44 Festival de Cine Mudo de Pordenone (2): 4 de octubre

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Primer cuaderno de bitácora: Reencuentros y sinfonías cromáticas

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La jornada previa al viaje fue agotadora, pero tuve la fortuna de encontrarme con María Fuentes, una restauradora de películas freelance. Curiosamente, fue la primera persona que conocí el año pasado en camino al festival; esta vez, nos encontramos en el avión durante mi escala en Ámsterdam. Desde ese momento, supe que el viaje solo podía mejorar.

Al llegar a la casa de mis anfitriones, Carlo y Luisa, me recibieron con un cálido abrazo que me conmovió a pesar del agotamiento. Carlo, al verme con mi chaqueta y bombín al estilo Chaplin, preguntó en tono sorprendido si todos vendrían vestidos así. «No lo sé», respondí con una sonrisa. La emoción de esos reencuentros ya marcaba un buen inicio para el festival, aunque aún no había comenzado oficialmente.

En el primer día del festival, el mayor desafío es gestionar la energía, pero ¿cómo lograrlo? Aunque muchos advierten que es imposible ver «todo», la pasión cinéfila te impulsa a intentarlo. Entre proyecciones casi ininterrumpidas, entrevistas y ponencias, Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone se presenta para mí como el mejor —y más agotador— festival del mundo.

Afortunadamente, la amabilidad del personal del festival y del público suaviza esa carga. Agradezco profundamente al departamento de prensa, a Giuliana Puppin y a todas las personas que nos hicieron sentir bienvenidos en el Teatro Verdi. Mención especial para los fotógrafos y creadores de vídeo, Valerio Greco y Elena Tubaro; intenté en vano escabullirme de sus objetivos, pero lo di por imposible, mi indumentaria no ayudaba. Ahí estaba yo, lista al igual que Chaplin, con mi bombín, preparada para caerme de las escaleras del Teatro Verdi, si era necesario (y de hecho, sucedió).

Consciente de que no podría sobrevivir o salir ilesa de este festival al ver el cartel de las películas programadas para el evento nocturno que abriría oficialmente el festival, decidí reservar energías, recogí el programa, catálogo y acreditación, y me preparé para dos sesiones.

La primera se introducía con unos cortos de Griffith de la Biograph, y es un placer comenzar con él y sus películas, en concreto con una de las que sería la primera de mis tres divas de esta edición. En esa sesión, me reencontré con Florenci Salesas (con su sombrero al estilo Keaton) y con PAbel Vasquez, quienes se convirtieron en inseparables del festival.

Ahora sí, vuelvo a las sesiones vistas de la Biograph, todas ellas interpretadas por mi diva Florence Lawrence. La primera película fue The Planter’s Wife (Griffith, 1908), donde hizo un papel asombroso. Toda la película era tan aventurera como su interpretación, lo que se reflejó en sus apariciones en las producciones de la Biograph que Pordenone presentó en las mañanas.

En esta cinta, Florence Lawrence interpreta a la hermana de una mujer infeliz en su matrimonio, que se ve seducida por un malhechor o bribón de pacotilla; sin embargo, para ella resulta completamente irresistible. La hermana seducida es capaz de abandonar a su esposo, hogar e hijo. Lawrence se vestirá de hombre y, con pañuelo en el rostro y revólver en mano, los perseguirá en una emocionante persecución en bote. Esta escena, en la que persigue a los fugitivos, merece reconocimiento. Finalmente, Florence traerá de vuelta a su hermana, ahora feliz de haber encontrado nuevamente la alegría del hogar y de reunir a su familia. Sin duda, Florence Lawrence fue mi primera diva del festival.

La siguiente película, Romance of a Jewess (Griffith, 1908), era una mezcla de melodrama y slapstick, más hilarante de lo que había visto previamente en Griffith. Naturalmente, siempre hay momentos que provocan sonrisas, pero en este caso reí más de lo esperado, pues era un melodrama para llorar y, a la vez, contenía escenas de risa esporádica. Me encanta cuando los géneros se mezclan y se vuelven indistinguibles, combinando dinámicas y espacios. Echo de menos eso en el cine posterior.

