La historia de Jim (3)

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Paternidad, drama y carga psicológica

Película de los directores franceses Arnaud y Jean-Marie Larrieu, resulta de una adaptación libre de la novela de Pierric Bailly Le roman de Jim. La cinta fue presentada en el programa Premiere en el 77º del Festival de Cine de Cannes.

La historia es complicada y extraña porque se trata de un padre que no ha engendrado, aunque sí ha criado con amor a un niño cuyo padre biológico un día reaparece. La pregunta es si se puede compartir la paternidad.

Esta pregunta es analizada y explorada magníficamente en esta película bien llevada, una historia de giros y vueltas y una historia conmovedora que abarca casi 27 años, siguiendo a un antihéroe (heroico), un abnegado, un hombre bueno (en exceso sin duda) interpretado brillantemente por Karim Leklou. Aunque al final explico algunos de los supuestos hándicaps de este personaje.

Comienza la cosa con Aymeric un joven de 20 años que busca su identidad, encontrarse a sí mismo. En 1996, Aymeric está hecho polvo y tras abandonar la escuela, regresa a vivir con sus padres en Saint-Claude, en el Jura, donde trabaja como empleado de almacén

Pero la mala fortuna quiere que se junte con amigos poco recomendables que lo involucran en el robo de cuadros en casas particulares. Pasa unos meses fingiendo ser otra persona, antes de ir a prisión, en la cual está dos años.

En el invierno de 2000 comienza lo que habría de marcar para siempre su vida. Aymeric se encuentra con Florence, una antigua compañera de trabajo, una noche en Saint-Claude. La joven está embarazada de seis meses y es soltera.

El muchacho la recibe en tono afable, muy amable. Todo lo contrario del padre del hijo que lleva en su vientre, un hombre casado que ha dejado claro que no dejará a su esposa e hijos por Florence. Pronto, ambos se mudan e inician la crianza del hijo de Florence, Jim, como si fuera suyo, en la casa de campo de su madre. Esto marca toda su vida: se une a la enfermera Florence y cuando da a luz a Jim, Aymeric está allí presente, incluso cortando el cordón umbilical.

Durante siete años Aymeric hace de padre modelo de Jim, haciendo de todo un poco: paseando al nene, jugando con él, compartiendo mil cosas, mientras transcurren unos años felices, de genuina unión paterno filial, un padre entregado a su hijo y un niño que adora a su padre. Es un vástago, a los efectos, como si fuera suyo.

Vida idílica la de esta díada padre-hijo. El niño crece pronto, lo hace como un niño seguro, alegre y lúdico. Esta feliz con su vida. Ama pasar el tiempo con Aymeric, el único padre que ha conocido, que inspira y guía su infantil y perspicaz mirada al mundo que lo rodea.

En el corazón de la campiña donde se establece la pequeña familia viven con esfuerzo, pero contentos esta osada y riesgosa aventura. Hasta que aparece Christophe, el padre biológico del niño. Lo que podría derivar hacia el melodrama, es el inicio de una odisea hacia la paternidad. Al principio, al menos.

Christophe ha aparecido de súbito, conmocionado por un duelo cruel, y es presentado a su hijo como un «viejo amigo de mamá». Pero para Aymeric y Jim, nada volverá a ser igual, el destino cambia sus vidas y su felicidad, troca su unión en alejamiento y su genuino amor, casi en olvido.

El filme está narrado en off por Aymeric, una historia quealumbra interiormente de manera sensacional a su protagonista a todos los niveles: de frente, en los laterales, a ras de suelo y desde el cielo, a través del destino poliédrico de un hombre y la perspectiva reflexiva del hijo.

Los hermanos Larrieu, en un libreto junto a Antoine Jaccoud, van tejiendo las diversas elipsis temporales con una inteligente fluidez. Aciertan a dotar a cada personaje de una identidad real (mención especial a Sara Giraudeau, la que será pareja estable de Aymeric).

