La mujer de negro: El ángel de la muerte (3)

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Esos miedos invisibles

la-mujer-de-negro-2-1Aunque no tanto, sobre todo si se trata de ocultarlos, disimularlos… Y como antecedente vamos a situarnos en el interior del metro londinense, en 1941, durante los bombardeos alemanes, porque allí se refugiaban sus habitantes para no ser víctimas de las explosiones que provocaban. Dada la peligrosa situación, y porque muchos padres no pueden hacerse cargo de ellos, evacúan a unos escolares, con dos maestras a su cuidado.

Los llevan a la aldea de Crythin Gifford, casi abandonada, porque allí se ubica la enorme mansión Eel Marsh, donde tienen espacio de sobra. Esa mansión está conectada con la aldea por la carretera de las Nueve Vidas, que desaparece periódicamente con las mareas, con lo que la situación de aislamiento es aún mayor: una isla. Casi al mismo tiempo que ellos llega un piloto de la RAF, que ha perdido a sus compañeros.

La atmósfera de la imponente Eel Marsh, con sus diversas habitaciones, sus cuartos semiocultos, las puertas que se cierran inesperadamente, las escaleras que se pierden en las alturas, y esas sombras que parecen ocultar a alguien, es lo mejor, con mucho, de esta película atípica, que juega con la presunta inocencia de los escolares, las indagaciones y descubrimientos de las maestras y los interrogantes que no deja de plantearse Harry, el piloto, excelentemente incorporado por Jeremy Irvine.

Y la presencia del niño que no habla, que llevaron en el último momento cuando iban a evacuarlos, traumatizado por el bombardeo en su casa, donde murieron sus padres, y que se expresa siempre escribiendo, mirando sin ver, respirando como si fuese lo que no debe, ni puede, dejar de hacer…

Se lo entregaron a Eve (acertada Phoebe Fox, si no fuese por sus peinados y vestidos, como recién salidos de la peluquería y el tinte), con quien establece un vínculo de dependencia, y ella lo toma bajo su protección, leyendo con ansiedad lo que le escribe.

Una secuencia muy notable tiene lugar cuando Eve lo ve salir de una habitación, que se ha cerrado a su espalda, y le pregunta qué ha pasado dentro. El niño escribe “Me ha dicho que no lo diga”. Las intenciones están diáfanas, y así Eve y su superiora Jean (una muy buena Helen McCroy), quieren convencer a todos que lo que ocurre no es real, que puede ser un sueño. Tal como ese miedo que unos y otros quisieran ocultar.

¿Ocultarlo de qué y de quién? En esa bruma densa de las imponentes mansiones abandonadas, en cualquiera de sus estancias, y en sus alrededores, se vislumbran atisbos de una presencia, misteriosa y sutil, que nunca se ha ido, que no olvida, que no perdona… Por eso los escolares rezan antes de acostarse.

Lo presentimos en esa mecedora que no cesa de balancearse, en las mareas controlando sus vidas, en las ausencias calladas de las puertas al cerrarse. Y en ese mutismo exagerado, como provocando, o bien en sus consejos de que no cuenten las visiones que tengan, de los pocos que merodean por los alrededores.

La mujer de negro: El ángel de la muerte, hubiera sido más apabullante de contar con más sutilidad la relación física entre seres humanos y densidades corpóreas de mansiones lejanas, pleamares incesantes, flujos malévolos y la presencia de árboles, plantas, flores, animales de tierra y aire.

Tom Harper, y su equipo técnico y artístico, han intentado hacer buena de nuevo a la Hammer, y casi han estado a punto de conseguirlo del todo. Ver sin prejuicios La mujer de negro: El ángel de la muerte es un buen ejercicio para las mentes abiertas, siempre dispuestas a esos miedos invisibles.

Escribe Carlos Losada

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