Una mirada moral sobre la barbarie terrorista

Con motivo del estreno de la última película de Agustín Díaz Yanes, Un fantasma en la batalla, se ha producido un fenómeno curioso por parte de la crítica cinematográfica española, consistente en comparar este filme con La infiltrada (2024), una de las películas más exitosas de la temporada pasada.
En ambos casos se narra una historia basada en hechos reales, la de una agente de los Cuerpos de Seguridad del Estado que se infiltró en la banda terrorista ETA, como estrategia antiterrorista, con la finalidad de acabar con este grupo armado. Un miembro de la Guardia Civil, en el caso de la película de Agustín Díaz Yanes, y una agente de la Policía Nacional en la que dirigió Arantxa Echevarría.
Sin duda la temática abordada en ambas producciones es similar, aunque su plasmación cinematográfica resultante es diferente.
Agustín Diaz Yanes es un solvente director y guionista con una trayectoria estimable, aunque no muy amplia, en la que encontramos en su faceta de director obras como: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995), Alatriste (2005), Sólo quiero caminar (2008) y Oro (2017). Trabajos habitualmente bien recibidos por crítica y público. Como guionista cabe resaltar su labor en películas como: Barrios altos (1987), Baton Rouge (1988), A solas contigo (1990) o Sin noticias de Dios (2001).
La acción de Un fantasma en la batalla transcurre durante más de una década, plasmando la actividad de ETA y deteniéndose en acciones tan monstruosas como el secuestro y asesinato del concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco en 1997 o el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que pasó 532 días en un zulo, secuestrado por la banda terrorista y liberado por la Guardia Civil.
El director, con buen criterio, no recrea los atentados en la ficción fílmica, sino que recurre a imágenes reales de archivo. De hecho, la película nos trae a la memoria recuerdos muy vivos de aquella pesadilla colectiva que fue ETA, y que las personas de mi generación seguimos teniendo muy presentes.
La historia real que el guion toma como base es la llamada Operación Santuario, iniciada en 2004, dirigida por la Policía Nacional Francesa, en colaboración con la Guardia Civil. Se trata de la mayor operación encubierta contra ETA, dirigida a desmantelar la cúpula dirigente de la banda, lo que finalmente se logró con la detención de 24 personas involucradas en actos terroristas.
Susana Abaitua es la actriz que encarna al personaje protagonista (Amaia). Se enfrenta a una historia compleja que resuelve con una contención y una sobriedad dignas de elogio. Transmite con mucha verosimilitud las situaciones anímicas que va sintiendo su personaje (frustración, miedo, determinación). Las circunstancias por las que va pasando llegan a una situación límite cuando la cúpula etarra confirma que hay un topo en la banda y Amaia tiene que huir.
Su trabajo está bien arropado por un reparto de excelentes secundarios como Raúl Arévalo, Ariadna Gil, Andrés Gertrudix o Iraia Elías.
El relato cinematográfico resulta impecable, de manera que el entreverado de realidad y ficción queda muy bien resuelto por parte del director.
Diferencias entre La infiltrada y Un fantasma en la batalla
Estando ambas películas bien resueltas, como relato cinematográfico, la película de Agustín Díaz Yanes propone una visión sobre la realidad descrita más verosímil, siendo la sobriedad uno de sus principales valores. En sentido estricto no se puede considerar a Un fantasma en la batalla como un thriller puro, ya que, con buen criterio el director incorpora elementos con una aproximación documental en diferentes momentos del relato, apareciendo víctimas reales de ETA.
También propone una reflexión sobre aspectos de la identidad y las motivaciones de la protagonista, así como el compromiso profesional que asume. A modo de ejemplo cabe citar la situación a la que tiene que enfrentarse la agente de la Guardia Civil al tener que disparar a un policía contra su voluntad.
En el caso de La infiltrada, la actuación de Carolina Yuste, que asume el papel de la agente de la Policía Nacional infiltrada es igualmente muy valiosa. Recibió el Goya a la mejor actriz protagonista en la última edición de los premios de la Academia de Cine.
A diferencia de la película de Díaz Yanes, La infiltrada, dirigida por Arantxa Echevarría, si puede catalogarse como un thriller puro, ya que aquí predomina la acción. La misión de la protagonista era contribuir a desarticular el comando Donosti, de la banda terrorista ETA, que actuaba en los años noventa en el País Vasco.

El dibujo de los personajes también marca diferencias visibles. Así, mientras el superior del personaje de Susana Abaitua, el teniente coronel Castro (Andrés Gertrudix) actúa de manera reflexiva y contenida, el jefe superior del personaje de Carolina Yuste lo encarna un Luis Tosar demasiado «testosterónico».
En ambas películas las protagonistas femeninas aportan pisos francos, después de ganar su confianza, para esconder a miembros de los comandos operativos de ETA. En el caso de Susana Abaitua su personaje da cobertura a un frío Zorion, interpretado sobriamente por Raúl Arévalo, mientras Carolina Yuste tiene que lidiar con un agresivo y descontrolado Sergio Polo, papel asumido por Diego Anido.
Como curiosidad, cabe citar el cameo que hace Jaime Chávarri, el director de El desencanto (1976) o Las bicicletas son para el verano (1984) entre otras: en la película de Díaz Yanes, interpreta a uno de los miembros de la cúpula de ETA (Txiki el Viejo).
En síntesis, el director madrileño retrata con precisión y sutileza el desmantelamiento de los zulos del sur de Francia que los infiltrados de la policía propiciaron a lo largo de la década de los 90.
Un fantasma en la batalla describe esa lucha a partir de un guion apoyado en una serie de inteligentes recursos cinematográficos, con una fotografía de factura impecable, y un uso de la imagen de archivo que pone nombres y apellidos a las víctimas de ETA durante aquellos años, sirviendo de impactante verificación de aquella barbarie.
Escribe Juan de Pablos Pons | Fotos Netflix