Wes Anderson cuenta un cuento
Que Wes Anderson es un juguetón ya lo sabíamos. Hace lo que quiere y a su llamada acuden grandes actores sin preguntar de qué va eso. Lo mismo hace una parodia de Jacques Cousteau (Life Acuatic), que da la vuelta al gran escritor Stefan Zweig (Gran Hotel Budapest) o se une frecuentemente con Roman Coppola para escribir el guion y, en más de un caso, rodar juntos un corto, porque Anderson ha realizado muchos cortos, aunque se tuviera la noción de que había realizado únicamente uno (Hotel Chevalier) y eso porque este corto de 13 minutos precedía al filme Viaje a Darjeeling.
El corto incluso tiene la gran virtud de no parecerse para nada a Anderson y ser un experimento: una pareja en el interior de la habitación de un hotel. Digo experimento en cuanto está exento de las gracias propias del director y de los numerosos personajes que aparecen en sus películas. El largometraje en aquel programa hablaba de la población india de Darjeeling, cuya traducción sería la tierra del rayo, célebre por el té que allí se produce y por el tren del Himalaya, patrimonio de la Humanidad. Parece que con ese filme mostraba su amor hacia la India, al tiempo que homenajeaba al gran director indio Satyajit Ray.
Anderson ha ganado muchos premios en festivales y en los Globos de Oro. En su carácter de experimentar ha realizado también películas de animación con el sistema stop motion siendo Fantástico Señor Fox (2009) la primera, un procedimiento que ya había utilizado en Life Acuatic y que ha seguido utilizando en varias de sus largos y cortos; sin ir más lejos también lo utiliza en el reciente y oscarizado mediometraje La maravillosa historia de Henry Sugar.
Los directores que admira son una mezcla difícil de entender. Según ha afirmado son Kubrick, Polanski, Welles, Scorsese y Almodóvar, mezclados todos ellos puede ser que nos acerquemos más fácilmente al mundo desquiciado en el que se mueven los personajes de sus películas, llegando, quizá, al máximo en su último largometraje, Asteroide City.
En una entrevista afirmó: «No intento repetirme, pero al parecer lo hago continuamente. Lo que quiero es hacer películas personales que interesen al público». Quizá no sea consciente de ello pero su cine, por el estilo personal, es siempre reconocido por su excentricidad, el maremágnum de los personajes que forman casi siempre grupos de actores, en acciones peregrinas y llenas de incoherencias. Que Anderson haga esas cosas, juegue con las imágenes, se debe quizá a ser propietario de una productora que fundó en 1998, lo que también le ha permitido ser actor, guionista y director de sus películas.
Hasta hoy, había ganado un premio en el festival de Berlín, en los BAFTA del cine inglés, en los Globos de Oro, siendo nominado varias veces para los Oscar, yéndose de vacío… hasta que lo ha obtenido en 2024 el mediometraje (mejor llamarlo así que cortometraje ya que tiene un duración de 40 minutos) La maravillosa historia de Henry Sugar, inspirado en una narración de Roald Dahl, un escritor al que admira, habiendo ya rodado sobre una obra suya Fantástico Señor Fox.
La India, Dahl y su reconocido estilo cromático se dan cita en la película de ese personaje llamado Henry Sugar, nombre que no es el verdadero ya que, como se dice en el filme, su nombre debe ser ignorado.
La realización de esta película se debe a Netflix que contrató a Anderson para que llevase a cabo cuatro historias del escritor. Las otras tres, ya realizadas, son Venganza, El cine y El exterminador de ratas, todas ellas están ya disponibles en la plataforma, todos con el mismo estilo. Simplemente, y vamos a referirnos a la premiada, trata de contar esos cuentos de Dahl con las mismas palabras del escritor. Es decir, ahora Anderson inventa otra nueva forma de rodar: cuenta el cuento tal cual el escritor lo escribió.
En la primera escena se nos muestra la mesa del cobertizo donde el escritor realiza su tarea, enseguida pasamos a verle. Entonces comienza a hablar a los espectadores diciendo quien es y de qué forma trabaja, unas veces viéndole afilar el lápiz, iniciar el escrito o mirar directamente al espectador. Luego sale el exterior. Se utiliza un travelling hacia la puerta para encadenar con su salida de la casa para llevarnos a un mundo dibujado.
A partir de aquí, del comienzo de la historia, se nos presenta a Henry Sugar, un rico aburrido junto a otros ricos aburridos, sentando en una ventana, mientras sus compañeros están centrados al fondo de la habitación jugando probablemente a un juego de cartas. Mientras Sugar va haciendo las diferentes acciones y movimientos, no deja de escucharse la voz de Dahl (interpretado nada menos que por Ralph Fiennes) explicando todo lo que va viendo el personaje.
