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Parece una buena película
Escribe Luis Tormo
La leyenda del DJ Frankie Wilde (horroroso título español que nada tiene que ver con el original, It’s all gone Pete Tong) es una realización del año 2004 que ahora, cuatro años después, consigue su distribución en España. Coproducida entre Gran Bretaña y Canadá, el filme obtuvo cierta repercusión en diferentes festivales especializados en cine independiente y narra la biografía de un famoso DJ que teniendo como base de operaciones la isla de Ibiza consigue una enorme repercusión como pinchadiscos, labrándose una carrera como creador de su propia producción musical.
El guión se articula en torno a dos características. Por un lado, se recurre a una estructura adscrita a la descripción del ascenso y caída del personaje. Así vemos como el disc jockey consigue una considerable notoriedad hasta que una mezcla de excesos y problemas de salud le hunden en los abismos; drogas, desorden personal y un acuciante problema auditivo (que le dejará sordo) finiquitan una vida de éxito. Pero el tesón y la insistencia en revelarse contra ese destino cruel hacen que finalmente Frankie pueda salir adelante.
Y por otra parte, para contarnos este argumento, Michael Dowse recurre al falso documental, es decir, imágenes y opiniones de personas que lo han conocido, que narran frente a la cámara las vivencias del personaje. Algunas de estas personas que desfilan por la pantalla son reconocidos profesionales del negocio musical, incluyendo al DJ Pete Tong (de quien se utiliza una conocida frase suya para dar título al filme), pero hay que remarcar que el filme es totalmente una creación de ficción. Esta aproximación a un personaje recuerda el planteamiento de 24 hour party people de Winterbottom, con la diferencia de que allí los acontecimientos que se narraban sí eran reales y que la película era infinitamente mejor.
Porque el problema que tiene esta película es que todo “parece”. Parece que estamos ante una película desenfadada, que nos quiere contar, de una manera desmadrada, la vida de desenfreno de esos años de Ibiza, cuando tras el periodo posthippy la isla se convirtió a finales de los 80 en el buque insignia de un tipo de diversión muy especial (fiesta musical continua, after hours, lounge, raven, ambient…). Parece que estamos ante un guión que reivindica la libertad y donde no se no juzga a los personajes, parece que no hay problemas en mostrar los problemas de esa diversión (consumo de drogas, sexo, etc.), pero atención que sólo parece.
En realidad, si desvestimos al filme de Michael Dowse de su ropaje exterior, la película se asemeja más a un telefilme donde se nos adoctrina sobre los peligros de una vida disoluta y de cómo con voluntad y amor es posible corregir el camino erróneo.
Así, Frankie, a quien se le reconoce un especial mérito artístico y que de pronto es castigado con un impedimento físico que le imposibilita realizar su trabajo, es capaz de superar el contratiempo cambiando su forma de vida. Para ello, el filme se encarga de presentar ese monstruo, una especie de oso/hurón, que simboliza todo el mal (drogas, sexo) y que sabemos que no es otro que él mismo, y a quien el protagonista debe aniquilar, matar, destruir para poder salir adelante.
A partir de ese momento, Frankie consigue volver a realizar un disco estando sordo, triunfa y se aparta definitivamente de esa vida, desapareciendo de la escena musical, para dedicarse a la enseñanza de niños sordos. ¿Y cómo lo consigue? ¿Con su antigua mujer que le engañaba? ¿Con sus colegas que le fomentaban la necesidad del triunfo? Obviamente, no. Lo conseguirá con el amor de una mujer que es capaz de hacerle entender el mundo (le enseña el lenguaje de los signos) y por fin Frankie abandonará el mundo anterior (vicios, fama) para ser un ciudadano desconocido pero feliz. Ese hombre que la película ha definido como un ser atormentado (se le compara con Bethoveen, en un cuadro se identifica como Van Gogh y en el tema final que acompaña los títulos de crédito suena el Good vibrations, la obra maestra de The Beach Boys, cuyo autor y líder, Brain Wilson, sordo de un oído, desapareció durante años del panorama musical por innumerables problemas personales) consigue dominar sus demonios para triunfar en la vida (ahora tendrá realmente un hijo suyo).
Pero es que además no hay ningún tipo de análisis o interrogante sobre este fenómeno musical: qué contribución ha tenido a nivel sociológico para los jóvenes, por qué determinados disc jokeys han saltado la barrera de pinchar música para realizar sus propias creaciones… Y es que estos aspectos no interesan nada en la película. La fachada muestra ese mundo, con una imagen de Ibiza plagada de tópicos, pero que fácilmente podría sustituirse por un argumento centrado en un actor de éxito o un conocido deportista que debido a las drogas y a la fama o por un problema físico pierde el control de su vida.
Y ya para terminar, el guión tampoco confía en sí mismo y necesita recurrir a la reiteración para dejar bien claro al espectador lo que está contando. Así, cuando Frankie debe reorientar su vida y decide matar a ese monstruo que le atenaza disparando sobre él, vemos cómo se quita la careta para mostrar el rostro de Frankie (para que veamos que el problema es el propio Frankie).
En la parte final, cuando Frankie desaparece de la escena musical hay una idea preciosa para terminar la película que muestra a Frankie, sentado en el suelo de una calle tocando un pequeño instrumento de percusión, oculto bajo una capucha como si fuera un pedigüeño, y que es recogido por su mujer (y con un niño que intuimos es suyo) para alejarse andando. Podría ser un buen final pues la película ha expuesto los últimos testimonios donde todos explican los diferentes rumores en torno a Frankie (que se encuentra desaparecido, que murió, que vive retirado) y terminar en ese momento hubiera sido lo más adecuado. Pero el filme aun va más allá y efectúa una coda final para mostrarnos cómo Frankie se dedica ahora a ayudar a los niños (e insistir que ya sólo bebe agua) en un último plano que hubiera debido quedarse en la sala de montaje.
Lastima de película que, debajo de un revestimiento de modernidad, se adscribe a una adocenada narración más bien conservadora y que termina arruinando tanto el planteamiento inicial como el buen trabajo que exhibe en la pantalla de su actor principal, Paul Kaye.
