A la caza del simbionte

Una odisea de movimiento cambiante es la rutina de acciones caras a este tipo filmes, donde el permanente combate agiliza los resultados previstos. Venon es la reiteración que fija al espectador en la butaca con rutinas preestablecidas, lo habitual ejerce un vaivén hacia la neutralización del «códice», «llave universal» que intercede ante la intención de destrucción de humanos y simbiontes por igual.
No mucho más para un supuesto final en la historia de Venon, villano de la saga de Spider-Man, parte de un proyecto donde Sony se esmera por encumbrar personajes alternativos pensando en un golpe de efecto en la taquilla. Intento por generar un vuelco creativo en las posibilidades de un producto comercial que pretende brindar cierta cantidad de oxígeno a la inevitable caída en lugares comunes.
El ejercicio funciona con reparos, la delimitación entre buenos y malos decanta transformaciones. Venon utiliza los pasajes de comedia en su favor, suerte de transición que remueve asperezas. El liderazgo natural convierte la acción del superhéroe transitorio, mojón que apalanca la tradición mediada por la buddy movie, fuga de un Tom Hardy embebido de experiencias chistosas para resarcir las intenciones del simbionte negro. Venon resuelve algo ya generado en las anteriores entregas y se acomoda a las expectativas generales, cosa que, por ejemplo, el Joker de Todd Phillips se negó a hacer de manera rotunda, pero eso ya es otra historia.
Knull es el villano creador de los simbiontes, lo encierran para evitar su propia destrucción; enviará a la Tierra a los xenófobos, suerte de seres semejantes a iguanas gigantes cuasi indestructibles, persiguen a Venon para contactar el códice y liberar a su líder bajo la promesa de no ser destruidos. El resto es pura batalla y persecución con un final que, si bien anuncia conclusiones, abre un compás de espera al posible futuro reencuentro con el personaje central.
La faceta comediante es, por momentos, un sketch a dos voces: Venon y Eddie sostienen la bonhomía de un vínculo para el bien de la humanidad. El recurso nutre de ágiles contenidos, sazona una cinta de superhéroes preocupada, tanto en entretener, como en descentrar el lugar del héroe convencional para multiplicarlo en la acción cooperativa del simbionte, recurso que revierte la imagen de una mitología fuertemente identificada con el mal.
Knull será el as en la manga, quizá una posible secuela sirva para el retorno, mientras tanto, deberemos conformarnos con la sutil presencia fuera de campo que genera el caos universal. Estrategias condicionadas a una taquilla que, hasta el momento, viene siendo favorable: 300.000.000 de dólares de recaudación contra 120.000.000 en costo de producción.
La buddy movie funciona en una dimensión que combina la comedia con el drama, va aumentando el voltaje hacia momentos finales de arduo combate basado en la solidaridad ante el inminente riesgo que asienta en la virtual superioridad del enemigo. Momento culminante donde la producción de efectos visuales alcanza el cénit.
Tom Hardy es el antihéroe mediador; anfitrión para Venon, logra catalizar la reunión de multiversos saneados en el constante discurrir de disímiles versiones que potencian la emoción. Conversiones de tránsito alimentan la aventura en figuras alternativas donde los efectos visuales posibilitan las diversas transformaciones.
Venon es la extensión de una derrota que se dilata en el tiempo. El extraterrestre revierte las permanentes transiciones de su ser al servicio del deleite en la experiencia visual. Es de lo más interesante que ofrece esta película de superhéroes que jamás se aparta de lo convencional. Venon puede ser un pez, un sapo y hasta un caballo; traslada su impronta en la mímesis, suerte de naturaleza transgredida en los poderes ultraterrenos para dotar la acción de matices necesarios.
Venon ejerce la impronta en medio del risible indecoro que supone el descenso a niveles humorísticos de relleno. Su carácter humanizante otorga al personaje el gusto por el juego, el chocolate, el baile, comer cabezas y hurgar en la mente de su socio para ofrecer tontos consejos, cual vecina que pretende traer las últimas novedades del barrio.

El contraste multiplica la invalidez heroica amparada en funcionalidades extremas. La maldad se desvanece, intenta perseverar, pero, las mixturas arraigan en la ridiculización, a tono y contraste con el gran momento que presupone la lucha por salvar a la humanidad. Contradicción que, sumada a la ausencia del Hombre-Araña, como protagonista central, termina por brindar un producto decadente, desgastado en la línea de tres episodios que denotan la absoluta falta de originalidad en el intento.
Venon cautiva en la variedad de los efectos visuales, sus tentáculos eclosionan en la extensión de una masa amorfa al servicio de comportamientos bien humanos, representación de un alienígena huyendo de la violencia para conservar el códice. En un rapto de altruismo, las razones apelan a la inversión de roles mantenidos en la «coherencia» de un vaivén que rompe el clima en instantes de combate.
La familia, fan de los extraterrestres, es la confianza basada en ingenuidades desprendidas de un «mundo paralelo», divorciado de cualquier tipo de multiverso. Asociación a la irritante tontería que distrae la atención de cualquier consideración seria al respecto de una típica cinta de superhéroes.
Knull (Andy Serkis) es el villano subexplotado que inicia la acción, termina montado en los créditos y presagia la permanencia del mal en el anuncio de una posible secuela condicionada por avatares de taquilla. Pero claro, la exacerbación de la maldad habría destruido la oposición de los polos. Venon necesita identificarse con el lado bueno que viene siendo trabajado desde los inicios de la saga. Ya no está el contrapeso de Spider-Man, el mal se ofrece a la decadencia, se vuelve exclusivo en una forma de manifestación intermitente, caduca en el desenlace, cual obligación afectada a un previsible callejón sin salida.
En resumen, Venon: El último baile arrastra los vicios típicos de un cine pretencioso en la «originalidad» necesitada de recaudaciones que lo reafirmen. La experiencia solo vale la pena como entretenimiento simplón, muere en el intento de sorprender con algo diferente en un contexto donde despuntan sus antecesoras Venom y Venon: Habrá matanza; así como también Madame Web y Morbius.
Escribe Álvaro Gonda Romano | Fotos Sony Pictures