Los restos del pasar (3)

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Obra poética: dar voz a la tradición y a la memoria

Antonio, un señor mayor, rememora y se cuenta a sí mismo su infancia transcurrida en el pueblo cordobés de Baena. Nos habla del tiempo de la celebración de la Semana Santa. Lo hace a través de una carta abierta, casi de despedida.

Antonio era entonces un niño curioso que crecía bajo la influencia de este pueblo andaluz. Un día conoció providencialmente a Paco, un pintor de edad avanzada que le sería de mucha ayuda.

Dirigida por Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo, esta cinta es una obra introspectiva que combina elementos de ficción y documental para adentrarse en las inquietudes de la infancia, a la vez que explora temas profundos como la muerte, el arte, la memoria o la religión.

El filme trabaja en una triple vertiente: elretrato etnográfico de la pasión de Baena, una semblanza muy acertada de la fiesta cuaresmal del pueblo, donde toda la gente se interioriza y compromete. Está ambientada en el contexto de la Semana Santa baenense, de rica tradición cultural. La película capta la esencia de los rituales religiosos de las procesiones y su preparación, y del impacto que tiene sobre distintas generaciones.

De otro lado se trabaja la ficción de la memoria del personaje; y hay también toda una disertación y reflexión sobre el arte pictórico cuando el señor Paco alecciona al crío sobre qué y cómo debe aplicarse cuando vaya a pintar: brazos relajados, manos sueltas y reflejar lo que uno ve, que no tiene que ser una copia de la realidad.

El filme va siguiendo a Antonio, niño solitario, curioso, sensible y observador que vive su despertar emocional e intelectual a través de su relación con el viejo pintor. Antonio tiene muchas dudas y las volcará en Paco, a veces con el cura, y el viejo intenta calmar sus inquietudes sobre la religión y la muerte. El señor pintor enseñará al niño no solo a pintar, sino también a observar y a entender la vida como estancia transicional.

A través de conversaciones y enseñanzas, Paco introduce a Antonio en la contemplación del arte como una ventana para comprender el paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte. Al mismo tiempo, la tradición católica de la Semana Santa se presenta como un marco simbólico que entrelaza fe, devoción y el sentido finito de la existencia.

Arquetípicamente los pueblos son un lugar al que podemos regresar porque, en cierto modo, allí seguimos siendo niños. Volver a la infancia que, como dijera Rainer María Rilke: «Es la verdadera patria del hombre».

La mente de Paco lo transporta a las celebraciones litúrgicas, a las manos de las mujeres que pasaban los días tejiendo, con sus labores; el recuerdo de las tradiciones: la artesanía, la cocina, la confección de los pestiños, y cuanto conforma la identidad de un lugar único, de su pueblo, un pueblo andaluz.

Es una película a medio camino entre la ficción y la no ficción, donde su protagonista, en lo que viene a ser su postrer aliento, rememora la Pascua de su infancia en el pueblo donde creció; siete días que lo convirtieron en el adulto que es ahora.

Especial importancia etnográfica tiene la idiosincrasia del lugar, el significado de sus costumbres y creencias, sus formas de vivir y celebrar la vida y la muerte, la relación entre la memoria individual y colectiva, la inevitable fugacidad de todo lo que nos habita. Todo ello narrado con una deslumbrante sensibilidad, con realismo poético y apegado al folklore. Película con un tono íntimo basado en la fuerza de las imágenes, dejando que ellas y la música hablen por sí solas.

Ahí justamente reside uno de los valores de la cinta, en su capacidad para expresar lo no dicho mediante la poderosa imaginería visual que sus directores logran crear con las figuras religiosas, los paisajes de extensos olivares, los objetos, los rostros, sus colores (la película está rodada en blanco y negro mayormente) y sus texturas.

Así mismo destaca cómo el mundo entero es capturado a través de los ojos de un niño, mirada inocente, límpida y curiosa, que también transmite melancolía y miedo. Lo cual contrasta con la voz en off del adulto que ahora se despide de la vida, evocando el pasado.

Visualmente, la película destaca por el trabajo del director de fotografía Joaquín García-Riestra Guhl.

Los ojos desde los cuales el niño observa las cosas que conforman su entorno y sus días, nos adentran en su intimidad, y consiguen conmovernos, dejándonos imágenes para el recuerdo.

Miguel Hernández dijo que «la mano es la herramienta del alma», dice la voz en off del adulto. Las manos que recorren la película, manos que lavan ropa, que tejen, amasan pan, preparan comida, tocan otras manos, todo habla de un pueblo y sus orígenes, de sus gentes.

Luis focaliza la cámara en esas manos y en detalles que no siempre llegan a verse. Los pocos rostros presentes en el metraje son los necesarios, para simbolizar de manera perfecta ese objetivo. Lo que vemos es como mirar por una ventana, se sacan las conclusiones propias sin entrar en ningún juicio.

Visualmente, la película destaca por el trabajo del director de fotografía Joaquín García-Riestra Guhl, quien utiliza un estilo pictórico evocador, con tomas en blanco y negro que recuerdan la estética de los grandes maestros de la pintura española. Los encuadres cuidadosamente compuestos y la iluminación tenue homenajean la tradición artística y también subrayan el carácter melancólico y contemplativo de la historia.

Magnífico diseño sonoro de Juan Marpe y Pedro Catalán que enriquece esta experiencia sensorial, sumergiendo al espectador en una atmósfera de misticismo y solemnidad. Ello en plena época penitencial y de cuaresma. Es digno de mención las cuatro saetas cantadas mayormente por mujeres henchidas de fervor y sentimiento.

Es una película de tempo lento, que no se apresura; invita al espectador a observar.

Sensacional libreto firmado por Muñoz, junto con una sugerente y grave voz en off que sirve como hilo conductor que repasa y medita sobre los momentos clave de la vida, otorgándole al filme una dimensión poética.

Es una película de tempo lento, que no se apresura; en lugar de eso, invita al espectador a observar, a meditar y a experimentar una conexión más profunda con los elementos que presenta.

En términos de reconocimiento, Los restos del pasar ha obtenido elogios significativos. Entre los galardones, destacan, en el Festival de Cine de Gijón, 2023, el Premio FIPRESCI a la Mejor Película en la sección Tierres en trance, celebrando su enfoque innovador y su capacidad de conmover desde lo simple. Obtuvo también el reconocimiento en el último Festival de Cine de Sevilla, en la sección Panorama Andaluz. Asimismo, recibió una Mención Especial del Jurado en Documenta Madrid, señalando su habilidad para cruzar fronteras entre el documental y la narrativa poética.

La película es, en esencia, un recordatorio sobre la cortedad de la vida y la importancia del legado artístico y espiritual. Su capacidad para tocar temas universales desde una perspectiva local y profundamente arraigada en la cultura española, la convierte en una experiencia cinematográfica única.

Es la obra de un director joven (25 años) muy prometedor, una película a contracorriente, llena de ternura y emoción, un hermoso homenaje al pasado que yace en la memoria.

Escribe Enrique Fernández Lópiz