Yo soy Martin Parr (3)

Published on:

La genial fotografía social de Parr

Mi afición a la fotografía viene de antiguo. He visitado muchas exposiciones de fotos. Me gustan las fotos antiguas de lugares donde he vivido o que son mi lugar de residencia, incluso llegué a tener una interesante colección de negativos en cristal de mi ciudad natal, la cual regalé a un aficionado como yo.

A propósito, recuerdo un viaje a París, en mi juventud, en el cual visité, entre otros, el Museo George Pompidou. Allí compré dos grandes litografías de sendas fotos que me han acompañado en mis domicilios a lo largo de la vida, fotos de dos niños que me impresionaron gratamente, tal vez en algo me recordaron a mi niñez.

En la primera de ellas, Willy Ronis inmortalizó una de las fotos de la Segunda Guerra Mundial, en la sonrisa de un niño con la alegría de vivir: «Niño con la barra de pan en una de las calles de París», maravilloso Ronis. La Segunda Guerra Mundial obligó a colgar las cámaras a Ronis por su origen judío, que se vio forzado a huir del París de los nazis.

La segunda de estas fotos es del gran Henri Cartier-Bresson, fotógrafo que inspiró a Parr, el protagonista de documento que comento. Esta instantánea la hizo en 1954, viene a representar el pasado, el presente y el futuro del vino. La imagen se titula «Rue Mouffetard» y muestra a un niño acarreando dos botellas de vino casi tan grandes como él. Una maravillosa escena cotidiana. La cara del chaval engancha, su expresión, feliz, inocente, un infante atravesando la calle y un tiempo de postguerra. Un niño recadero seguramente, algo que en la época era muy normal: un niño feliz llevando vino quizá a su familia, o un encargo para alguien.

El documental

El entretenido documental de Lee Shulman defiende de manera convincente el arte de la fotografía, siguiendo al siempre sonriente y a veces travieso Martin Parr por New Brighton, Merseyside –el lugar donde se filmó su obra fundamental, The Last Resort–, mientras su «cámara oculta» sigue capturando la naturaleza humana, una mujer, por ejemplo, con dientes manchados de carmín y uñas pintadas de un intenso rojo. Acompaña más que bien esta cinta la música de Eik Wedin y una estupenda fotografía de Maxime Kathari.

Parr es un fotógrafo británico miembro de la Agencia Magnum desde 1994, un artista reconocido internacionalmente por su acercamiento a la fotografía de documentación social. Su obra se caracteriza por el sentido del humor y la ironía de su mirada sobre el estilo de vida de la gente corriente, sobre todo en Gran Bretaña.

Es admirable ver a Parr de más joven o de mayor con un andador, paseando y fotografiando a discreción. Fotos de todo tipo porque como él mismo dice, «no existe la fotografía perfecta», hay que salir al mundo a buscarla. Y Martin la busca incesantemente.

Fotografías de ancianos sesteando en un banco del parque, de niños jugando, de primerísimos planos, fotos de las comidas más insólitas y por lo común comidas populares, desde un perrito caliente hasta una crema de fresa barata con una avispa que ha caído dentro, desde dos novios besándose, a mesas con parejas mirando cada para un lado opuesto, y turistas, muchos turistas.

Nuestro fotógrafo recuerda que, a él, de niño, no lo llevaron a la playa ni a esa manera de esparcimiento. De modo que en algún momento quiso ir a esos lugares y le gustó mucho esa especie que llamamos turistas, gentes de toda edad y condición que inundan parques de atracciones, montañas, y playas, muchas playas con personas luciendo palmito o acarreando ingentes cantidades de bultos con comida, hamacas y otras mil cosas, personas que anhelan llegar a la orilla del mar para mojarse los pies o incluso zambullirse.

Niños, mayores, mujeres, hombres o gays, todos en pos de la vacación propia de la clase media. Aunque no ignora Parr la hípica, espectáculo más propio de la jet o de los pijos, pamelas y sombreros de copa, elegancia a veces trasnochada.

Pero Parr es mayormente un cronista fuera del glamour, un fotógrafo social que acierta a apuntar escenas de lo más cotidianas, que sobresalen por su encuadre, instantáneas mágicas, por su sensibilidad al captar la escena o la imagen. Bullicio, niños chapoteando en el agua, pájaros, naturaleza vegetal, parejas bailando y escenas hilarantes. Hay una parte del documental en que uno puede reír a gusto con sus fotografías pintorescas, tan atrevidas como sorprendentes.

Vemos los inicios de su obra en blanco y negro que le confiere un perfil de mayor rigor, de ir a lo sustancial, a lo que en puridad es, no lo que debería ser o habría podido ser. Porque Parr es un obsesivo constantemente al acecho de imágenes y personas a las que aprehender en fotografías inmortales que tienen su punto de veracidad, de sarcasmo a veces, pero siempre de franqueza y de conciencia social.

Parr viajó por todo el mundo y su colección de fotografías lo atestigua, hizo retratos de japoneses viajando en metro y extenuados después de una jornada de trabajo. O de gente del campo, o en una tienda de campaña, o de personal de un restaurante popular, viandantes que caminan por algún paseo marítimo, o de conductores que aparcan al lado de una carretera para tomar el sol.

