Si yo pudiera hibernar (2)

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Calor familiar

Cuando una filmografía incipiente intenta abrirse al mundo, como si de una regla no escrita se tratara, suele recurrir a las peculiaridades del lugar en el que se origina, añadiendo al quehacer cinematográfico una especie de necesidad de mostrar la idiosincrasia de su lugar de origen, si es que eso existe.

O tal vez sea tan sólo una estrategia comercial basada en el interés que, supuestamente, los potenciales clientes tienen en lo exótico; ese espíritu aventurero que parece aún anidar en la mayoría y que desatiende lo universal en favor de lo particular.

No estamos hablando sólo de tiempos recientes o de referencias geográficas precisas. En cierto modo el western representó para los inicios del cine americano, del cine, la carta de presentación localista desde la que proyectarse al mundo entero, por mucho que albergara en su seno, y desarrolló como ningún otro género, los gérmenes que lo llevarían a plasmar lo más íntimo de la condición humana, de sus aspiraciones y su moralidad.

Pero si nos centramos en nuestro país, y sin necesidad de remontarnos a los orígenes, observamos un procedimiento similar. Cuando las mujeres acceden de forma masiva a la dirección, sus películas versan, una y otra vez, sobre su propio tiempo pasado, el personal: películas sobre la infancia y la adolescencia de mujeres que, sin ningún ánimo de encubrimiento, son las propias directoras u otras muy allegadas a ellas. Cuando esta temática ya queda agotada, por saturación más que por otra cosa, comienzan a abrirse a historias más genéricas, menos íntimas.

De esta representación del cine de Mongolia que llega ahora a nuestras pantallas no cabía esperar otra cosa. Una familia pobre, madre y cuatro hijos, se ha desplazado del campo a la ciudad, en la que lleva ya dos años, para aliviar sus penurias, pero estas no han disminuido como ellos habían planeado.

Este planteamiento elemental sirve para varias cosas. En primer lugar, para recrearse en la pobreza de los inmigrantes, que en este caso está representada por el frío (de ahí la simpleza del título). Los problemas con la comida o con la vestimenta no son tan relevantes, pero la necesidad de combatir las bajas temperaturas es algo acuciante en toda la película, prácticamente su hilo conductor, y el carbón es la pócima mágica que lo consigue y que no está al alcance de los protagonistas. El lugar donde viven refleja también esa miseria. El hacinamiento, acentuado por los planos casi siempre cerrados sobre los allí residentes, es un reflejo de la precariedad de su existencia.

Pero no estamos ante una sociedad rural. Esa ya quedó atrás. Forma parte del pasado de esa familia, pasado que, en el caso de la madre y el hijo menor, será recuperado. El lugar de residencia es la ciudad que se abre a otros tiempos, y que, como ocurre siempre, deja en sus márgenes a quienes no son capaces de adaptarse a su ritmo.

El contraste entre dos tiempos que se traducen en dos lugares es uno de los temas centrales de la película, o esa parece la intención de su creador. Las referencias al futuro que asoma, y a la apertura que llega de fuera, están diseminadas por doquier. De forma inmediata en las diferencias arquitectónicas, pero también en los gustos de los jóvenes, con la referencia a las zapatillas Nike o a la música occidental. Y, por supuesto, a la colonización imparable de internet.

Esa apuesta por el futuro está vista desde una posición, cuanto menos, neutra. Sin presentar el medio rural, y el pasado a él asociado, como una arcadia feliz y digna de ser recuperada, los peligros de la simbólica ciudad no son obviados. El abandono impersonal en el que sus habitantes se ven constreñidos es uno de ellos, y la contaminación otro, perfilando un medio hostil cuya solución por parte de las autoridades se expresa en la instalación de un medidor de humos que no puede funcionar por falta de electricidad.

La película apunta también un modo de salvación. Se trata de la educación representada por las olimpiadas de física a las que el brillante alumno quiere presentarse, y que se traducirán, no ya en un incierto futuro esplendoroso, sino en un premio en metálico que se convierta en carbón para combatir el frío.

Sin embargo, todos estos apuntes se quedan en bocetos que no son desarrollados. Desde el momento en el que la madre decide volver al campo con el hijo menor, escena muy bien resuelta al mostrar las desavenencias entre aquella y su primogénito a través de un espejo, donde la madre se erige ya como un ser extraño, ausente, desde ese momento el relato se convierte en un panegírico del esfuerzo del joven por sacar adelante a sus hermanos, acentuando su bondad y los valores familiares que, a pesar del enfado con su madre (a la que acaba perdonando, faltaría más), recuperará en todo su esplendor.

La película acaba siendo un catálogo de buenos sentimientos, sacrificios encomiables y lecciones morales

La abnegación de este muchacho es conmovedora. Y su conducta intachable. Ya pueden venir mal dadas que su comportamiento no se desvía del bien. Cuando le proponen ir a robar, se niega en redondo, por mucha necesidad que tenga, y tan sólo se atreve a recoger unas maderas abandonadas para mantener el fuego que combate el frío, el enemigo irreductible. Y su dignidad le impide incluso mendigar, o permitir que su hermana falte a la escuela para contribuir a paliar las necesidades familiares, algo que sólo a él le está permitido.

En esta lucha por la supervivencia existen también los buenos samaritanos, encarnados en los viejos, quienes ayudan y dan buenos consejos, al tiempo que son capaces de reflexiones sensatas y acertadas que indican el camino a seguir.

Estos ancianos son en realidad la voz del pasado, un mundo que fue y que está desapareciendo, y que se mantiene como acervo cultural y moral de referencia para llevar una vida recta. De esta manera la película deja entrever esa nostalgia por una situación que, al menos en sus valores, debe ser reivindicada.

Los valores familiares son los que acaban triunfando. El mundo impersonal de la sociedad moderna (que conduce a la descalificación gratuita del profesor) encuentra su refugio en la solidaridad familiar, en la que hasta la madre es recuperada, y que halla su símbolo definitivo en la pulsera que porta el hermano mayor durante el examen final.

La película acaba siendo un catálogo de buenos sentimientos, sacrificios encomiables y lecciones morales. Todas las disonancias que apuntaba son aplacadas o abandonadas, y al final sólo queda el regusto del recurso fácil y el sentimentalismo impostado. Seguro que Mongolia podía ofrecer algo mejor.

Escribe Marcial Moreno | Fotos Surtsey Films