Comedia de chicha y nabo
La pareja de jóvenes compuesta por Michelle y Allen ha llegado a un punto difícil en su relación, se encuentran en una disyuntiva y empiezan a considerar la opción de contraer matrimonio o separarse pues, aunque son felices y están bien, se debaten entre un cierre o la consolidación, entre el todo o la nada. En principio, pues, asistimos a un planteamiento un tanto asombroso para unos novios que, aparentemente, se quieren y todo eso. Como si la duda los presidiera.
Para más inri, resulta que los treintañeros ven amenazado su amor cuando él, en la boda de un amigo, hace una «jugada» de lo peor y más. Allen, viendo que la novia, una vez casada, va a lanzar el ramo de flores que en teoría tendría que recoger su novia Michelle, en un movimiento acrobático y estúpido, más propio de una peli mala, da un salto para impedir que ella atrape el ramo de la novia, que es el equivalente a transmitirle que no está aún preparado para el compromiso y por eso ha interceptado el ramo que simboliza justo eso: que la próxima boda sería la de ellos.
Esto desencadena una discusión entre ambos. Un rifirrafe arduo pero simple y sin demasiado fondo: decide ella que se va con sus padres y él hace otro tanto. Todo ello de una manera muy anodina y sin sustancia ni fondo.
En esa duda andan, cada uno en su casa hablando con sus padres, cuando deciden invitar a sus respectivos padres, para que se conozcan al fin e incluso les asesoren lo más sabiamente posible sobre cómo encauzar su relación de pareja.
Pero ocurre, aunque ellos no lo saben, que entre los padres hay una historia en la trastienda de las relaciones prohibidas. Asimismo, los padres, ya mayores y que conocen el paño, tienen valoraciones diversas y pragmáticas sobre el valor del amor y el futuro del matrimonio.
O sea, cierto enredo que adquiere tonalidades maquiavélicas a causa de dos detalles: una cena para que se conozcan las familias y el hecho (visto con anterioridad en un largo prólogo) de que las parejas ya se «conocen», incluso más de lo que debieran.
El director y guionista Michael Jacobs adapta una obra teatral que él mismo escribió en 1978 y que no oculta ese origen teatral, lo cual se hace evidente por cierto entumecimiento de los diálogos, su insustancial apuesta formal y una retahíla de peroratas, mayormente insulsas.
Jacobs es un veterano de las comedias de situación e intenta una especie de sainete entre triste, apenado y humorístico, de unos personajes con mucho dinero, casas buenas, cocinas que no utilizan, armarios a tope de ropa que les permite vestirse para cada evento. Una clase media alta pudiente, consumista y aburrida.
Consigue Jacobs, empero, algunos elementos y momentos para añadir algo a la irresoluble ecuación del tiempo y la pareja. La pregunta es: ¿tiene chispa, humor, picantito o algo la trama? A decir verdad, poquito, mayormente cuando los matrimonios mayores se encuentran para que los novios puedan presentar a sus padres y ciertos puntos de humor en el encuentro, particularmente la malicia y el ímpetu y ardor tremendo que Susan Sarandon (76 años) le regala a su personaje Mónica, que es una mujer implacable, una fuerza de la naturaleza en cuya interpretación la actriz parece pasárselo bien.
Richard Gere y William H. Macy tienen, como dice Oti: «algún cruce de espadas meritorio», pues claro, ambos se sienten engañados, aunque en tiempo de descuento; a Diane Keaton hay que mirarla con ternura y con los ojos de la ofrenda: una mujer que llena pantalla y resulta atractiva en su posición de adulta mayor con encanto.
El filme es una comedia romántica, pero el humor del que hace gala es poco y carece de fuerza y de eficacia. Si acaso estos ramalazos de comicidad se producen entre los padres de los jóvenes, los matrimonios maduros e infieles el uno con el otro. Son engaños inocentes y desganados, aunque consolidados, que salen a la luz cuando los hijos van a decidir casarse.
Ocurre que la cinta se toma demasiado tiempo en establecer esta premisa del matrimonio y reunir a los seis protagonistas en un mismo encuadre. O sea, toda esta historia trivial ocupa mucho metraje y poco meollo.
Hay un exceso de conversaciones sobre el compromiso, el amor, la infidelidad, la culpa, el perdón, el paso del tiempo e incluso más temas. Abrumador, casi, pues cada personaje parece dispuesto de manera machacona cara al espectador, en tener la misma conversación con todos y cada uno de los otros protagonistas.
El resultado podría haber sido más ameno y menos fastidioso. Cuanto sale en pantalla tanta artificialidad, conversaciones tontorronas o réplicas cansinas, dan ganas de resoplar.
Incluso las casas no son en puridad hogares creíbles, sino más bien casas decoradas a posta, como si fueran para su venta por una agencia inmobiliaria o así. Tampoco hay nada interesante ni inteligente, ni sagaz ni remotamente humorístico en lo que se transmite. Cuanto se dicen los personajes es de todo punto trivial, pesado y por momentos empalagoso.