Henry Sugar sale de la habitación y empieza a recorrer la casa. De forma accidental pasa a la biblioteca llena de arriba debajo de libros, pero le llama la atención uno pequeño sobresaliendo de los más grandes, por lo que lo coge y nos va diciendo todo: el color que vemos, que la primera página está en blanco y que en la segunda hay una título que dice algo parecido a la increíble historia de el hombre que ve sin utilizar los ojos.
La acción siguiendo el libro nos transporta a Calcula lo que le da pie a Anderson para que aparezca un gurú. La acción del personaje muestra su habilidad para, concentrándose, ser capaz de de leer, saber cualquier cosa situada ante él teniendo los ojos tapados. El juego consistirá en pasar de un personaje a otro en busca del secreto de esa visión. Entre ellos está el gurú, curioso que, enfadado, tira una piedra al personaje del escrito, luego se arrepiente de lo hecho y le comunica el secreto de la visión sin ojos.
De ese personaje se pasa a un médico, que es quien ha escrito el libro que lee Sugar. Al leerlo descubre el secreto para ver cualquier cosa sin utilizar los ojos, lo que le lleva a hacer trampas en los casinos y ganar mucho dinero, llegando un momento en el que se aburre y, finalmente, ante las palabras de un angelito en forma de policía, le haga ver que el dinero lo utilice a crear hospitales, colegios…Y nuestro hombre utilizará mil disfraces (visto en un plano fijo en el que aparece Sugar vestido de tal manera, luego de otras…en el salón de su casa).
La forma de tratar el filme es siempre la misma: plano fijo sobre los personajes, telones que suben y bajan para transformarse en otra cosa. Un método teatral, pero en consonancia con la obra de Anderson y algunos de sus excelentes trucos. El color está en la línea de sus otras obras, lo mismo que los encuadres, en caso de no parecerle correcto, un tramoyista u obrero que está al cuidado de que todo quede perfecto entra en acción por uno de los laterales: por ejemplo, pide al personaje que se levante de la silla situada en un extremo y la pone en otro extremo indicando a la persona que se siente.
Hay algunas transiciones en el paso de un momento a otro, siempre en un plano fijo, realmente muy conseguidas como son por ejemplo los decorados que representan una selva. Hay pequeños detalles de humor o para ver que eso no se consigue. Se habla de que el gurú se eleva tantos centímetros y luego vuelve al cojín en que se sentaba, tal cual estaba, pero en realidad no vemos esa acción del gurú que permanece sentado todo el rato.
Telones subiendo y bajando, espacios vacios que los técnicos piden salga el personaje para que no quede todo vacio. Muy bien resuelto el momento en que Sugar, en plano fijo, va arrojando dinero a la calle desde un balcón, viendo lo que pasa en la calle por las voces, el ajetreo que tiene lugar, momento que concluye con la llegada del policía a través del cual, y de su regañina, comprenderá lo absurdo de su acto, dando pie al final moralista, habiendo jugueteado antes con otros finales según la película u obra que sea.
No es solo que se nos cuente un cuento con moraleja y que al final Dahl con dos de los actuantes se coloquen en silencio detrás de una valla para recibir, se supone, los aplausos del público. La película es pues, nada más, la representación, la visualización del texto de Dahl tal como la imagina Anderson, sin dejar a un lado su forma de construir los momentos, de utilizar muy bien sucolor.
Nos podríamos preguntar si esto es cine, si Anderson está imitando o homenajeando a Méliès y a todos los primeros realizadores de películas, o es un sistema que no va a ninguna parte más que a complacer el ego del director, dando nueva cuenta de su ¿genialidad?
¿A qué se debe que haya conseguido el Oscar? ¿Se ha querido rendir tributo a Anderson que no tenía ninguno o a dar paso a una nueva forma de cine o de lo que sea?
Cómo siempre, grandes, enormes actores han acudido a la llamada de Anderson, que los ha captado con ese nivel de seducción que parece tener.
Bien vale lo visto como un juego, uno más a los que nos tiene acostumbrados Anderson, y que los puede llevar a cabo por ser quien es e incluso embarcar en ello a actores y actrices (en esta historia no hay más que actores) en locos proyectos.
Un filme ensayo —o como se quiera decir— que se agota en sí mismo, que no tiene más recorrido. Inútil o no es uno más de los caprichos de Anderson bendecido además por la plataforma de las plataformas. Insólito, pero cierto. Puede gustar, sorprender, pasar a otra cosa o acordarse del director y de todo el equipo, según las personas que lo vean y juzguen.
Esperamos que Anderson se anime a realizar sus nuevas películas como alguna de las primeras que realizó, incluso como era la desconcertante Hotel Budapest.
Sea como sea, seguro que a nadie dejará indiferente tan asombrosa peliculita que a algunos sonrojará que le hayan dado nada menos que un Oscar.
Escribe Adolfo Bellido | Fotos Netflix