Entre penumbras de brillantez
De ella ya se está hablando en todas partes por varios motivos. Para empezar, acumula ya méritos y galardones varios desde que empezara la elección de lo mejor del 2012 (sí, en términos internacionales estrictos pertenece al 2012) y, para continuar, el Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos ha abierto una investigación sobre el uso de la tortura que refleja la película acusando a Sony Pictures de ser partícipe de difundir una mentira, por lo que la polémica —y grande— de cara a los Oscar está servida.
Sin embargo, aquí no venimos a calibrar la información que nos proporciona (que es mucha y muy buena, atención) ni tampoco nos vamos a sentir heridos por lo moralmente demoledora que esta obra puede llegar a ser. La noche más oscura construye un periplo arquitectónico que no es para muchos paladares aunque se haya estrenado con ínfulas de ser un filme para todos los públicos. Más de uno saldrá con dolor de estómago, no porque la cinta sea sangrienta o desagradable sino porque el clima de terror que logra crear es verdaderamente sugestivo.
Cierto es que su título, tanto el original como el que le han impuesto en español, sólo hace referencia a la noche en la que se produjo la caza de Bin Laden en Pakistán, aunque una tensión asfixiante recorre todos y cada uno de los fotogramas de esta película. Y es que como ya sucedía en pasadas cintas de Bigelow, existe una especie de pulsión latente que enerva hasta al más escéptico a la par que remueve conciencias o hace que se remueva el espectador en su asiento. Lo que no es poco, ni mucho menos.
Recordemos que Bigelow empezó básicamente con más o menos conocidas cintas de acción, siempre pelis de tíos, eso sí. Y es que parece que la directora se mueve como pez en el agua en temas culturalmente masculinos. Recordemos Le llaman Bodhi, K-19 o la afamada y multipremiada En tierra hostil. También le debemos cintas que, sea como fuere su argumento, tenían una especie de acción soterrada o explícita omnipresente en todo su metraje. Ahí están El peso del agua o Días extraños, por ejemplo.
Diríamos que La noche más oscura, o ZD30, como ya se la conoce en muchos medios estadounidenses por el revuelo que ha creado la pólvora que suelta la obra, es el resumen y la evolución de una guionista, productora, directora y pintora.
Kathryn Bigelow no es de las que se conforman con filmar una cinta de suspense político o conseguir que sus seguidores la vitoreen por rodar una buena película de acción. Esta es una obra brillante que pone en juego una impresionante sinfonía de géneros, secuencias, actores y datos que conjugan algo que hace tiempo no se veía en el cine: una gran cinta que atrapa, asfixia e informa. Los tres verbos son esenciales para entender las intenciones de este documento tan clarificador como lúgubre. Y a oscuras, como anuncia su título, también entramos en la película.
ZD30
Mediante una pantalla en negro y diferentes grabaciones telefónicas correspondientes al trágico 11-S da el pistoletazo de salida La noche más oscura. No vemos nada pero oímos todo, con la incomodidad ya metida en los huesos. La siguiente secuencia nos traslada a un recinto no oficial de la CIA donde se está torturando a un posible colaborador de Osama Bin Laden. La incomodidad y la tensión anuncian que no se van a ir tan fácilmente.
Y así sucede durante los siguientes 150 minutos en los que acompañamos a una agente obsesionada con asesinar al terrorista, en un recorrido laberíntico de documentos, archivos, lugares y países que siguen su pista.
La noche más oscura es un ejercicio de investigación real puntillosamente detallado, puesto en imágenes de incalculable valor periodístico. Lo que vemos es una ficción basada en la información que han recopilado Mark Boal y Kathryn BIgelow, aunque no sepamos hasta qué punto es verdad o qué disfraces se ha dispersado (la cinta, por ejemplo, afirma que el antaño tema de las armas de destrucción masiva fue un error de cálculo).
Sin embargo, no importa demasiado entrar en los pormenores informativos de esta obra pues nos proporciona todo lo que no sabíamos sobre lo que supuestamente sabíamos y quizás este sea su mayor éxito como obra cinematográfica.
Bigelow comprime diez años de búsqueda y captura en algo más de dos horas y media, lo que no es poco metraje para el espectador, aunque la capacidad de síntesis narrativa del filme sea extraordinaria. La directora pone aquí las veces del thriller político enfebrecido filmado con ansias documentalistas y un sentido del suspense insólito que hacen que La noche más oscura sea toda luz mientras que un guión muy sutil y eficaz hace el resto del trabajo. Estamos, pues, ante una asombrosa bomba de relojería como ya sucedía con el anterior y oscarizado esfuerzo del tándem Boal-Bigelow.
Su sentido del ritmo narrativo es admirable, las secuencias de acción están perfectamente medidas, su cadencia no deja de sostener una tensión insoportable y sus interpretaciones son todas ellas impecables, empezando por Jessica Chastain que es quien capitanea ficción y realidad.
Por si fuera poco, Bigelow y Boal dejan ver entre fotogramas muchos más temas que van más allá de la mera captura: las pelotas de una mujer en un mundo de hombres, la obsesión laboral llevada al límite, la efectividad de unos métodos expeditivos de tortura y recompensa (que ya ha levantado ampollas en el senado estadounidense) o el precio que supone la consecución de objetivos.
La noche más oscura es una cinta admirable, sin mácula, que lleva el thriller político y el docudrama a un nivel que quizás hasta ahora no conocíamos tan explícitamente, pasmados aquí como durísimo descenso a los infiernos de una búsqueda extenuante aunque no partidista dentro de los hechos. En este viaje nadie está a salvo, ni siquiera quienes lo atendemos desde la butaca de la sala, porque nos deja un montón de preguntas que deberíamos ser capaces de contestar.
Ahí está el reto del filme.
Escribe Ferran Ramírez