Una historia interrumpida
Adaptación cinematográfica de la novela de Irene Nemirowsky, Suite francesa es una película que habla de la historia y del drama de la Segunda Guerra Mundial, así como se ha hablado de ello en muchas otras obras cinematográficas.
Resultaría un cliché de situaciones y de sensaciones si nos quedáramos en la atmosfera de tragedia y de drama vivida por una familia francesa “particular” —compuesta por una suegra y su nuera— que afronta las desgracias de un momento tan terrible y las continuas tensiones que derrotan su vida de personas acomodadas y que tendrán que “soportar” la presencia de un oficial alemán dentro de su casa durante la ocupación alemana.
La primera impresión que tenemos como espectadores y que representa una fuerza a nivel narrativo respecto a la trama, es que este filme no habla de facciones, de la ocupación de Francia por parte de los alemanes ni de un lado bueno y otro malo: esta película habla de personas y de los sentimientos que pueden nacer incondicionadamente.
Es cierto que la historia de amor entre el malo y la buena, o al revés, siempre ha sido un buen tema para una película; sin embargo, este filme se concentra en el aspecto más humano y personal, he aquí lo que podemos considerar el motivo de su triunfo.
Con Suite francesa el director Saul Dibb retoma con delicadeza una historia de amor difícil, interrumpida y posiblemente incumplida. La novela de Irene Nemirovsky, trabajo de hecho incumplido por parte de la escritora a causa de la deportación y la muerte de la misma, revela la disgregación humana no sólo a causa de la guerra o del racismo hacia los judíos, sino por la imposibilidad de desarrollar un sentimiento. Todo está roto, cortado, amputado: nada en esta historia parece realizarse o cumplirse.
Pese a que anotamos una “falta lingüística”, por el hecho de que el director haya elegido actores de habla inglesa para una película que se desarrolla en Francia y que quiere justamente expresar lo que la guerra les ha hecho a ellos como población, ocupada por los alemanes, la película cumple con su objetivo: el de expresar la humanidad en todas sus formas posibles. Lo único que les queda a todos los personajes de esta historia es justamente esto: la humanidad, el estar uno con el otro. La mayor lección de la guerra ha sido la posibilidad de aprender esto o lo que de esto queda, la humana solidaridad.
Sustancialmente, esta película habla de amor: sin embargo, el director que sigue la línea de la novela no cae en el romanticismo. El amor no es felicidad, sino algo que permite mantenernos vivos, humanos, agarrados a la belleza y no dejarla escapar. Todo es efímero: el amor y la guerra, los dos son aspectos pasajeros y este paralelismo dura por todo el filme.
Incluso en el montaje se nota esta fragmentación de la historia, ya que cada escena no se resuelve de por sí, sino que siempre hay una sensación de situación incumplida, hasta la próxima escena donde ocurre exactamente lo mismo. El montaje es fragmentario y no confiere una continuidad a la historia que por eso sigue con sus interrupciones, llevando adelante el misterio de la novela de la Nemirovsky, cuyo final verdadero nunca se llevará a cabo.
Una película que no avanza, que se queda estancada e interrumpida, que no adelanta conclusiones, dejando el espectador a la espera de que pase algo para cambiar la situación. Hasta el final, Michelle Williams procura interpretar la parte de una mujer fuerte, que intenta sacrificar los sentimientos por los principios, lo justo por lo que no es justo, si de justo se puede hablar y lo hace muy bien: manteniendo una expresión fría y misteriosa, se lleva consigo el mismo misterio de la autora de la novela, Irene Nemirovsky, cuya muerte se queda en esa arcana tragedia que ha representado la Segunda Guerra Mundial para toda la humanidad.
El único misterio que será revelado es el motivo de este título que de hecho no desvelaremos para dejar el gusto de disfrutar de lo poco que hay que descubrir.
Escribe Serena Russo