Non stop (Sin escalas) (3)

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Terapia de choque

sin-escalas-1Vigoroso y coherente thriller filmado con elegancia y sin pirotecnia innecesaria por un español afincado en Hollywood, Jaume Collet Serra, que no sólo logra en su quinto largometraje su mejor título hasta el momento, sino que demuestra que la acción no tiene por qué estar reñida con la crítica elegante a los sistemas de seguridad norteamericanos, muy afectados tras el atentado del 11-S.

En 1999, Robert Zemeckis y Joel Silver unieron sus fuerzas para crear una pequeña productora especializada en el cine fantástico y de acción, Dark Castle Entertainment. Su debut fue ese año con House on haunted hill, un remake de un clásico de la serie B, lo que ya apuntaba sus dos líneas de trabajo: nuevas versiones y el territorio del coste medio.

Su quinta producción conjunta fue La casa de cera (House of wax, 2005), el debut en la dirección de largometrajes de Jaume Collet Serra, un catalán que muy joven se marchó a estudiar cine a California, se ganó una notable reputación como realizador de spots publicitarios y aprovechó la ocasión de dar el salto al cine.

La casa de cera remitía a otro clásico del género, aunque aquí se acentuó el apartado atmosférico, sobre todo en las secuencias finales con la casa literalmente derretida por el fuego. Un trabajo que con el tiempo ha ganado cierto prestigio, aunque no pasa de ser una aceptable actualización de un título mítico.

Con excepción de su segunda película, Gol 2: Viviendo el sueño (2007), que forma parte de una trilogía sobre el mundo del fútbol de escasa aceptación en nuestro país, pese a la presencia de futbolistas auténticos como David Beckham, el resto de su filmografía se ha mostrado coherente con los parámetros de Dark Castle Entertainment y ha contado siempre con Joel Silver como productor.

La huérfana (Orphan, 2009) transitaba por el lado oscuro del terror con niña y lo hacía con malas pulgas, algún que otro susto y un giro final que desde luego pocos espectadores podían anticipar. Brillante en su creación de ambientes y con una puesta en escena que dejaba entrever una de las señas de identidad de Collet: su ausencia de subrayados innecesarios.

Sus dos últimos títulos son Sin identidad (Unknown, 2011) y Sin escalas (Non stop, 2014), ambas con Liam Neeson como solvente protagonista, con el aspecto externo de thriller y con un tratamiento formal elaborado a la vez que seco, eficaz, sin alardes innecesarios y con una trama que no toma al espectador por idiota al que hay que explicarle todo varias veces para que se entere.

Ambas, además, comparten un planteamiento similar: el espectador adopta el punto de vista de Liam Neeson (en el primer caso, un médico que pierde la memoria tras un accidente; en el segundo, un guardia de seguridad de un avión de frágil voluntad), le acompaña en sus descubrimientos y la trama va ampliando sus miras, transformando el thriller inicial en un comentario crítico sobre determinados estamentos del gobierno estadounidense.

Un coste medio y unos buenos resultados en taquilla han permitido que Jaume Collet ya trabaje en la versión americana del manga Akira, en lo que no sabemos si es su salto definitivo a la serie A o también es una excepción a su territorio, como en su día lo fue Gol 2.

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Terrorismo post 11-S

Sin escalas comienza con una larga escena en el aeropuerto. Filmada con un cierto aire de irrealidad, con ligeros desenfoques, teleobjetivo, un cierto ralentí… Asistimos a una visión muy limitada de la realidad, mientras Bill (Liam Neeson) duda si beber o no, mientras observa cómo las parejas se despiden o se reencuentran con muestras de cariño…

Este prólogo sirve para dejar claras dos premisas: la película adopta siempre el punto de vista de Bill, es subjetiva, y nuestro protagonista no atraviesa por una boyante situación personal: alcohólico, guarda de seguridad de un avión porque ha sido expulsado de la policía, con problemas familiares…

El detonante es sencillo: ya en pleno vuelo, nuestro hombre recibe mensajes en su móvil amenazando con matar a un pasajero cada 20 minutos si no logra que la compañía deposite 150 millones de dólares en determinada cuenta. Y puntualmente van muriendo pasajeros, siempre de forma sorprendente, sin pistas que descubran a un asesino que, evidentemente, también viaja en el avión.

A medida que avanza la trama y los intentos por descubrir al causante de las muertes son infructuosos, la situación va girando en dos líneas: por un lado, la existencia de una bomba convierte el caso en terrorismo; por otro, las circunstancias apuntan a que nuestro Bill es el terrorista, así al menos lo creen el resto de pasajeros y el resto del mundo porque los medios de comunicación ya difunden su propia visión del caso, proporcionada por un video grabada con el móvil por uno de los pasajeros.

Todos dudan de Bill. Excepto nosotros, los espectadores.

Ya hemos dicho que es una película subjetiva y acompañamos a Bill en todo momento, por lo que sabemos qué ha hecho y qué no ha hecho nuestro infeliz y desorientado alcohólico. Va a tener que demostrar su inocencia, resolver con eficacia su trabajo y, si lo consigue, rehabilitarse como persona.

Nos movemos, efectivamente, en el terreno del falso culpable.

