Sujo (3)

Published on:

La segunda oportunidad

Sujo es un drama mexicano sobre la mayoría de edad, compuesto de cuatro partes, cada una de las cuales lleva el nombre de una persona importante en la vida de Sujo. Cada capítulo sigue su viaje a través del violento entorno criminal del que intenta escapar, cada vez con un mentor o guía diferente que influye en su desarrollo.

Cuando Sujo (Kevin Aguilar, Juan Jesús Varela) pierde a su padre siendo niño en un violento asentamiento dentro del entorno del cártel, su mundo se derrumba. Su tía Nemesia (Yadira Pérez) lo toma bajo su protección y él crece en el campo mexicano. Recibe regularmente la visita de su tía Rosalía y sus dos hijos, Jai (Alexis Varela) y Jeremy (Jairo Hernández), quienes se convierten en sus hermanos.

Sus primos se van involucrando cada vez más en el crimen organizado y arrastran a Sujo con ellos, enfrentándose a una elección crucial: ¿seguirá su camino como su padre o buscará un camino diferente? El camino de vida de Sujo, en el que intenta escapar de la violencia y las expectativas de su entorno y encontrar su propio camino hacia la libertad y la autonomía, está representado por el simbolismo de un caballo salvaje.

A primera vista, Sujo se muestra frío y reservado en medio de un mundo lleno de violencia y crimen. Aunque extraña a su padre, tampoco es que se le note mucha emoción, como si fuera lo más normal que Josué fuera asesinado por sus propios compañeros del cártel. Sin embargo, su comportamiento posterior denota que la pérdida le ha afectado profundamente.

Mientras sus primos admiran con orgullo sus números tatuados como símbolo de su dedicación al cártel, Sujo mantiene las distancias. Parece tener poco interés en el submundo criminal, incluso cuando Jai le dice con admiración lo lejos que ha llegado su padre; después de todo, su lugar de descanso final es una capilla dedicada a su nombre.

La fuerza de la película, y el mayor acierto que encontramos en ella, reside en la ausencia de violencia explícita. Aunque la historia gira en torno al oscuro mundo de los cárteles mexicanos, Astrid Rondero y Fernanda Valadez, directoras que ya estrenaron hace algunos años en nuestro país la recomendable Sin señas particulares, pintan un retrato realista y honesto de las consecuencias para las familias y los supervivientes a las limpias y ajustes de cuentas por parte de los narcos.

Los múltiples estallidos de agresividad extrema nunca se muestran directamente, aunque sí que en ocasiones escuchemos los disparos o los gritos de desespero de las víctimas, y así, como espectador, sientes constantemente su amenaza.

Sin embargo, la película a veces pone demasiado énfasis en lo atmosférico y en el desarrollo de los personajes a partir de unas imágenes muy bien escogidas; en ocasiones, dichas representaciones son muy bellas y consiguen una comunión total entre la forma y el fondo; en otras enseñan una brutalidad intrínseca también muy lograda, con algunos de los saltos temporales más bruscos que uno recuerda haber visto en pantalla en los últimos años.

Todo ello repercute en que el ritmo se ralentice un poco. Si bien la ausencia de violencia es una elección interesante y ayuda a construir la historia, también conduce a momentos de lentitud manifiesta, algo que para lo que representa el conjunto es de una coherencia aplastante, pero que sin duda impacientará a los que están acostumbrados a una narrativa algo más acelerada.

Tampoco ayuda mucho la introducción tardía de algunos personajes que se suponen esenciales en el último tercio de la película. Como se tienen que explicar muchas cosas en poco tiempo acaban por no estar todo lo perfilados que se desearía, caso de la profesora argentina, con un pasado bastante complicado, que ayudará al protagonista a dar cuerpo a su necesidad de huir de territorios hostiles. En esos momentos la narrativa deviene vacilante, como si los puntos de contacto entre unos y otros estuvieran demasiado limitados y los recién llegados no pasaran de meros estereotipos.

La película se estructura en diferentes niveles de realidad. No de una manera ostentosa o estilizada, porque en realidad se busca algo más antiguo y primordial. Como creencias e imágenes que vienen de los primeros hombres y mujeres, elementos tan mágicos como misteriosos y reales, como el fuego, como una noche estrellada, o como puede ser la misma muerte.

Un trabajo valiente basado en la cruda realidad al que no le duelen prendas abrazar el realismo mágico

En ese sentido los episodios en los que se divide el filme funcionan como las caras de un prisma, cada uno agregando una pieza y una capa de un objeto más complejo. Al final, toda la película es un retrato de este joven, Sujo. Un retrato primero de un niño y después de un adolescente, pero también una promesa del hombre que merece ser.

Otro de los puntos muy a favor de la propuesta es que durante todo su metraje se plantea una serie de cuestiones principales que incitan a la reflexión, individual o colectiva, una vez finalizado su visionado. Una de estas preguntas, a modo de ejemplo, es la que expone la delgada línea existente entre la pobreza y el crimen. Cuando uno de los primos visita a Sujo en la capital, y ve que el pobre chaval se tiene que deslomar de mala manera para conseguir ganar algo de dinero que le permita sobrevivir en la urbe, le increpa cuestionando el orden moral que obliga a los que menos tienen a multiplicar su esfuerzo hasta desfallecer.

El legado y el destino son otros de los temas importantes proyectados: ¿cuánto de nuestras vidas está escrito en piedra frente al libre albedrío? ¿Podemos escapar del entorno y la historia que nos creó? Desde luego temas complejos.

En definitiva, un trabajo valiente basado en la cruda realidad al que no le duelen prendas abrazar el realismo mágico para explicarnos, desde un punto de vista harto original, una historia vista muchas veces en pantalla.

Escribe Francisco Nieto | Fotos Surtsey films