Romance of a Jewess (Griffith, 1908). Foto Valerio Greco

Aquí Florence Lawrence tiene escenas dramáticas desde el inicio, cuando su madre muere en sus brazos. Griffith no deja de ser malévolo y pone a la madre y un poco al padre una nariz exagerada, sugiriendo ascendencia judía, tal y como se estereotipaba en esa época. También creo ver esa exageración en Florence (aunque muy leve, su belleza destaca, con nariz o sin ella). No puedo negar que las narices tuvieron un gran protagonismo en la primera jornada del festival, luego con la película de Cyrano.

El padre regenta una especie de casa de empeño, y aquí es donde aparecen escenas hilarantes, pues Lawrence y su padre atienden a todo tipo de personas en situaciones disparatadas y urgentes. Reí mucho cuando apareció un hombre vestido como salido de un varieté o cabaret, despojándose de todo, haciendo mirar a Florence a otro lado, tratando de obtener lo más posible por todas sus prendas. La gente iba y venía; en medio de todo, Florence se enamora. En esos espacios bien diseñados cabe el melodrama, pero también el humor y la desdicha, incluyendo escenas exteriores. Nunca había visto esa faceta de Griffith, eran escenas reales de la calle y el mercado, donde los personajes parecían interactuar con personas de la vida real sin darse cuenta. Este corto de Griffith se quedó en mi memoria por sus escenas de un documentalismo muy real y a la vez ficticio, algo nuevo para mí.

La siguiente película que también tenía a Florence Lawrence como protagonista fue The Call of the Wild (Griffith ,1908). La vemos en una fiesta elegante, con muchos invitados, uno de ellos, un nativo americano vestido de frac, la agasaja y ella le corresponde. En otra escena consiguen estar a solas, de repente todo cambia. Entendemos lo que ocurre: él le abre su corazón y ella reacciona como ultrajada. Esto plantea la pregunta: ¿Son esas las raíces del amor o es fruto de la desigualdad debido a su origen? Su rechazo provoca que él, enojado y desolado, se despoje de sus ropas elegantes y regrese a la representación estereotipada que Griffith hace de sus orígenes, con vestimenta tradicional y cabellera de «indio». Aquí se entremezclan las raíces del amor con el estereotipo y, por qué no decirlo, el racismo. Nuestro héroe indígena no cejará en su empeño de seguir a su amada. Es, sin lugar a dudas, una película novedosa, con mezclas poco comunes en la obra de Griffith y un final melancólico. Nunca había visto este lado de Griffith, quizá potenciado por las magníficas restauraciones y el piano de Philip Carli.

Il purgatorio (Giuseppe Berardi, Arturo Busnengo; Helios, IT, 1911)

La siguiente sesión se centró en Il Purgatorio, una película realizada por Giuseppe Berardi y Arturo Busnengo en 1911. Me quedé impresionada con el material que pudimos ver, acompañado por el piano de Daan van den Hurk y la percusión de Frank Bockius.

Esta adaptación del segundo cántico (Purgatorio) de la Divina Comedia de Dante, de 1911, se adelantó a la película L’Inferno. Aunque la restauración presentaba partes dañadas, el adelanto técnico de los trucajes era notable: Dante volando bajo las garras del águila, y la serpiente con virajes y sobreimpresiones eran destacados.

Sin embargo, no fueron las sobreexposiciones o los trucajes en sí lo que más captó mi atención, sino la fuerte impresión de que el tiempo y las almas retratadas en sufrimiento se experimentaban a través de los paisajes y sus orografías. Almas y cuerpos en movimiento se fundían con el paisaje, y ese carácter explorativo y dinámico de los lugares fue lo más fascinante de los fragmentos recuperados. La música acentuaba la vividez de los diferentes lugares y tiempos, o lugares-tiempo que Dante visitaba. Para mí, fue una combinación irrepetible.

