Guadagnino tibio: no resuelve el partido
Fui a ver esta película, lo digo con franqueza, sin haberme informado mínimamente sobre ella e impulsado por las ganas de volver a ver otra obra sobre el deporte de la raqueta, recordando títulos como la entretenida y estupenda La batalla de los sexos (2017), de Jonathan Dayton y Valerie Faris; o la interesante El método Williams (2021):, de Reinaldo Marcus Green.
También quise ver la peli a ver si me quitaba el mal gusto monumental de la siniestra y antropófaga peli de infausto recuerdo de Luca Guadagnino Hasta los huesos: Bones and All (2022), peli en la que mucho público se salió de la sala.
Esta cinta está ambientada en el mundo de las competiciones de tenis, aunque, a decir verdad, competiciones bastante mediocres, casi como una liga universitaria y, en fin, nada que ver con el fuste, el brillo y la categoría de los Grand Slams o similares, al menos en cuanto a setting, ambientación, vestimentas, etc.
Comienza el filme con un partido entre Patrick Zweig y Art Donaldson, observado atenta e intensamente por Tashi Duncan desde las gradas. La tensión es palpable, lo cual da a entender una historia compartida que la película pronto va a revelar yendo hacia atrás en el tiempo. Unos hechos que se remontan a los años de juventud del trío.
La película pretende utilizar el deporte como metáfora de la dinámica interpersonal y romántica de los personajes, pero acierta solo a medias.
Art y Patrick son grandes amigos desde la adolescencia y verán su vínculo a prueba, no solo por su naturaleza competitiva, sino de manera particular por su recíproco afecto por Tashi.
En esos momentos ella es una formidable jugadora de tenis, lo cual provoca admiración e incluso intimida a Patrick y Art. La chica habla de su dedicación al deporte con una mezcla de humor y desaire, a la vez que rechaza las pretensiones afectuosas de los chicos. Deja claro que el tenis es su único amor. Pero todo eso hace presagiar la dinámica difícil que se desarrollará más tarde.
El cuento se intensifica cuando los amigos persuaden a Tashi para que vaya con ellos a su habitación del hotel. Ella, con ciertos juegos voluptuosos y sensuales viene a concluir veladamente que la amistad del dúo es un romance de varones.
Con el tiempo Tashi mantendrá una relación con Patrick durante el período universitario, pero hay un momento crítico y crucial en el que ella pone fin a su carrera y es Art quien está a su lado como firme apoyo. Este incidente va a afectar al trío, alterando el curso de la amistad entre los jóvenes; en tanto, van asomando las complicaciones del amor, la lealtad y las aspiraciones personales en sus vidas ya adultas.
En esta situación está Tashi, que ha visto truncada su carrera por una lesión. Con el transcurrir del metraje se convierte en entrenadora de quien acaba siendo su marido, ceño constantemente fruncido detrás de la estancada carrera tenística de Art, un jugador inseguro a quien convierte en campeón de varios torneos de premios importantes, supuestamente.
Pero hete aquí que Art encadena un rosario de derrotas. En esas, Tashi le inscribe en un importante torneo, un torneo profesional de bajo nivel, en el cual se reencontrará con su antiguo amigo Patrick, exnovio de Tashi, al cual le une, además de la rivalidad deportiva, la rivalidad amorosa y un sentimiento de inferioridad con relación a este, en el plano sexual y otros.
Luca Guadagnino nos obsequia con desigual fortuna esta película de smashes, dejadas, saques a todo meter, passing-shots, drives y voleas, muchas voleas y peloteos, tanto físicos en la cancha de tenis, como de candentes emociones humanas y conflictos amorosos oscuros y soterrados.
La dirección tiene algunas luces y bastantes sombras. Es un trabajo en que se ve a Guadagnino con dilaciones y falto de seguridad, con una mano inestable que falla a la hora de mantener la tensión.
Hay un elemento que sí es acertado: la exploración de la vulnerabilidad masculina. Guadagnino retrata a sus personajes masculinos con una acritud conmovedora, capturando su desnudez física y emocional sin sensacionalismo, pero de manera eficiente.
