Hermana, ¿qué has hecho?
Con mucha mala leche, enfermiza, cómica y grotesca hasta decir basta. Cuando uno termina de ver Musarañas entiende a la perfección que el primer nombre que ha visto aparecer en pantalla una hora y media antes sea el de Álex de la Iglesia, acompañado de un hitchcockiano “presenta”. Y es que Musarañas es un buen ejemplo del cine español que nos ha acompañado este año y que parece estar animando el panorama patrio.
Las Musarañas aquí son dos hermanas que viven solas en un piso de Madrid en los años 50, pero quien lleva la voz cantante es Montse, una modista agorafóbica, ultra religiosa y con unos cuantos traumas arrastrados desde hace años que controla a su hermana pequeña, una joven que está descubriendo el paso a la edad adulta, hasta niveles desdeñables.
Ambas llevan una vida triste y solitaria aunque se tengan la una a la otra. Todo cambiará cuando un apuesto mozo se caiga por las escaleras y le pida ayuda a Montse; ésta verá en él una oportunidad para volver a sentirse una mujer querida.
Esta ópera prima del director mexicano Esteban Roel y el manchego Juanfer Andrés es un prometedor debut que contiene no pocos notables elementos: ante todo, una historia y unos personajes diseñados a la perfección, un casting acertadísimo (al menos en lo que a peso dramático se refiere), unas interpretaciones femeninas excelsas y un estudio de espacios reducidos aprovechadísimos. Amén de múltiples referencias y homenajes al imaginario cinéfilo. Las más obvias serían Misery y ¿Qué fue de Baby Jane?, aunque habría muchas más.
Dos cintas en una
Suponemos que, además de las manos de esta pareja nueva de realizadores que darán que hablar, también la mano de Álex de la Iglesia ha metido cuchara en el potaje.
Podríamos dividir claramente la cinta en dos partes diferenciadas: la primera, seria y decadente, muestra ese campo de minas que es el hogar de estas hermanas y en el que las palabras, miradas y gestos son armas arrojadizas que buscan la sangre; mientras que la segunda parte da un giro en su elegante narrativa y se pone todo lo macabra que puede y más, con una retahíla de elementos quasi–gore trufados de humor esperpéntico y negrísimo.
Es quizás este viraje el que le supone a la cinta su mayor problema: cuando ya te has tomado en serio a los personajes y sus dramas personales y has interiorizado la tragedia, te das cuenta de que en realidad estás asistiendo a un festín sanguinario de atrocidades, risas tétricas y locuras que nada tienen que ver con la elegancia narrativa metódica y calculada del principio.
Si tomásemos ambas partes y las separáramos formarían dos mejores entes que el que forman siendo un todo, y quizás ahí radique su gran error: el haber querido mezclar dos cintas tan diferentes en una.
La buena noticia es que ambos directores demuestran defenderse perfectamente en ambos estilos aunque la conjunción no acabe de cuajar. Quizás lo de tener a dos directores en la propuesta se deba precisamente a eso: a la mezcla de dos géneros diferentes aunados en una misma pieza.
Cierto también es que hay pasajes en la cinta, aquellos que atañen a personajes secundarios especialmente, que no tienen mucho sentido: nadie se cree que dos hombres se queden hablando delante de una muchacha durmiendo en un rellano y ni se inmuten por encontrar a una joven tirada en el suelo; tampoco nadie se cree que una mujer encierre a otra que nunca en su vida había visto antes en su lujoso piso y la otra se quede tan tranquila encerrada.
Dos actrices para una
Sin embargo, y dejando evidentes errores a un lado, la evolución de la relación de las dos hermanas y cómo van descubriéndose cada una es un tour de force admirable que no podría haber sido posible si no es gracias a las dos actrices que llevan todo el peso dramático de la cinta. Ambas son lo mejor de la película, rotundamente.
Macarena Gómez está sencillamente prodigiosa en su papel de chalada absoluta y pasa de la contención al histrionismo puro y duro sin apenas pestañear (en serio, ¿es la misma chica que sale en La que se avecina?).
Nadia de Santiago es el contrapunto perfecto a Macarena, ofrece una composición mucho más calmada y controlada, aunque llenísima de matices, para subrayar su desarrollo emocional dentro de su línea dramática. Que le den ya más papeles.
No podemos decir lo mismo de los hombres: Hugo Silva actúa como si estuviera en 2014 y recordemos que estamos en los años 50, mientras que Luis Tosar aquí parece tomarse su papel bastante poco en serio porque es un personaje menor en la historia: se limita a aparecer con una media sonrisa en la cara y a soltar cuatro frases sin contundencia alguna cuando su pequeño papel podría haberlo aprovechado mucho mejor por el peso que tiene en la historia.
Sea como sea, Musarañas es un ejemplo de cine desigual pero con loables logros. Sin ir más lejos, ha logrado colarse en la taquilla navideña con una promoción muy endeble en un año en la que el cine español parece estar refrescando su aliento, o al menos intentándolo. Que ya es mucho.
Escribe Ferran Ramírez