Heimat: La otra tierra (4)

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Sueños, miserias…

heimat-1Y al fondo la realidad, que aguarda, deseando hacer acto de presencia para decirnos, no siempre al momento, que el tiempo que estamos viviendo forma parte, inevitable, del pasado y es el precursor, sin remedio, del futuro, ese que buscan, a veces con desesperación, los protagonistas de esta más que notable película de Edgar Reitz, que nos emociona con un apasionado blanco y negro, que se amolda a los tiempos que viven los protagonistas, y que nos ha cautivado.

Antes de centrarnos en Heimat: La otra tierra, sepamos que Edgar Reitz nació en noviembre de 1932, en Morbach, Alemania. Fundó en los años 60 el Filmgestaltungg, del que ha sido profesor. Es considerado como perteneciente al Nuevo Cine Alemán, sobre todo desde el premio recibido, en el Festival de Venecia, en 1967, por su Mahlzeiten (Lust for Love).

Ha realizado 10 cortos y 20 largometrajes, algunos para la televisión. Hacia 1984 lleva a cabo la primera incursión, la segunda sería en 2004, sobre el tema que nos ocupa, Heimat, del que filmó una serie (en 11 episodios la primera entrega), ya centrada en el siglo XX, sobre las andanzas de la familia Hunsrük, de gran éxito, y que cuenta cómo ha sido el nacimiento de la nación alemana.

Antecedente de todo es esta historia, en pleno siglo XIX, hacia 1884, que nos narra Jakob (excelente, más allá de lo creíble, Jan Dieter Schneider), por el que vamos conociendo las turbulencias políticas de la época, ayudadas por el despotismo imperante, lo que llevaba, a la mayoría de los pueblos, a una condición de desamparo tal, que hacía preciso emigrar, con tal de escapar del hambre y la miseria; y también de una sociedad que no amparaba a nadie.

Los hermanos, Jakob y Gustav, están sometidos a la pobreza, y a las formas autoritarias del padre, porque ninguno de ellos quiere seguir su trabajo en la herrería, sobre todo Jakob, que se dedica a leer. De ahí su protagonismo, porque no solo nos narra la historia, sino que nos hace ver el comportamiento de todo un pueblo intentando huir de sí mismo y de las circunstancias adversas en las que parece condenado a vivir.

Vamos viendo, y comprendiendo, cómo la gente se ilusiona con la idea de la emigración, sobre cuando hablan de Brasil, con momentos de unas breves y certeras pinceladas de color, y se ven a ellos mismos marchándose en largas caravanas, atravesando los lugares inhóspitos para llegar a una tierra donde la abundancia parece ser el norte y la guía.

Sin olvidar las paradojas e historias cotidianas de familias arrastradas, muy a su pesar, por la falta de estímulo y dispuestas a marcharse, abandonando la tierra que les vio nacer, y que se ha convertido en la terrible madrastra que no quiere a sus hijos. Y ocurría en medio de las labores diarias, desde labrar la tierra hasta errar a los caballos y, a veces, enamorarse, sentir que eres más con ese alguien que siente como tú, que te comprende.

Imágenes de rostros acerados, cortados, moldeados por el cansancio, a los que se les escapa una sonrisa cuando alguien les habla de sueños, de irse para que se cumplan. Porque su lema, en el fondo, y casi en la forma, “cualquier destino es mejor que la muerte”, podíamos decir que lo albergaban en el subconsciente, esperando el momento de cruzar, atravesar, el mar para irse al paraíso en la lejana Sudamérica.

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Porque a pesar de sus 230 minutos, es tan notable, y acertada, la indagación sobre las peculiaridades del ser humano, sus sueños y miserias, como llevamos diciendo, que nos impacta la sencilla manera que ha tenido Reitz para contárnoslo, para hacernos partícipes de sus ambivalencias, de sus esfuerzos para superarse a ellos mismos: teniendo como guía que se cumplan sus sueños.

Eso es, en todos los sentidos, lo que cualquier ser humano lleva dentro: que se hagan realidad sus aspiraciones. Ocurre así desde siempre; ahora concretado desde 1984 hasta nuestros días, con los que Heimat tiene más de un punto de contacto. De acuerdo, los movimientos migratorios actuales están provocados por la guerra; pero también están el hambre, el miedo y la desolación.

No queriendo ser pesimistas, la historia suele tener la costumbre de repetirse, si bien no en los mismos términos, pero sí casi en las circunstancias que la van configurando. Contemplando Heimat: La otra tierra sabemos que es así. Por eso agradecemos a Edgar Reitz su aportación, y su sentido de la responsabilidad, al comunicarnos como nos comportábamos hace algo más de siglo y medio.

Deseamos que vayan a ver Heimat: La otra tierra, los interesados por lo que hemos sido y estamos siendo. Y, por supuesto, todos: incluidos a cuantos les apasiona el cine testimonial y subjetivo, que nos habla con las imágenes necesarias y que llevan esa peculiaridad, innata a las buenas películas, para que complementemos con nuestra imaginación la realidad: la miseria y los sueños.

Escribe Carlos Losada

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