La cinta tiene una musiquita salvable de Lesley Barber, una fotografía aceptable de Tim Suhrstedt y una puesta en escena vaga e inconsistente.
Lo que más atrae a priori de esta película es su reparto, con un elenco atrayente, con actrices y actores, algunos de ellos de relumbrón. Diane Keaton (76) interpreta a Grace (personaje simpaticón, pero con exceso de culpa y dramatismo religioso-culposo), quien se deja llevar por una amistad coqueta que podría parecer un romance, con el vacilante Sam (William H. Macy -72-, un hombre al que conoce en modo de máxima conmoción en el cine, con el cual pasa luego una tierna velada hablando y comiendo pollo frito en un motel, ello después después que ella lo haya visto llorando mientras veía una peli e interviniera para consolarlo).
Howard (Richard Gere) y Monica (Susan Sarandon) se han estado reuniendo en habitaciones de hotel durante meses, aunque él ya está aburrido de ella. Él también aprovecha para disfrutar en una de las pocas veces que le ofrece el cine para mostrar sus dotes humorísticas; es un marido aburrido y otoñal para quien el tiempo del sexo ha pasado.
Y la intensa y libidinosa Sarandon-Monica, cuyo tórrido romance matrimonial toca su fin y se quiere entender con un Gere desmotivado y melancólico; ese rechazo la pone a ella de los nervios e incluso, medio en broma medio en serio, lo amenaza con cargárselo (toda una metáfora, pues lo que anhela es matarlo a base de sexo).
Luego, los jóvenes, Emma Roberts y Luke Bracey, que aparecen como Michelle y Allen, quienes planean casarse, pero tienen bastantes reparos y piden asesoramiento cada cual a sus padres que, a su vez, conforman matrimonios decadentes o desmotivados y que son «pretendidamente» adúlteros, aunque el adulterio de los padres sea más de chiste que otra cosa.
Los dos protagonistas jóvenes sirven como puntos de unión en el libreto y en ningún momento, según lo he visto, son importantes, salvo para cierto reclamo. Los que aportan color, algo de picante y comicidad son los actores mayores.
Pero, en fin, todos cumplen más o menos con sus trabajos, lo que ocurre es que el libreto, un tanto simple y escueto, y la propia realización de Jacobs, no dan cancha para demasiados alardes. A lo sumo podemos reírnos un poquito cuando los padres sen encuentran para la cena compartida que, finalmente, entre tanto lío, se queda en unas copas, algún conato inocente de pelea, cierto entendimiento y, a continuación, cada cual a su casa.
El atractivo de la comedia son sus cuatro protagonistas mayores pues quien tenga más de 50 años, es más que probable que sea entusiasta de al menos uno de ellos. Personajes involucrados en historias separadas que se vinculan de una manera que puedes adivinar, pero que no hay que desvelar mayormente.
Hay algunos puntos de interés, curiosos e incluso paradójicos. Veamos. Esta comedia intenta presentar una especie de retrato robot de las dificultades que encuentran las parejas jóvenes y también las mayores, las que empiezan y las que tienen ya un recorrido, que llevan muchos años casadas. El sarcasmo está en que, en todas las parejas, jóvenes y mayores, hay problemas y circunstancias sensibles y difíciles de solventar: aburrimiento, dejadez, incomunicación, etc. Como las «hijas de Elena, que ninguna era buena».
Eso sí, a mayor gloria de Hollywood, lo que observamos de manera destacada es cuán bien se conservan las estrellas de cine de la tercera edad que, desde luego, envejecen mucho mejor que el común de los mortales. Lo mejor, para mi modo de ver, es que siguen trabajando en la gran pantalla y que lo hacen con gran oficio y desparpajo, como quien está cantando en la ducha.
Pero, a pesar de las estrellas, la cinta no consigue superar sus obvios orígenes teatrales y resulta una historia, amén de esquemática, con un exceso de parlamento, lo cual, si el cine es ante todo imagen, este principio queda mal resuelto. La trama parece sacada de una farsa francesa del pasado siglo y, además, con un colmo de ñoñería pequeño burguesa llamativa.
El común de las parejas de más de setenta años, según las investigaciones serias, revalorizan en su mayoría la relación con su pareja, asumiendo su necesidad de mutuo apoyo y acompañamiento, lo cual suele significar más un índice de felicidad que de infelicidad. Por lo tanto, el planteamiento del filme es poco probable y falto de realidad científica, según la Gerontología.
Y, finalmente, que no falte el pintoresco montaje de Central Park en todo su esplendor otoñal-invernal, como para recordarnos que este tipo de cosas las hemos visto infinidad de veces en el cine. El escenario ha de verse tan clásico, nostálgico y en tan buena forma, como los protagonistas.
Escribe Enrique Fernández Lópiz