Mi amigo el pingüino (3)

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Estupenda y estimulante película

Esta película es, sin duda, una cinta con todos los ingredientes para gustar al público, al público adulto y al público infantil. En la playa de una isla remota frente a la costa de Brasil, un pescador brasileño llamado Joao, salva a un pingüino al que ha encontrado al borde de un colapso y de la muerte.

Habla la cosa sobre la pérdida, la de un hijo de siete u ocho años. En unos breves minutos vemos a un Joao, padre joven y pescador, con su rudimentaria barca. Tras la insistencia de su joven vástago, lo lleva a pescar. Una tormenta hunde la barca y el hijo muere ahogado. El padre acabará destruido y lleno de culpa.

El nódulo de la obra habla de este duelo de Joao por esa pérdida, algo irreparable y doloroso que pasados los años no ha conseguido elaborar satisfactoriamente. Continúa convertido en un hombre inmensamente triste.

Pero quiere la historia que del mar surja una especie de lenitivo potente, de ser salvador. Ese paliativo viene de un pobre pingüino medio muerto que nuestro protagonista salva de entre las olas y con el que establecerá, con el paso de los días, un vínculo intenso de cariño y amistad; es como si Joao hubiera recuperado simbólicamente al hijo que se tragó el mar.

Este tipo de lazo emocional, algo común entre personas y animales del tipo cánidos o équidos, es improbable con un pingüino, familia de aves marinas, la única del orden Sphenisciformes, que pasa la mayor parte del tiempo dentro del agua del mar y, como sabemos, no pueden volar por el aire. Además, en tierra son poco ágiles y andan erectos, tambaleándose con una forma de caminar que claramente resulta cómica.

No descubre nada nuevo este filme, ni reinventa un género ya clásico, pero es un genial entretenimiento, incluso familiar, frente a tanta violencia y tanto cine de terror como vemos actualmente en pantalla. Creo que el espectador tiene el derecho de vez en cuando, y además siente la necesidad, de un cine amable, entretenido y emotivo, sin caer en la edulcoración cargante, claro, como es el caso.

Está basada en una historia real sobre la relación de un hombre y un pingüino a quien le pone el nombre de DinDim (el nombre que una niña del pueblo le da al pingüino) y al que acaba por considerar su mejor amigo. Una persona rota aprende a vivir y a amar de nuevo, al encontrar un aliciente en su espinosa vida.

El público que asiste a la sala sabe qué va a ver, el tipo de historia que le van a contar, pero a la vez, la película tiene todos los elementos necesarios para erigirse en un valor intenso y emocional, pues es lo suficientemente distinta de otras pelis con animales como para resultar interesante y capaz de inspirar sentimientos y reflexiones hermosas, pero no ñoñas.

En el reparto destaca un conocido actor de origen español que es Jean Reno (sus padres son gaditanos), quien encarna magistralmente a Joao, el pescador brasileño solitario y poco hablador que vive en la isla de Ilha Grande, en las afueras de Río de Janeiro.

Joao sufrió una trágica pérdida años atrás y se auto inculpa de ello; desde entonces se ha aislado de todo el mundo menos de su esposa, María (estupendo trabajo de la Barraza).

Un día, estando en el mar, Joao se encuentra con un pingüino de Magallanes extraviado y en serios problemas. Cubierto de pies a cabeza de petróleo por un vertido cercano y separado del resto de su bandada en el punto de la migración, el pequeño ser está al borde de sucumbir.

Pero este hombre taciturno coge al pájaro, lo limpia minuciosamente, le fabrica un nido y, visto y no visto, gana un amigo en el proceso; amistad que se produce rápidamente. Recuerda lo que vemos en el fenómeno llamado «troquelado» investigado en ocas por el etólogo y Premio Nobel Konrad Lorenz en los años sesenta, quien descubrió que en el momento del nacimiento o en algún punto crítico o sensible, las crías quedan irreductiblemente apegadas/vinculadas a la madre o ser (incluso objeto), que se encuentre próximo a ellas en ese momento.

Nuestro personaje no tiene al pájaro como mascota, pues le permite ir y venir cuando le plazca y según le dicten las estaciones.

Así es, de hecho, Lorenz tiene filmaciones con grupos de ocas que le siguen allá donde vaya, por el mero hecho de haber ocupado el lugar de la madre en los primeros momentos tras la salida del cascarón.

Lo de Joao tiene cierta equivalencia, si bien tintado el suceso de mayor emocionalidad. Como que el pingüino ha quedado marcado como por un troquel a la presencia bienhechora de este buen hombre que le ha alimentado y servido de apoyo incondicional para su supervivencia.

Nuestro personaje no tiene al pájaro como mascota, pues le permite ir y venir cuando le plazca y según le dicten las estaciones. El pingüino, según la historia real, migraba cada junio desde la Patagonia, en la punta de Argentina, a lo largo del borde oriental de Sudamérica, hasta Ilha Grande en Brasil. Es como si el pájaro le dijera a Joao: «Hasta el año que viene a la misma hora». Para ello tenía que recorrer más de ocho mil kilómetros, o su equivalente en millas marinas: espectacular.

En medio de una migración, un grupo de investigadores estudia al pingüino y les resulta curioso su carácter amable y tranquilo en compañía de los humanos. Al final, descubren el vínculo entre Joao y DinDim. Paralelamente, muchos miembros de la prensa quieren tener la oportunidad de conocer al pescador amigo del pingüino, que es un ser remiso a la popularidad de TV y todo eso; aunque finalmente se aviene a grabar una entrevista.