ITALY. Venice. A tourist takes a picture while pigeons surround her. 2005.

Y es Parr, sobre las cosas, el fotógrafo de lo inglés, como él dice, «yo amo mi país». Pero que sabe captar lo bonito, lo feo y lo admisible de su país y de su cultura. Por lo que le vemos al final vendiendo sus libros de fotografías en alguna feria del libro, libros que firma para sus admiradores, más de cien títulos con sus sin par y reconocibles fotografías. Porque lo que nadie discute es que Parr es un genio y acierta a sacar la fotografía buena, la que impresiona, la que se diferencia de la que haría cualquier lego o mediocre, la fotografía top, original y de excelencia.

Parr es testimonio de su capacidad divisiva. Cuando el colectivo de fotografía Magnum, reconocido mundialmente, consideró invitarlo a unirse, la mitad de los miembros amenazó con renunciar si se le permitía entrar, y la otra mitad, haría lo mismo si no lo admitían. 

La fascinante obra del fotógrafo inglés es el tema de este breve, pero ameno estudio, que se propone presentar su extraordinario trabajo, en particular el feroz brillo de sus imágenes en color de los años 70 y 80 que celebran a la clase trabajadora blanca en vacaciones. También cuenta de su afición sin ambages desde la niñez, fotos que le hizo a su padre, de cómo le enseñó y ayudo su vuelo, y más.

Parr es una combinación inspirada del artista de postales costeras Donald McGill y Alan Bennett, con un poco de la fotógrafa callejera estadounidense Vivian Maier y otro tanto de Diane Arbus. Aunque a diferencia de estos, todos admiten e incluso subrayan que Parr jamás es cruel ni burlón, y sí sincero, franco. Jamás se avendría a fotografiar un drama, un cadáver o cosas así.

Como artista tiene lo que Graham Greene llamó frialdad, capacidad para pasar desapercibido, lo cual vemos en su sencilla manera de vestir y calzar, un ser prácticamente anónimo, solapado entre las personas. Sabe qué hacer para que una imagen sea brillante y es necesario hacerlo con disimulo, como no estando allí. Pasa, pues, desapercibido, salvo cuando quiere hacer una fotografía llamando la atención de los modelos.

Las imágenes de Parr son muy divertidas y a menudo penetrantemente agudas, también tristes. En ocasiones se hace difícil creer que existieron en la vida real. Aunque en cierta manera fue así pues Parr las creó con su ojo para la imagen, el ángulo y el encuadre.

Su trabajo duro y su vigilancia permanente le permiten captar el momento instantáneo, y su talento para clasificar el material es de vital importancia. Por eso, como vemos en este documento, parte de su habilidad consiste en parecer un tipo normal caminando entre la multitud con su andador con ruedas, sonriendo benignamente, tomando fotografías sin parar. Esa normalidad es lo que el artista Grayson Perry llama en el documento, «su camuflaje».

Un documental que, en apenas una hora, da un amplio repaso a la obra del fotógrafo Parr.

Curiosamente, la película también muestra en ocasiones a Parr preguntando a sus protagonistas si puede tomarles una fotografía (retratos posados ​​que son diferentes de los momentos capturados por casualidad), pero diciéndoles que no sonrían, que solo presenten su rostro normal. Es ese rostro normal sin sonrisa, el que tiene esa cualidad tragicómica en su obra.

Nuestro artista, a la vez accesible y elusivo, se resiste al autoanálisis y prefiere dejar que su obra hable por sí misma; lo más cerca que llega la película de echar un vistazo tras la cortina de Parr es su afirmación de que su obra es política, que es como decir que sabe dónde buscar.

El filme recurre a otros fotógrafos y artistas en busca de información. Grayson Perry señala sagazmente que Parr –cuyo estilo es tan reconocible al instante como lo sería un Picasso– ha logrado «entrar en nuestro subconsciente» de tal manera que alguien describió la celebración del jubileo de la Reina como «como el día de Martin Parr».

Cerrando

Con la obra de Parr, este documental cumple su función de forma excelente y sin complicaciones, con una duración de poco más de una hora. La presencia del fanático David Walliams, se deshace en elogios hacia la obra del artista, que es más amable, más inteligente, menos condescendiente y, sí, más divertida que cualquier cosa.

Evitando lo que Perry describe como la «seriedad performativa» de los colegas de Parr, la aguda mirada del fotógrafo captura, celebra y posiblemente critica las excentricidades de Gran Bretaña y los excesos consumistas del mundo en general, sin exagerarlos ni explotarlos, y la película de Shulman le devuelve el favor con amabilidad. 

Su condición de uno de los grandes documentalistas sociales se ha comprendido desde hace tiempo y este documental ofrece argumentos convincentes al respecto, dando un amable paseo por su período monocromático inspirado en Cartier y Bresson, hasta su adopción de la fotografía en color (el formato de la moda y la publicidad, no el arte serio), una elección artística tan «escandalosa» en su momento.

Obra que gusta todo el metraje, atrae, interesa todo el tiempo y deja al espectador, o al menos a mí, con ganas de más, porque no es difícil entender que hay un maravilloso corpus de obras por explorar.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Filmin