La virgen roja (3)

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El experimento social de una loca lúcida

Estamos a principios del pasado siglo cuando una mujer gallega, Aurora Rodríguez, una «iluminada» o «loca lúcida» idea el plan de concebir una hija y modelarla según sus ideas y su proyecto eugenésico e ideológico, en lo que ella llamaría una «escultura de carne». Para ello queda embarazada de un sacerdote para asegurarse que no reclame ni se inmiscuya en la crianza y educación de la niña, por lo cual la criatura queda a su total merced y arbitrio. Así, en 1913 nace Hildegart, una niña cuyo destino es convertirse en la mujer del futuro.

Efectivamente, Hildegart a fuerza de una férrea disciplina y el aprendizaje de materias diversas, se convierte en una mente brillante en la España de los años 30, sobre todo para su edad. Incluso destaca por sus ideas y concepciones avanzadas sobre sexualidad femenina y enfoques políticos de izquierdas.

Ya en la adolescencia, madre e hija empiezan a frecuentar la sede del Partido Socialista, tras el derrocamiento de la monarquía y el advenimiento de la Republica. En esa época Hildegart, a sus 18 años, da sus primeras conferencias feministas ante aquellos hombres que no acaban de entender sus planteamientos de emancipación y empoderamiento de la mujer, en un local donde sólo hay hombres e incluso donde no hay ni servicios para señoras.

En esas reuniones comienza a experimentar la libertad de la que no había podido disfrutar por el férreo control de su madre. Allí conoce a Abel Vilella, un joven socialista del cual se enamora. Abel le ayuda a explorar un nuevo mundo emocional desconocido para la chica, y comienza a desmarcarse psicológicamente y en forma eficiente, del duro marcaje materno.

Es el punto en que Aurora teme, sería correcto decir que entra en pánico, ante la posibilidad de perder el control sobre su hija. Hace lo imposible por impedir que Hildegart se aleje de su tutela-yugo, y de la planificación que ha diseñado para ella y para su vida. En una noche del verano de 1933 ambas mujeres se enfrentan poniendo fin al «Proyecto Hildegart». Las consecuencias serán dramáticas.

La locura de Aurora y sus teorías delirantes

Los locos lúcidos son los enfermos que más pasan por la vida casi desapercibidos y, sin embargo, pueden llegar a ser perniciosos y dañinos. Es difícil acceder a su locura salvo si reparamos en sus antecedentes, pues en su interacción social y en sus conversaciones no suelen dar un paso en falso. O sea, que dan el pego fácilmente, sobre todo al profano en materia psicológica o psiquiátrica.

Son enfermos, en fin, que pueden aparentar gran normalidad cuando en realidad sufren de un trastorno mental caracterizado por un carácter dominante, agresividad más o menos larvada, y por no reconocer méritos a nadie; personas prepotentes, con delirios y fantasías de grandiosidad, que se creen merecedoras y con derecho a todo. Así podríamos calificar a Aurora.

Sus ideas eugenésicas y su afán por ejercer en plan mito de Pigmalión son delirios de libro de texto. Pues aclaremos que la eugenesia es una corriente de pensamiento que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos a nivel social, por medio de formas de intervención manipulada y métodos selectivos de humanos. Nada más absurdo.

El origen de la eugenesia que pretendía la trastornada Sra. Rodríguez está relacionado con el surgimiento del darwinismo social de finales del silo XIX. Idea loca pues, como es sabido, no hay relación directa entre genes y rasgos psicológicos, ya que dicha relación está mediada por una multiplicidad de factores socioambientales imposibles de identificar o controlar. Además, nada hay que pruebe la transmisión de los rasgos adquiridos, más bien al contrario. En fin, un ejemplo del desvarío de esta bizarra señora que tuvo consecuencias imprevistas e indeseables para su hija.

La niña Hildegart concluyó siendo como su madre había imaginado, al menos en la primera fase de su educación…

Antecedentes y plan de Aurora

Es sabido también que Aurora Rodríguez fue testigo desde su más tierna infancia de violentas desavenencias matrimoniales y la ignominiosa esclavitud de las mujeres de su entorno a los hombres. Fue esta experiencia la que llevó a pergeñar un plan estrábico con todo lujo de detalles: daría a luz a una mujer que guiaría a España a un nuevo orden social, una hija a la que educaría en aras a luchar por la liberación femenina y el socialismo.

Una vez embarazada acometió su proyecto, o sea, su premeditado propósito de esculpir a una mujer que completara sus deficiencias y frustraciones, y compensara cuanto ella no pudo ser.

La niña Hildegart concluyó siendo como su madre había imaginado, al menos en la primera fase de su educación y formación, manu militari materna. Fue Hildegart gran luchadora, trabajadora incansable, idealista y perseverante en las consignas de Aurora. Llevada con tesón y mano de hierro por su madre, en una España analfabeta, estudió idiomas y era diplomada en inglés, francés y alemán; se licenció en Filosofía y Letras, así como en Derecho, y empezó a estudiar Medicina.

