It follows (2)

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Una técnica exquisita… ¿y nada más?

it-follows-1Una película de terror de pequeño presupuesto sorprendió por su calidad en 1978. Un filme clave para el posterior cine norteamericano sobre el género. También (luego nos llegarían algunas películas suyas anteriores) sería la carta de presentación en España de un interesante director. La película era La noche de Halloween y el director John Carpenter.

Se puede decir que el tema era, casi, lo de menos, lo reamente interesante, con un guión aceptable, era el envoltorio de una celebración sangrienta donde el mal acechaba sin forma clara desde el impresionante comienzo: la cámara subjetiva ocultaba al asesino.

El filme de Carpenter dio lugar a varias secuelas con el mismo asesino, obligada representación del mal, siempre, como ocurriera con Drácula o cualquier otro genio del mal, saliendo indemne de cualquier acechanza que le llevase a la muerte o a ser encerrado. El mal termina por ganar la partida y estará dispuesto a acometer una nueva ronda de terror y destrucción.

Por aquel entonces ya habían surgido algunas de las figuras, con películas iniciáticas, del cine de terror norteamericano de los años setenta, como George Romero con La noche de los muertos vivientes (aunque fuera algo anterior concretamente de 1968), Tobe Hooper con La matanza de Texas (1974) o Wes Craven con La última casa a la izquierda (1972). Después, aunque tuviera películas anteriores, presentaría sus credenciales Sam Raimi con Posesión infernal (1980).

Cada uno, a su manera, trata de buscar nuevos caminos al género, pero Halloween y su mundo festivo y colorista, de juegos y seducciones, marcará una clara diferencia. Las referencias a este filme se multiplican en títulos repetitivos y de escasa entidad, desde ideas afines en los que el mal trata de enmendar al mal. Bueno, a ese tipo de mal que la acomodaticia sociedad lo señala como tal porque rompe, desde la juventud, normas y modos establecidos.

Los personajes jóvenes, mujeres sobre todo, siguen caminos de perdición tan simples como sentirse libres desde cualquier punto de vista y sobre todo desde el sexual. Y eso, claro, necesita ser condenado. Faltaría más, aunque sus faltas se condensen simplemente en sueños húmedos. En los sueños también cualquier Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street, 1984) está dispuesto, por la tremenda, a temperar los ánimos.

Ahora, en 2015, aparece (como algunos de los filmes anteriormente citados, La noche de Halloween incluida) un título de factura B que trata de recordar, y de administrar homenajes ocultos o descarados, a otros títulos y realizadores vengan o no a cuento. Se trata de, para la mayoría de los espectadores, la carta de presentación de un nuevo realizador. David Robert Mitchell con It follows (2014) y que muchos críticos se han apresurado a catalogarlo como una gran película de terror.

Y es que hoy en día cualquier película es elevada a los altares de la santa grandeza por la crítica en general verdadera, pagada, desorientada o sumisa. No hace mucho hemos asistido a la veneración de ese videojuego de pura adrenalina, facilón y de escaso seso, que es la cuarta parte de la historia de aquel guerrero de la carretera, Mad Max. Desde luego, al igual que en ese filme, se impone el desierto con sus tormentas de arena que impiden ver absolutamente nada.

It follows recuerda a La noche de Halloween en su dominio de la técnica, en el escaso presupuesto de su producción y en la muy interesante utilización de la música, que adquiere en ciertos momentos protagonismo.

Cambiemos el ejercicio de estilo de Capenter con la cámara subjetiva ya citado en el primer Halloween por unos movimientos de cámara inquietos, sin cortes, siguiendo a una (¡como no!) joven histérica perseguida por no se sabe muy bien qué y tendremos el inicio de este filme de Mitchell. Que también, en este interesante prólogo, sabe jugar muy bien con la música y con la oscuridad.

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No es, claro, la única referencia que venga o no a cuento emplea Mitchell en su filme. Aparte de una maldición estilo The ring (en el original de Nakata, 1998, o en el remake de Verbinski, 2002) aunque en otro nivel, se podría señalar El sexto sentido (1999) de Shyamalan o irnos hasta otros filmes de jovencitas/jovencitos aniquilados por querer salirse del camino al igual que tantas caperucitas, Hansel y Gretel, pulgarcitos… estuvieron a punto de perecer por no hacer caso de los buenos consejos dictadores de sus vidas.

Y, por supuesto, en esta ceremonia de ascensión, no estaría de más recordar a los antiguos, y admirados, títulos producidos por Val Lewton (1904-1951) y  en los cuales pusieron su talento, por ejemplo, Tourneur, Wise o Robson. La presencia de la escena —sin sentido aquí, muy consecuente allá— de la piscina de La mujer pantera (1942) de Jacques Tourneur es un claro ejemplo de los tics amistosos representados en It follows.

