Un día perfecto (4)

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En el absurdo de una guerra

un-dia-perfecto-1Un día perfecto puede serlo por muchas razones. En las postrimerías de la Guerra de los Balcanes el día perfecto del grupo de cooperantes protagonistas de este film es aquél en que consiguen llevar a cabo su misión. La tarea de esta gente empieza justo cuando las fuerzas políticas y militares emprenden la retirada para, supuestamente, dar paso a la calma, pero no el orden. El filme se sitúa en esta etapa, la siguiente del conflicto armado, aquella en que ya no hay disparos, sangre y muerte pero sí destrucción, ausencia y rencor.

Este paisaje desolado de los Balcanes bien podría ser cualquier otro resultado de cualquier otra guerra. De ahí la intencionada imprecisión de los títulos iniciales que localizan la trama en “algún lugar —de los Balcanes—” para remitir a una reflexión de alcance universal sobre las consecuencias de la guerra.

De entre ese cúmulo de residuos, heridas y traumas que deja tras de sí cualquier conflicto armado, en primer y principal lugar se encuentran las víctimas directas y  “afortunados” supervivientes que emprenderán una segunda etapa de lucha por acceder al agua —aunque sea contaminada—, como sucede en Un día perfecto. En segundo lugar, muchas veces olvidado, existe un colectivo que, con convicción y solidaridad, trabaja en el lugar de devastación para intentar garantizar las necesidades básicas de los supervivientes, aunque el suyo sea un grano de arena en un gran desierto.

A lo largo de su filmografía, Fernando León de Aranoa ha venido preocupándose por el drama de la sociedad contemporánea. Es por eso que en Un día perfecto el realizador, sin olvidar a las principales víctimas de la guerra, también dirige el foco de atención hacia los cooperantes que trabajan en zonas de conflicto y analiza de qué manera dicho contexto se convierte en su razón de ser y cómo éste condiciona su vida, su experiencia y forma de ser.

El grupo de cooperantes de Un día perfecto se encarga de tareas de saneamiento. Mambru (Benicio del Toro) está a la cabeza del grupo, le sigue B (Tim Robbins) experto en su trabajo; la recién llegada Sophie (Mélanie Thierry); la diplomática Katya (Olga Kurylenko) y el traductor nativo Damir (Feda Stukan). Grupo a partir del cual de Aranoa construye la constelación de puntos de vista posibles desde los que abordar la guerra.

Todos ellos, extranjeros en el lugar, desarrollarán diferentes grados de afectación para con la realidad. Siendo significativa la evolución del punto de vista de Sophie análoga a la concepción del espectador. Y es que contemplar en la pantalla la representación de un conflicto bélico comporta cierto impacto inicial seguido de un creciente empeño por resolver la coyuntura, pero experimentar la impotencia ante la obstaculización burocrática, junto al arraigo de las creencias locales, termina por engendrar resignación ante tal panorama. Siendo este hecho la clave para entender el perfil y comportamiento de B. Un personaje con una gran verborrea, dado al chiste y con un gusto por la música estridente muy particular.

El uso de este elemento en el film resulta controvertido en el análisis del posicionamiento de Aranoa frente al tema que trata. ¿Pero acaso existe un método idóneo para retratar los horrores de una guerra? De Aranoa ofrece una opción diferente, en la suya hay casas convertidas en ruinas y rostros abatidos por la atrocidad vivida en lugar de sangre y muerte en pantalla.

Y utiliza los ojos de Mambru, B y Sophie, con el distanciamiento que su condición de extranjeros en el lugar conlleva, los que retransmitan desde una posición de firme y leal compromiso con las víctimas del lugar, el horror que provoca el absurdo de una guerra entre hermanos y vecinos.

Escribe Aïda Antonino i Queralt

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