Después de ver estos fragmentos rescatados, aún impresionada, descansé hasta la Serata Inaugurale del festival, sin imaginar lo impactante que sería. La bienvenida en el Teatro Verdi fue cálida, y otra vez escuché, como en la edición anterior, el llamamiento de «bienvenidos a casa».

Tras los discursos de apertura, me emocioné al ver por primera vez en pantalla grande a Max Fleischer con su Boxing Kangaroo (Dave Fleischer, 1920) de su serie de animaciones Out Of The Inkwell. Fue impresionante ver a Max aparecer e interactuar con los dibujos, todo se veía increíble, con las impurezas del material original, como restos de grano o polvo, que de alguna manera también emocionan mientras hacen sonreir.

Mucho público el primer día en Pordenone. Foto: Valerio Greco

Y por fin llegó la gran película de la jornada que dejaría una profunda huella durante el resto del festival: Cirano Di Bergerac (1922-1923) de Augusto Genina y Mario Camerini. Recuerdo que salí del teatro como en shock y ya hacía mal tiempo. Intenté dormir, pero no pude. Abrí el ordenador e intenté escribir. Era la primera noche de resaca visual. Cerca de las 4 a.m., la lluvia caía sin cesar en Pordenone. Anoté en una vieja entrada de blog para volver a la película mis impresiones, fueron fuertes, con ellas terminaré: Encontrarme con Cirano de esta manera, en este lugar y en compañía de amigos que aman el cine mudo, es un auténtico privilegio. Aquellos que poseen la capacidad sinestésica de ver colores en momentos y espacios inesperados encontrarán en esta película una explosión sensorial: una inundación de colores y una acumulación de personajes y acciones escenificadas de tal manera, que crean una sensación única gracias a la ritmicidad de sus expresiones y su manera de ocupar la pantalla.

Existen momentos en los que las agrupaciones de personas en la pantalla se llenan de colores vibrantes: sombreros, capas y mantillas rojas y verdes que parecen pertenecer a otro nivel, al reino de la imaginación y la creación literaria. Si tuviera que destacar escenas, mencionaría el reto en la posada, el que podríamos llamar el ‘reto de la nariz’, o la batalla contra los españoles. Son escenas tremendamente impactantes, no solo por la magnitud del conjunto, sino por el carácter caballeresco y conmovedor de los personajes. Además de portar estandartes, llevan consigo colores tan irreales que parecen luchar por extenderse más allá del Teatro Verdi, entre el público y fuera de sus paredes.

Nunca había visto, y será difícil volver a ver, una película con esa particular riqueza cromática y una historia tan conmovedora. A pesar de los numerosos intertítulos, les aseguro que esos personajes parecían hablar con voz propia, reír, gemir y llorar. Olvidas los intertítulos, olvidas la ausencia de voz humana, y agradeces que esa voz y texto se hayan transformado en música.

En la seconda Galleria del teatro Verdi, me sorprendí vitoreando la llegada de la orquesta de Pordenone, riendo en las escenas de reto verbal y emocionándome en las tiernas escenas en las que de repente la cámara parece abandonar su estatismo (quizás sea solo mi imaginación), casi hacia el final, en la alcoba de Cyrano, cuando este ya va muriendo anticipadamente, sufriendo del dolor de su amor por Roxanne, el corazón se estremece.

Tal vez no sean la cámara ni los actores, sino la música de Kurt Künne, dirigida por Ben Palmer, o ese sonido de Glockenspiel que emerge en las escenas más impactantes de la película, creando una magia especial.

Escribe Laura Bondía | Fotos Pordenone/Valerio Greco | Álbum de fotos nº 2

CIRANO_DI_BERGERAC_IT1922: la música de Kurt Künne, dirigida por Ben Palmer. Foto: Valerio Greco