Pretenciosa, difícil de comprender

He visionado esta película con la mejor de las disposiciones y, sin embargo, no le he visto el nivel o la altura de que hablan algunos críticos y opinadores. Es una obra farragosa, por momentos pierde el hilo y se toma ciertas licencias que no dan para seguir la trama, o sea, se torna confusa.
Gira la historia en torno a un niño de seis años, Armand, quien es acusado de haber cruzado ciertos límites con su compañero Jon. A partir de este incidente, la película pretende explorar temas como la percepción de la verdad, la culpabilidad, la sexualidad infantil o la complejidad de las relaciones humanas.
Como podemos recordar, hace cuatro años, el público de Cannes quedó prendado de Renate Reinsve, la estrella de la película noruega, excelente, La peor persona del mundo (2021), de Joachim Trier. No veo que la cosa se repita en este sobrio drama de su compatriota Ullmann Tøndel.
Reinsve interpreta a Elisabeth, la madre de Armand. Ya desde la secuencia inicial, en la que corre a toda velocidad con su coche por un estrecho y arbolado camino rural, Elisabeth tiene toda la apariencia de figura del drama. Jarle, director del colegio al que asiste su pequeño hijo la ha llamado, pero no será él quien la reciba y le explique los hechos.
Cuando Elisabeth llega vestida con una moderna ropa de diseño y pendientes de aro, Jarle ha delegado esta tarea de recibir a los padres en una de sus profesoras más jóvenes, la comprensiva pero lacia e inexperta Sunna, que llega a decir en plan ilusión: «Si esto se acaba, se acaba».
Según cuenta la pobre maestra, ha habido un incidente entre Armand y su mejor amigo Jon, cuyos padres, Sarah y Anders, están esperando a Elisabeth para una reunión importante. Viendo a la madre de Jon, Sarah, parece algo serio. Le cuentan a Elisabeth que el conserje encontró a Jon llorando en el vestuario de chicos.
En la casa, Jon le había confesado a su madre que Armand lo había inmovilizado, le había magreado o manoseado y que le había amenazado con violarlo analmente, acusación que Elisabeth no puede asimilar («¿De dónde han sacado esa idea?», se pregunta).
No tardamos en darnos cuenta de que la maestra Sunna está metida en esto sin muchos recursos para la tutoría, así que el director, Jarle, se ve obligado a unirse para abordar tan delicado asunto, junto con la enfermera del colegio, Asja. Elisabeth, airada hace ver que sospecha que se está montando un tribunal irregular, como para juzgarla a ella y a su hijo: «¿Más gente, ¿eh?», resopla.
En este punto, dado lo absurdo por diferentes razones de la trama, recordé una de las viñetas de una sensacional película: El fantasma de la libertad, 1974, de Luis Buñuel (la verdad cito de memoria, pero a los efectos es igual), en la cual un policía atiende a unos padres angustiados que han perdido a su hija pequeña, sin embargo la hija está allí, en la comisaría, junto a ellos, y en la descripción (ropa, color del pelo, etc.) el comisario sólo tiene que mirar a la niña (perdida) para anotar estos detalles. Surrealismo por «comisión», se me ocurre.
Pues bien, en esta película la cosa es absurda, pero a la inversa, por «omisión», pues en ningún momento están presentes los niños inculpados, ni se les pregunta a ellos por los acontecimientos; o sea, la derivada de la conversación son meras deducciones o inferencias de los mayores, educadores o padres. Además, parece bastante inverosímil, que un nene de seis años amenace con violar a otro de su edad ¿De dónde, de ser así, habría salido esa idea? No nace de manera natural en el desarrollo infantil.
Pero sigamos. En ausencia de los dos chicos, queda claro que estamos en una situación de mera habladuría, pero las cosas se complican cuando se descubre que Sarah también es la cuñada de Elisabeth.
