoria, de la aventura colectiva al espacio individual y es este vaivén de circunstancias presentadas alternativamente la que no termina de ser redonda pese a que lo intenta con creces.
Digamos que hay demasiadas ambiciones contrapuestas que se traducen en un batiburrillo de géneros que nunca llegan a pisarse pero tampoco alcanzan convertirse en un todo. Tenemos ese foco con tendencia a la ficción-documento cuyo deseo es retratar verazmente los hechos acaecidos hace casi veinte años, mezclado con la narrativa prototípica de los relatos de aventura, con los momentos más apocalípticos, la descripción de las historias personales y, cómo no, el retrato de personajes.
También se evidencia la voluntad de rodar algo firme, sereno (no hay más que ver la profusión de planos que parecen que vayan a engullirse el rostro de los intérpretes), pero también hay que brindar momentos álgidos que impidan el bostezo de un público de masas. Demasiados mundos se unen en uno solo, aunque éste sea tan grande como la montaña que se pretende escalar.
Por otro lado, y esto hay que admitirlo, sus elementos analizados por separado son todos ellos admirables: la cinematografía de esta película merece que sea visionada en una sala de esas de alta definición, sonido poderoso y en 3D si el respetable lo aguanta: los momentos de tormenta, de vértigo o de simple profundidad en las montañas son verdaderamente sensacionales para admirar la vertiente mpticos ﷽﷽﷽momentos más apocalrónte los hechos acaecidos hace casi veinte años. Tenemos ese foco con tendncia al documento ramentás documental de la película.
Como hemos dicho, las interpretaciones son simplemente perfectas y la historia es suficientemente entretenida como para tenernos en vilo. Es la experiencia de estar en lo más alto la que logra ser contagiada y, pese a sus desequilibrios en tan difícil escalada, eso hay que agradecerlo.
Escribe Ferran Ramírez
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