Hitchcock en la memoria, evidentemente, pero también su discípulo Brian DePalma, quien últimamente se ha convertido en el objetivo de multitud de nuevos cineastas.

Del director de Con la muerte en los talones toma la trama básica, que guarda algún punto de contacto con 39 escalones. Del discípulo que filmó Vestida para matar, Collet toma algún plano imposible, como la escena del registro de todos los pasajeros cuya elipsis ilustra sacando la cámara por la primera ventana del avión en pleno vuelo y entrando en un plano único por una de las últimas ventanas, para mostrar el final del registro. Una imagen similar a la que vimos en la larga secuencia final del tren en marcha en Mission: Impossible.

Como DePalma, Collet también maneja con soltura una cámara casi flotante en el interior del avión y, sobre todo, apuesta por una resolución visual ingeniosa para mostrar los continuos mensajes en los móviles: se escriben en la pantalla, superpuestos.

Vemos lo mismo que ve nuestro protagonista. Ya hemos dicho que es una película subjetiva y el respeto al punto de vista elegido es escrupuloso por parte del director.

En síntesis, thriller filmado sin estridencias, con notable vigor en la resolución de las secuencias de acción, sin trampas en las explicaciones (tranquilos, no desvelaremos ninguna clave) y con sorpresa… pero no en la resolución, sino en algunos temas que apunta en la parte final.

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¿Seguridad nacional?

Tema uno: una opinión sobre los sufridos pasajeros.

Ante el amago de crisis, con los pasajeros a punto de amotinarse en pleno vuelo sobre el Atlántico, la única herramienta que encuentra Bill para acallar a los críticos es garantizarles que la compañía les regalará un año de viajes internacionales gratis si dejan de protestar y se sientan. Todos se callan de inmediato.

Un comentario casi al margen sobre la mentalidad del ciudadano medio norteamericano: mucha preocupación por la seguridad, mucho amago de rebelión… pero el dinero (o las promesas) no sólo mueve montañas, también ahoga cualquier rebelión.

Sin subrayados, pero ahí queda.

Tema dos: hablando de seguridad en los aviones.

Tras el atentado del 11-S los Estados Unidos han multiplicado sus medidas de seguridad y presumen de ello.

Un comentario sin mayor subrayado en la parte final del film: a cualquier alcohólico le dan un arma y ya presume nuestro gobierno de que la seguridad es lo primero. ¿Quién controla a los miles de nuevos vigilantes de seguridad armados y camuflados que viajan en los aviones que sobrevuelan territorio norteamericano?

Nuestro alcohólico Bill, sin ir más lejos. Sin más subrayados, pero ahí queda.

Tema tres: ahondando en la llaga de la seguridad.

Dos motivos aparecen en el horizonte como justificación para el secuestro del avión y las muertes de los pasajeros cada 20 minutos: uno es el dinero (ya lo hemos dicho, mueve montañas) y el otro es precisamente la falta de seguridad tras el 11-S, la denuncia de la mentira que están vendiendo al pueblo americano.

Denunciar una gran mentira gubernamental y la pasta. Dos motivos ya existentes en la trama y presentados con sutileza previamente. Ya hemos dicho que el guión no subraya groseramente, sencillamente apunta temas.

Y dispara con precisión, por cierto.

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La elegancia de la puesta en escena

El diálogo final, entre dos de los supervivientes, es un buen ejemplo de cómo Collet Serra sugiere pero no subraya cada momento:

            ELLA: ¿Adónde vas?

            EL: Depende.

Nada de rutilante beso final, ni siquiera abrazo, ni un apunte de presunta historia de amor. El enfrentamiento con una situación extrema seguramente ha hecho cambiar a nuestro Bill, le ha enseñado, de alguna manera lo ha reivindicado, es un renacimiento.

Pero eso ya se verá. No hay necesidad de insistir. Puede que haya una nueva relación o puede que no. Depende.

Es un buen ejemplo de cómo la película sortea los tópicos habituales del thriller de acción y eso que produce Joel Silver, famoso por sus ruidosas escenas de acción marca de la casa: para haceros una idea basta recordar la saga Arma letal.

Sin escalas, un thriller conciso, filmado con elegancia, sin añadidos ruidosos innecesarios y cuando llega la hora de descubrir a los auténticos responsables de la amenaza tampoco se excede ni cae en tópicos innecesarios.

De hecho, la explicación de por qué el avión es secuestrado resulta eficaz, coherente con todo lo que hemos visto (recordemos: Bill es un vigilante de seguridad del avión porque esta parcela se ha multiplicado en su país tras el atentado del 11-S) y hasta nos atreveríamos a decir que ofrece una solución original a la hora de explicar por qué no se podía encontrar al culpable de cada uno de los asesinatos en el avión…

Pero no lo vamos a decir porque, hace un par de décadas, un viejo zorro como Wes Craven filmó el enésimo renacimiento de su carrera con una pieza de culto titulada Scream, que luego se convirtió en inacabable serial. Allí también había una solución original para que el psicópata asesino pudiera estar en varios sitios a la vez…

Y no desvelaremos más, los que hayáis visto Scream ya sabéis a qué nos referimos.

Sin escalas es, sin duda, la mejor película de Jaume Collet Serra hasta el momento.

Escribe Mr. Kaplan

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