También, le dan a la historia una dimensión conmovedora y tierna, retratado por la sutil fotografía vintage de Irina Lubtchansky, junto a la música de Bertrand Belin y Shane Copin, todo lo cual hace de esta película una obra por demás interesante y, seguro, un eslabón principal en la carrera cinematográfica de estos dos hermanos.

Los Larrieu tienen en la templada maestría interpretativa de Karim Leklou un aliado perfecto para encarnar esa la bondad machadiana, la de un hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra. Pero, además, cuentan con un reparto de lujo con actores y actrices como Laetitia Dosch, Sara Giraudeau, Bertrand Belin, Andranic Manet, Noée Abit o Robinson Stévenina. Todos muy bien, en línea con sus roles y en una actuación conjuntada y brillante.

La impasibilidad de Aymeric es lo que define el pulso de este drama

Desconcierto pasivo

La impasibilidad de Aymeric es lo que define el pulso de este drama. Él mismo es consciente de que a menudo se deja llevar por la vida: «Atraigo historias complicadas y tratos turbios», le dice a Florence al principio. Nuestro protagonista, más allá de su bondad, es un ser que no casualmente se ha encontrado en medio de una historia de complicaciones, y que no acierta a reaccionar.

Cuando Florence admite que está lista para comenzar una nueva vida en Canadá con el joven Jim y su padre biológico, Aymeric no protesta. No lucha. Simplemente acepta su decisión y se encuentra sin saber qué hacer cuando su comunicación con esa familia finalmente va disminuyendo por la distancia.

Nuestro actor Leklou interpreta a Aymeric casi como un santo que de buenón es cuasi bobo, cuyas expresiones de ojos saltones delatan un desconcierto pasivo. Por eso es por lo que se siente atraído por la fotografía, colocándose como testigo, en lugar de actuar; observar en lugar de estar; documentar en lugar de involucrarse.

Justamente, son las fotografías de nuestro personaje las que salpican visualmente la película. Esas instantáneas ofrecen destellos del mundo que ve Aymeric, de la vida que una vez construyó con Jim y que, décadas después, intentará reconstruir para sí mismo, e incluso para el hijo al que se vio obligado a renunciar.

Salvo esos destellos fotográficos, le película se cuenta con claridad y sencillez, se desarrolla con fluidez, incluso al narrar una historia llena de lagunas, tropiezos y momentos endiablados que se obvian. Eso sí, aunque la historia se desarrolla a través de décadas, la cinta no resulta forzada ni recortada.

o que puede por momentos parecer amabilidad y bondad en Aymeric, podría percibirse también como falta de pasión

Cierre y «falta básica»

Lo que puede por momentos parecer amabilidad y bondad en Aymeric, podría percibirse también como falta de pasión y de energía, como que le tendría (hipotéticamente) que haber puesto las cosas en su sitio, enérgicamente, a la madre y al padre biológico, en su momento.

Pero no, y lo que resulta es como que falta algo en el personaje, hay un «hueco», me recuerda el concepto psicoanalítico de «falta básica» de Michael Balint, que viene a significar, aplicado al Aymeric, una vivencia profunda de defecto y carencia surgida precozmente, causado por una defectuosa crianza en su entorno primario. Es como que en Aymeric hay una falta emocional original, un hueco afectivo, que sólo podría ser enderezado a través de una relación terapéutica con un psicoanalista o similar.

Es de este modo que la película parte de una línea argumental nuclear, sobre la que es difícil construir un metraje completo. Mientras que la obra se precipita hacia un desenlace sentimental que juega con los clichés de los melodramas sentimentales (secretos familiares y malentendidos fatídicos, etc.), sin embargo, no puede escapar de la sensación de desapego emocional y pasividad en la que se basa.

Película meritoria que merece la pena y que da motivos diversos para reflexionar, particularmente sobre el concepto de paternidad, pues no basta con engendrar para ejercer la función paterna como es menester.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Filmin