Hasta aquí hay vislumbres de que Elisabeth es de carácter frágil («Ha pasado por mucho», señala Jarle), pero no tarda en revelarse el secreto familiar: el matrimonio de Elisabeth fue turbulento y tuvo un final trágico cuando su marido, el hermano de Sarah se suicidó. Sarah culpa a Elisabeth y se niega a ser compasiva, sugiriendo que, como actriz, Elisabeth tiene talento para el drama, tanto en su vida como en el escenario.
Y «la nave va», o sea, la peli avanza por derroteros inesperados y un tanto extraños y flota la pregunta de «a dónde la nave irá», de si se aclarará algo, de si vamos a llegar al fondo de la cuestión o cuestiones; y lo que resulta es que la cinta abarca demasiado, o lo pretende, y baraja excesivas ideas, más de las que puede asimilar.
La verdad y la ambigüedad flotan, pero no acaban de aterrizar, y cuando el fantasma del marido de Elisabeth entra en escena, el foco se desplaza de Elisabeth a Sarah, por lo que la cosa se pone muy difícil.
Los antepasados de Tøndel (Bergman y Liv Ullman) habrían podido ser garantía de algo realmente introspectivo y denso, pero el filme no profundiza especialmente en la psique humana y se muestra disperso. A lo sumo, cae en un espacio extraño entre el drama de personajes y alguna forma de comedia negra, pero muy negra.

Una escena turbadora que descuella
En un momento del encuentro entre los padres del niño supuestamente agredido y Elisabeth, vemos cómo esta piensa que su hijo, un niño bien adaptado, no puede ser culpable de abuso de ninguna manera.
En ese punto, lanza una mirada de escéptico desprecio a sus interrogadores. Y después de más preguntas en lo que le parecen micro transgresiones triviales, comienza a reír. De hecho, no puede parar de reír.
El ataque de risa dura unos cinco minutos y es un ejemplo de actuación magistral por parte de Renate Reinsve. Se ríe una y otra vez, la risa sale a borbotones y no la puede controlar. Lo que suscitó esa risa fueron dos cosas:
La primera, que todo lo que está sucediendo es tan elevadamente estúpido, que lo que viene al cuento es reír y reír, como hace la mamá del nene.
Pero lo segundo que me provocó es pensar cuán difícil debe ser para una actriz (o para un actor), reír de esa manera tan descontrolada. Pensé que reír es más difícil que llorar o gritar o etc. Una escena llamativa.
Y más. Lo que vemos y escuchamos en pantalla es una risa amarga y casi virulenta, satírica, que tiene un trasfondo de incredulidad, que quiere señalar que se están burlando de ella. Porque no solo se ríe de la majadería de las preguntas que le han hecho. También se ríe de una sociedad que somete la conducta a ese grado de juicio y control.
Por esto, la risa de Elisabeth no cesa. Esta revelación interior del personaje, este horror total ante una especie de linchamiento trágico y grotesco a la vez es lo que impulsa su ataque de risa, que golpea a sus interlocutores y también al espectador. Para mí, lo mejor de la película.

Estilo y dirección
La dirección y guion de Halfdan Ullman Tøndel, nieto de la actriz noruega Liv Ullman y del director sueco Ingmar Bergman, a pesar de haber sido una cinta muy comentada en los festivales de cine recientes, es en gran medida, y me excuso por ser tan apodíctico, un bluf, con unas alabanzas faltas de fundamento.
Tøndel quiere demostrar un sello de autor en su ópera prima. Es un filme inspirado en el cine de los años 60 y 70, con una estética que recuerda a clásicos del cine de autor, pero que no alcanza la cota de aquellos ni mucho menos.
Su uso de encuadres cerrados, iluminación tenue y una narrativa fragmentada pueden dar una sensación de incertidumbre y tensión que atraviesa toda la historia, aunque no se sepa bien la razón ni el sentido.
Porque Tøndel lanza cosas una y otra vez de forma oblicua y azarosa, y la trama está construida como un rompecabezas irresoluble. Las conversaciones son concisas y elípticas y con unos puntos de unión tan inciertos que acaban por no concluir en nada.