Hay elementos de drama en este filme, pero no alcanza en cantidad ni en sutileza sensiblera como para hacer que el espectador sienta que la historia se ha perdido en medio de un mar de sentimentalismo.

Juega para ello un peso importante el guion de Kristen Lazarian y Paulina Lagudi Ulrich, que aciertan en el paralelismo entre la pérdida de Joao y las dificultades que enfrenta DinDim. También dan en la diana sobre cómo una relación entre un ser humano y un animal silvestre puede significar una experiencia compleja, a veces con bonitas formas o en formas difíciles en lo emotivo, como la preocupación cada vez que la criatura vaga libremente o se va de paseo.

La película presenta pingüinos reales en lugar de creaciones por computadora o CGI.

Finalmente, surge una subtrama que involucra a los investigadores y científicos que estudian al pájaro discutiendo sobre si deben o no entregar al pingüino a una Universidad para un estudio científico en profundidad. Son Alexia Moyano, Nicolás Francella y Rocio Hernández quienes interpretan a los científicos que estudian a estas criaturas, tomando notas sobre sus patrones de migración y sus actividades por mares diversos.

Este extremo se desarrolla como uno podría predecir, pero al estar al servicio del entretenimiento, nunca deviene algo tenebroso o incierto como para desanimar a los espectadores infantiles o juveniles, y tampoco es excesivamente técnico como para aburrir a los mayores. La cinta está lo suficientemente equilibrada y bien regulada, lo que hace al placer de su visionado.

El director David Schurmann sabe aprovechar las magníficas localizaciones y, más allá de algún detalle de montaje discordante y alguna parte de efectos especiales poco afortunados, estamos ante una película muy lograda en un tono naturalista.

Hay dos personajes de apoyo a la dirección del filme. En primer lugar, el director de fotografía Anthony Dod Mantle, que aporta energía a un relato tranquilo y discreto que, una vez que el pingüino y Joao comienzan a interactuar, hace que la pantalla entre en un vórtice de alegría visual, lo cual incluye inteligentes tomas desde el punto de vista del pingüino en ángulos bajos. Esto le da a la obra una sensación profusa de asombro infantil, principalmente cuando DinDim se mete en líos.

La película presenta pingüinos reales en lugar de creaciones por computadora o CGI. Apenas una parte menor son muñecos controlados por cable y efectos digitales. El resultado es una sensación de intimidad y autenticidad enormemente convincente. 

A todo esto, colabora de manera crucial Mantle que brinda una sensación fluida de movimiento, sentido y propósito en la pantalla. Ayuda también la banda sonora del músico vasco Fernando Velázquez, con notas que sobrevuelan armónicamente las acciones de los protagonistas, incluidas vibrantes puestas de sol, bellas vistas del océano o la velocidad natatoria de los pingüinos migradores. Una historia que por todo esto resulta sorprendente durante todo el metraje. Incluso por encima de las expectativas en un cine de estas características.

Los que quieran llevar a sus hijos a ver a un pingüino gastar bromas a los del pueblo quedarán satisfechos.

El otro personaje importante para Schurmann es Reno, un estupendo actor que acierta a descubrir su lado más tierno, como habilidad que en otras películas suyas no muestra, pues ha hecho mucho de tipos duros. Reno está superlativo con un personaje cuya tristeza y arrepentimiento es profundo, y su vínculo con el pájaro muy sentido.

Joao es un hombre sencillo devastado por la tragedia y transformado por la emoción de una conexión tan improbable como inesperada. Con la piel curtida y un vestuario casi desaliñado y arrugado, el Joao de Reno parece cariñoso, pero actúa deprimido, una dinámica de personaje bajoneado, pero identificable, que el actor interpreta muy bien. Siempre que Joao se muestra animado y feliz, Reno se asegura de que ese cambio sea sutil.

Nuestro actor semipaisano acierta a expresar una gran variedad de emociones: de la tristeza a la alegría, incluido un sentido travieso del contento, y una franqueza cautivadora. Y la esposa María, o sea la mexicana nominada al Oscar (Babel, 2006, de G. Iñárritu) Adriana Barraza es una especie de noray firme, fuente de amarre y calma ante la tempestad, sin importarle los altibajos de su esposo. Desde luego que al principio no está muy contenta por tener un pingüino dando vueltas por la cocina de su modesto bungalow frente a la playa, pero acaba aceptando a tan singular sujeto.

Sin olvidar al genial pájaro. Los espectadores que simplemente quieran llevar a sus hijos a ver a un pingüino gastar bromas a los del pueblo, imitar a su amigo dando martillazos a un clavo o decorar su propio nido, recibirán su dosis de ternura: ración asegurada de buen alimento para el alma.

Además, me ha recordado el dicho «La peor despedida es la incertidumbre del retorno»; es decir, en nuestro pescador late el temor o la zozobra de que DinDim no retorne, que se quede en su isla de arribo o, sencillamente, que haya encontrado una pareja con la que cuidar de sus crías, pues el pingüino es un ave monógama.

La película no defrauda y, menos aún, aburre. Más bien nutre el corazón con un alimento agradable y nutritivo. Buenos sentimientos y la sensación de que uno ha ganado algo en el visionado.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos YouPlanet