En el reparto, una Zendaya de largas piernas, voluptuosos labios, incluso arrolladora, maneja su papel con una mezcla convincente de fuerza y sofisticación; Tashi queda retratada como alguien que controla las vidas de Art y Patrick, en un rol de personaje seductor, también antagonista y manipulador, una mujer física que sabe embobar. Curioso resulta que sabemos lo que sienten por ella los chicos, pero no queda claro lo que ella siente por ellos.
Josh O’Connor y Mike Faist tienen una química por encima de la mera rivalidad. Además, se sugiere una relación más profunda, casi simbiótica, que roza lo carnal, moldeado ello por años de amistad, masturbaciones compartidas y competencia tenística. Sus interacciones quieren servir a la premisa de la película de que el amor y la rivalidad no se excluyen, siendo ambos las dos caras de la misma moneda.
Faist, que gana como jugador, aunque con una actuación aparentemente mansa, ilustra todo un tratado de las dudas del personaje. Mientras que O’Connor es atrevido y encantador, Faist es tranquilo y contemplativo. Hay un interjuego de superioridad e inferioridad. Una escena hacia el final, de ambos en una sauna, resume su relación: la de un Faist ansioso, ante un O’Connor zalamero, exhibicionista y arrogante.
Participan también como actores de reparto, Jake Jensen como Finn Larsen, Nada Despotovich, como Sra. Duncan, A. J. Lister, como Lily Donaldson, y Naheem Garcia, como Sr. Duncan.
La música de Trent Reznor y Atticus Ross se percibe acorde al paisaje visual y emocional de la película, con sus elementos de tecno pop de los 80. A veces realza la profundidad emocional de las escenas, aunque en ocasiones afecta a la sutileza de las actuaciones y la intimidad de ciertos momentos.
La película pretende explorar el complejo mundo del amor, la amistad y la competencia a través del cristal del tenis, un deporte que es un ejercicio de fuerza, pero también intenso, fino y muy psicológico, aspectos que toca tangencialmente o con trazos acertados en alguna escena suelta. Pero queda alejada la historia de la agudeza y la obra no hace a la delicadeza del juego de la raqueta, ni del amor.
Hay destellos breves pero sustanciosos, que refieren el paralelismo entre las estrategias del tenis y las maniobras de los personajes en el amor y en la vida. Se muestra la naturaleza impredecible y sujeta a contingencias inopinadas y aleatorias, de ida y vuelta, propias de un partido de tenis. Lástima que estos fulgores sean fugaces.
Hay en el relato más idas y vueltas en el tiempo de las necesarias, flashbacks que nos muestran los orígenes de las relaciones de los protagonistas, desde los años de secundaria, y de cómo un triángulo amoroso trastoca su amistad.
Períodos de tiempo diferentes entre 2006 y 2019. Estos frecuentes saltos en el tiempo ralentizan el impulso del relato, lo que hace que la experiencia visual resulte entrecortada. Un enfoque así, no lineal, necesita de un manejo más diestro y preciso para mantener un flujo constante. A Guadagnino le ha faltado ese magisterio.
Centrada la obra en una Zendaya temperamental y hasta controladora, sin embargo, el peloteo melodramático que pretende deviene volea fallida de un guion cuyo autor es un dramaturgo y novelista joven, Justin Kuritzkes, que vertebra una película errada en sus principales lineamientos, pues no da la talla ni como romance serio en el marco de un triángulo amoroso, ni como drama deportivo de los buenos. Se queda a la mitad.
Tampoco sobre las dificultades de ascender al olimpo del triunfo tenístico. La cosa queda tibia, por lo que, cuando atañe a asuntos profundos de los personajes, esa medianía se nota más que si de una trivialidad se tratara.
Según mi manera de ver la película es defectuosa, aunque también es muy humana y tiene la pulsión de indagar en las profundidades de enredos y tramoyas emocionales. Aunque no es mi caso, puedo aventurar que a algunos jóvenes tal vez les guste esta historia, sexualmente light, de este trío de tenistas.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Warner Bros.