Aunque hayan hablado de este título de Mitchell como su debut en el cine, no es así. Su primer largometraje, no estrenado en España, es El mito de la adolescencia (2010) que posee, salvo el género, bastante afinidad con It follows.

Ambas hablan de jóvenes, transcurre la acción en Detroit y la noche es protagonista de la narración.  Como aquí. En aquella primera película, como cinéfilo que es su director, el recuerdo de Truffaut no era descabellado. 

Si este segundo largometraje de Mitchell es interesante en cuanto a su técnica, no lo es respecto a un guión en el que muchas cosas dan igual, en la resolución de momentos sin demasiado sentido, o sea válidos en sí pero inútiles en su conjunto y sobre todo en lo referente a su tesis, al estilo de la mayor parte de las películas juveniles, con un tufillo de lo más reaccionario.

Se trata, a groso modo, de una maldición que pasa de unos cuerpos a otros por transmisión sexual. Y el que opta por tener sexo lo tiene claro. ¿Por qué no quedarnos en el amor infantil de ese primer beso a cuyo lugar hay que volver? ¿Amor sin sexo? Está claro el que realiza el acto sexual será perseguido por… mujeres, hombres, seres deformes o no deformes, por cualquiera. Por supuesto son los jóvenes los que tienen sexo y una vez descubierto el horror que eso conlleva tratan de transmitirlo a los demás.

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¿De qué está hablando Mitchell? Algunos incluso pueden citar al Sida como el mal que persigue. O vete a saber qué.

En esas idas y vueltas, Mitchell quiere hablar de otras cosas, en un filme donde prácticamente sólo aparecen jóvenes (ellos conducen, van de una casa a otra, sufren o se divierten) y donde los adultos no tienen sitio (son eliminados casi totalmente en el guión).

Habla de la perdida, con lo bonita que era, y sin problemas además, de la niñez, del (maldito) crecimiento y de por tanto la presencia, o acercamiento, de la muerte. 

Le gusta filosofar, o algo por el estilo al realizador (y no como la original paloma que filosofaba sobre una rama). Emitir comparaciones. Ver la impotencia de una joven intentando sobrevivir a los ataques del mal en una piscina. Difícil lo tiene al igual que lo tuvo aquella hormiga a la que la propia jovencita quita de su pierna y la arroja a la profundidad de una piscina (¡que malvada joven eliminando así a indefensos bichitos! ¿Acaso no se da cuenta que ella también puede ser una hormiga?).

Hormiga, flores acariciadas y luego aplastadas, televisiones preparadas en una piscina (con tormenta incluida en una noche de Walpurgis) para acabar con el mal. El sitio, para eliminar el mal, la piscina, donde la jovencita y el jovencito, que no puede conseguir los favores de su amada, se besaron cuando eran unos niños inocentes.

Y a todo esto la diferencia entre el ayer y el hoy. El ayer, o sea la juventud, con las casas bonitas, con sus jardines, el sol en lo alto, la feliz salida de los chicos y chicas al colegio, de los padres con sus coches, al trabajo y de las madres ordenando la casa; el hoy con los edificios en ruinas, la negrura, las fulanas en las calles. El día ha sido sustituido por la noche. El día lo bueno, la noche lo malo.

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Al igual que ocurría en la ya citada El sexto sentido, Mitchell nos invita a un juego donde cambia y altera las reglas cuando le conviene. Es decir, nos está constantemente engañando (caso de los muertos perseguidores, los que quizá sean los transfigurados por el sexo. Vaya usted a saber), alterando las propuestas. ¿Cómo si nadie, excepto los que han tenido sexo, pueden ver a quienes les persiguen, al parecer corporales pero invisibles, se hacen visibles, al igual que ocurre en las películas de personas inventoras de invisibilidades, al echarles encima, por ejemplo, una sábana?

Esta dicho que la película falla en su escena clímax sacada de una chistera mágica. Carece de sentido. Al igual que la mayor parte de un filme cuyo guión, estructura y desarrollo parecen prendidos con alfiles a punto de saltar a la primera de cambio.

Videojuegos, series televisivas donde se pierde la noción del espacio tiempo y de la propia narración en la que todo es posible, o mejor dicho, dónde nada lo es porque todo da igual. Lo único que parece valer, tener entidad es una sucesión de escenas de quita y pon todo en función de ese momento sin que el antes, ni el después (ni el propio momento) importen demasiado.

It follows parece más de lo que es, amaga pero se enroca y termina por vagar por terrenos nada claros.

Queda su vigor narrativo, su aparente cascada de ideas, la utilización de la música, la atmósfera de algunos momentos, la presencia de una ciudad (Detroit) destruida, dominada por el miedo. Un miedo, en definitiva, a vivir.

It follows se cierra, sin cierre, de una forma clásica en el género. Los dos jovencitos que creen haber alcanzado el ¿amor? marchan cogiditos de la mano ignorando que detrás de ellos…

Escribe Adolfo Bellido López

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