Tøndel, en fin, no sabe cómo seguir una escena y una y otra vez, nos deja con la intriga, y la mayor parte de lo que sucede es manifiestamente increíble: por qué a Elisabeth la interrogan en un aula y no en una oficina; por qué se hace cargo de este delicado episodio una joven, inexperta y desbordada maestra. O es una apología de la cautela, algo tal vez muy nórdico.
Y para más, por si la situación no fuera suficientemente compleja, Tøndel acumula conexiones y capas de trauma entre los personajes, algunos de los cuales nunca conocemos, lo cual es frustrante para entender bien este negocio nórdico.
Pero no queda aquí, al final podemos visionar una danza nerviosa interpretada por Elisabeth y un expresionista toque corporal grupal. Quisiera saber por qué están estas escenas. Y dejo…
Exceso de benevolencia
La película ha sido, según mi opinión, excesivamente elogiada. Pues el guion y la dirección de Tøndel son pretenciosos. Cierto que la atmósfera pudiera inquietar un tanto al principio, pero una vez pasado el ecuador del filme, esa atención cede y el relato se hace pesado.
Se presentó en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y recibió el premio a la mejor ópera prima (será porque es prima). Algún aventurado la ha querido comparar con el cine de Ingmar Bergman y John Cassavetes, pero nada que ver.
Por momentos el filme resulta errático, con tiempos de intenso impacto visual y otros que pueden parecer fatuos e incluso desconectados. Su estilo surrealista y su enfoque kafkiano puede suscitar opiniones divididas, pero yo digo que el surrealismo no es sólo hacer cosas de difícil digestión o comprensibilidad. Es más, pero sería largo de explicar y no viene al caso.

Aspectos técnicos y reparto
Tiene una música intrigante de Ella van der Woude, la fotografía entre ocre y oscura de Pål Ulvik Rokseth, incluso con brillo siniestro que convierte los pasillos del colegio en un laberinto parecido al tren de la escoba.
Cuenta con un reparto bueno con actores y actrices como Renate Reinsve, muy bien como Elisabeth, la madre; Ellen Dorrit Petersen y Endre Hllestveit son los padres del niño encausado, Jon; Øystein Røger encarna con suficiencia a Jarle, el director del colegio; Thea Lambrechts Vaulen lo hace muy ben como la pobre y novata maestra Sunna; acompañando Vera Veljovic-Jovanovic (la enfermera) o Loke Nikolaisen, entre otros.
Tøndel ha creado una película que chupa la atención, que no es lo mismo a que el espectador siga con detenimiento el argumento. Al principio, en los pasillos resuenan los pasos y el olor a escuela, a tiza y a guardapolvos, pero nunca vemos a ningún niño, lo cual es extraño, ya que toda la película trata sobre niños. Reinsve está muy presente y excelente como mujer frágil y rota, con un interior quebradizo.
Y al final, la obra nos deja perplejos, en suspenso, no sólo porque no hay un cierre ordenado o pregnante, sino porque plantea tantas preguntas sobre Elisabeth y Sarah, que harían falta otras dos horas de metraje para hacer una clausura en condiciones.
Temas y simbolismo
La tutoría aborda cuestiones referidas a la identidad, la percepción, la salud mental y la verdad múltiple. También pretende tener su veta existencial o sus ramalazos psicoanalíticos.
A lo largo de la película, los personajes adultos discuten sobre lo sucedido, pero los niños implicados nunca aparecen en pantalla, lo que refuerza la idea de que la verdad es subjetiva y depende de la interpretación de los adultos; y la idea de que no se puede hablar de algo (niños) sin tenerlo presente. Lo cual puede tener un lejano aroma buñueliano, como decía antes, surrealista, para para llegar a este aroma hay que saber y conocer mejor este estilo.
Creo que, si el abuelo Bergman visionara esta película, aconsejaría a su nieto que la reescriba.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Avalon