MÁS ALLÁ DE LA DUDA (2)

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Beyond a reasonable doubt
Título original: Beyond a reasonable doubt
País, año: Estados Unidos, 2009
Dirección: Peter Hyams
Producción: Moshe Diamant, Mark Damon, Ted Hartley
Guión: Peter Hyams
Fotografía: Peter Hyams
Música: David Shire
Montaje: Jeff Gullo
Intérpretes: Jesse Metcalfe, Amber Tamblyn, Joel Moore, Michael Douglas, Orlando Jon
Duración: 105 minutos
Distribuidora:  Deaplaneta
Estreno: 10 julio 2009
Página web:  http://www.deaplaneta.com/es/mas-alla-de-la-duda

Intuiciones y sospechas
Escribe Fernando Ramírez

Michael Douglas en el remake de la película de Fritz LangLo peor que le puede pasar a Más allá de la duda es que la comparen con la película que adapta, de título homónimo, bajo batuta del maestro Fritz Lang.

Y decimos lo peor por dos motivos: si la comparación, por un lado inevitable, surge, el remake tiene, por supuesto, todas las de perder. La segunda objeción es, aún, más definitoria puesto que, aunque ambos largometrajes partan de una misma base argumental, son dos filmes que se oponen por el concurso de sus elementos. Donde el filme seminal era elegante con una atmosférica condición de siniestralidad, la que hoy nos ocupa se revela sofisticada y moderna. Donde aquella empleaba un tenebroso blanco y negro y penetraba en el terreno del melodrama judicial, esta pretende desplegar las leyes del thriller jurídico, con unas gotas de misterio y cinismo que entroncan con el entretenimiento genuino. Lo dicho, las comparaciones son odiosas y aquí diríamos un tanto injustificadas.

Más allá de la duda es un puro divertimento con apariencia de puzzle criminal que no pretende ir más allá, sino que prefiere hacer su labor de una manera directa, sin concesiones que engrandezcan el producto, sin alarde de pretensiones, y es precisamente en este terreno de juego donde le saca jugo al asunto.

Peter Hyams, director, guionista, fotógrafo...Por supuesto, es de agradecer que Peter Hyams, realizador maltratado por el paso de los años (¿Alguien se acuerda de la ingeniosa Permanezcan en sintonía? ¿O de ese homenaje a la serie B llamado El sonido del trueno?), haya optado por la vía rápida, aunque a veces demuestre su exanimidad, para la exposición narrativa. Cierto es que ha tenido también desatinos varios de riguroso encargo que le han valido el desprestigio, pero aquí salva la moción con sus dotes.

Todo lo que nos ofrece su último juego, muestra sus bazas a medida que se avanza en el terreno de juego: una alambicada apuesta de caracteres ambiguos, la sombra de las suspicacias que planean sobre los indicios, la competición de los inocentes, un desafío contrarreloj, e incluso las prototípicas, pero siempre efectivas, persecuciones de vehículos a través de la ciudad. Todo, absolutamente todo, sigue a pies juntillas los pasos que una película de estos parámetros ha de enjundiar para que el producto resultante dignifique la propuesta. Y así lo hace.

Ya en su plantel actoral, sus dos protagonistas, unos emergentes y guapetones para regocijo del patio de butacas, Jesse Metcalfe y Amber Tamblyn, interpretan sus respectivos roles con admirable eficacia. Mientras que Michael Douglas aquí ejerce de secundario de lujo como fiscal corrupto, con un papel cargado de ironía y mala uva de esos que le encajan a la perfección, donde él se mueve como pez en el agua y donde incluso se puede interpretar como una autoparodia del propio personaje. Además, su genio y figura sirven para cerrar la cúspide del triángulo que se abre, desde su primera secuencia, con su seguimiento argumental.

Sus dos protagonistas, unos emergentes y guapetones para regocijo del patio de butacas, Jesse Metcalfe y Amber Tamblyn, interpretan sus respectivos roles con admirable eficacia

Las dudas razonables

La ayudante de un temido fiscal que nunca ha perdido un caso empieza a salir con un periodista de investigación. El muchacho, con la ayuda de un compañero, se inventará todas las pruebas de un homicidio real para ser acusado de asesinato en primer grado y demostrar la teoría que le mantiene obsesionado: la fiscalía falsea pruebas de ADN para encarcelar a los acusados. Los acontecimientos tomarán un inesperado giro que desbaratarán los planes iniciales.

Michael Douglas casi realiza una parodia de sus papeles habitualesHyams, aquí, como en casi todas sus obras, ejerce de hombre-orquestra: dirige, produce, escribe el guión (suponemos que para que alguien le dé trabajo), se implica en la composición de la partitura y hasta se encarga de la fotografía. El resultado no deja de tener cierta gracia. Un buen pulso narrativo, diálogos a la altura de las expectativas, una cámara que sabe en todo momento lo que está filmando, las necesarias dosis de intriga correctamente administradas, unos actores más que dignos, la ausencia de escenas sobreras y una funcionalidad práctica, con una estudiada estética de diseño, son los ingredientes de una tirada que se vale por su precisión.

Hyams, además, lo envuelve todo en un aura posmoderna de frialdad que le va como anillo al dedo al mundo pormenorizado de la abogacía y del periodismo. Amén de un desenlace supuestamente sorpresivo que se manifiesta como la traca argumental de cierre, que aquí no conviene desvelar, aunque nos aventuraremos a decir que unos movimientos de cámara sospechosos en el primer tramo del filme ya avisan del consabido final.

Hyams hace lo que mejor ha sabido hacer siempre: entretener al público. Su grato objetivo es filmar unos 105 minutos con la mejor de sus enterezas y un sabio manejo de elementos que, inexplicablemente, se deshace en añicos en su tramo final. Resuelto deprisa y corriendo, sin apenas una explicación decorosa, que puede despistar a más de un espectador, y alguna decisión argumental más que dudosa e inverosímil, estropean la firmeza de la que se ha hecho gala durante todo el metraje.

Aún con todo, el filme se disfruta con agradable afán, y recupera de paso, el thriller judicial y de investigación que tan buen gusto, tan buen público y tan buen hacer había dejado en los años 90. Más allá de la duda es la prueba de vida de que el género aún se puede mantener con saludable artesanía.

Hyams hace lo que mejor ha sabido hacer siempre: entretener al público