Escritora, ensayista y socialista, partido en el que ingresó siendo casi una niña, a los 16 años. A los 18 era ya muy popular en los círculos intelectuales y revolucionarios.

En 1977, Fernando Fernán Gómez ya dirigió la película Mi hija Hildegart, una obra igualmente meritoria y relegada al ostracismo.

Dirección, guion y reparto

Paula Ortiz, con una dirección nerviosa y atenta a cuánto va sucediendo en la historia, no sólo ha alumbrado una cinta más que recomendable, sino que sabido reflotar de nuevo la muy desconocida y olvidada historia de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart. Digo de nuevo porque, salvando las diferencias, en 1977, Fernando Fernán Gómez ya dirigió la película Mi hija Hildegart, una obra igualmente meritoria y relegada al ostracismo que abordó el mismo caso.

En esta nueva versión, Ortiz se sitúa en un ángulo distinto para contar este capítulo de la España del pasado siglo. Diferente óptica de la que adoptó Fernán Gómez en 1977, poniendo la cámara más cerca de la hija, de la madre, de las causas y de los efectos, del contexto cerrado del hogar donde se fue fraguando el prodigio de la niña lumbrera y paralelamente, la tragedia y el desastre con que se cerró este capítulo.

Con un estupendo guion de Eduard Sola y Clara Roquet, la película deviene relato fascinante y a la vez sombrío y fatal, totalmente deleznable y absolutamente espantoso, pero también sugestivo y que atrapa. Una madre demente que deshumaniza a su hija hasta convertirla en un artilugio al servicio de su delirio: construir la mujer ideal, su ideal.

El reparto constituye una base más que sólida de la empresa con una sensacional Najwa Nimri, que no escatima fuerza, intensidad, garra y verismo en el rol de la Sra. Rodríguez, un trabajo sencillamente apabullante. Junto a ella una asombrosa Alba Planas que borda y tiñe de autenticidad convincente su encarnación de una Hildegart entregada y penetrante que se acerca al espectador en cada soflama inicialmente y, luego, en su frontalidad ante el imperio de fuerza que mantenía su arrebatada madre.

Resalto la impresionante labor como actriz tan natural como convincente y comunicativa de Aixa Villagrán como el ama de llaves que quiere salvar a Hildegart, que sufre calladamente los golpes de su marido y que finalmente es fatalmente expulsada de la casa por la señora. Muy bien también Patrick Criado como el joven que enamora a la muchacha y le enseña un poco, lo que puede, el camino hacia la libertad y la frescura.

Y acompañando un elenco de actores y actrices, todos más que bien: Pepe Viyuela, Jorge Usón, Jon Viar, Juan Codina, Pep Ambrós y Pablo Vázquez.

Hildegart se contagia de las fantasías grandiosas y dementes de la madre en un contexto de juventud y de un país que pugna por sacar la cabeza de la asfixia.

Para concluir

Digamos que Hildegart se contagia de las fantasías grandiosas y dementes de la madre en un contexto de juventud y de un país que pugna románticamente por sacar la cabeza de la asfixia. Ello con ideas revolucionarias y todo eso, con ansia por cambiar las cosas. Pero en su frontal está su madre Aurora, una mente estoica y esquizoide que no puede tolerar el mínimo de libertad de su hija, ni tolera insumisión alguna, sólo acatamiento y servidumbre máxima.

Aurora recela mucho del fulgor político, mientras observa que la estatua en que ha convertido a su hija se resquebraja, lo cual va apareciendo en imágenes de una alegórica estatua como de mármol en pantalla, agrietándose cada vez que Hildegart toma sus propias decisiones y desafía la autoridad de la matriarca. La madre, artista obsesionada y enfermiza en su actitud protectora y agobiante de su obra más preciada. Loca lúcida, enferma, ciega de soberbia y supuesta grandeza propiamente psiquiátrica.

El poderío visual y cromático, el ambiente entre lóbrego e inquietante, y la atmósfera están muy bien envueltas por la fotografía de Pedro J. Márquez y la música, notas sugerentes de Guille Galván y Juanma Latorre, a lo que se une una puesta en escena cuidada y fiel a aquellos tiempos.

Destaco aquí una de las escenas mejores y más ambiciosas del último cine español: el entierro de Hildegart en la calle Alcalá. La niña yacente vestida de blanco con el disparo en la frente, la comitiva silenciosa, la gente medio aturdida, la expectación por tan luctuoso suceso. Parece un reportaje de época.

Película terrible, por momentos incómoda, centrada en ese tour de force entre madre e hija,con una atmósferaasfixiante y la protagonista Hildegart apresada en un mundo cerrado y desvitalizado de conocimientos, ideas abstractas y sus expectativas, atrapadas de una dinámica centrípeto-centrífuga, dinámica bárbara maternofilial y filiomaterna, que bien vale cuatro disparos a bocajarro.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Elástica Films