El humor como trinchera

Manuel Gómez Pereira recordará el año 2025 como el de su regreso al cine por la puerta grande. Tras casi una década dedicado a la dirección de series, su vuelta a la gran pantalla se ha concretado, en primer lugar, con Un funeral de locos, un remake del filme británico de 2007. Ahora, refuerza ese retorno con el estreno de La cena.
El veterano guionista y director madrileño, conocido por encadenar una serie de comedias exitosas en los años 90 (Salsa rosa, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, Todos los hombres son iguales, entre otras), lleva ahora al cine la obra teatral La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos.
Escrita en 1988, esta pieza no se estrenó en los escenarios hasta una década después, en 1998, con Sancho Gracia como protagonista. Su autor, convencido de las dificultades que implicaba montar una obra coral con un amplio elenco, había pospuesto su representación durante años.
Con estos mimbres, Gómez Pereira –que vuelve a colaborar en el guion con Joaquín Oristrell y Yolanda García Serrano– da forma a una tragicomedia ambientada en 1939, pocas semanas después del final de la Guerra Civil. En este contexto, Franco desea celebrar una cena de homenaje a los militares de más alto rango en el emblemático Hotel Palace de Madrid. Sin embargo, surge una dificultad: los cocineros más prestigiosos están encarcelados. Ante esta situación, el joven teniente Medina (Mario Casas) y Genaro, el maître del hotel (Alberto San Juan), deberán unir fuerzas para sacar adelante el banquete.
La necesidad de sacar adelante una cena de gala en plena autarquía postbélica obliga a ganadores y perdedores a convivir y colaborar por un objetivo común. Por un lado, están el teniente Medina y las fuerzas nacionales –los miembros del ejército, la Falange, representada por Alonso (Asier Etxeandia), y los camareros afines al régimen–; por otro, los reputados cocineros de izquierdas, recientemente excarcelados y salvados de una muerte segura, únicos capaces de preparar un menú de altura para Franco, su esposa, los generales y las fuerzas vivas del nuevo régimen.
En medio de ambos mundos, emerge la figura de Genaro, una especie de humanista ingenuo que aún cree –o quiere creer– que, una vez terminada la contienda, las cosas pueden mejorar. Confía en que vencedores y vencidos sean capaces de convivir, no sin esfuerzo, en una nueva normalidad marcada por la reconciliación aunque sea por la propia supervivencia.
Este abanico de enfrentamientos –donde también emergen diversas líneas narrativas alimentadas por los juegos amorosos– da lugar a una concatenación de situaciones cómicas, marcadas por la tensión constante del juego de poder entre los personajes. Las relaciones se entrecruzan: el teniente y los presos, la presión de estos sobre Genaro para obtener su ayuda, las fricciones entre camareros y cocineros, o el pulso soterrado entre el teniente y el oficial de la Falange.
Todos estos elementos se entrelazan para construir una compleja red de conflictos que transita entre la farsa y la crítica satírica, con el objetivo de ofrecer un retrato mordaz de la España de la época: un banquete de lujo en una España que se moría de hambre. Esta visión, aunque inspirada en el universo berlanguiano, evita sumergirse por completo en el tono costumbrista y sombrío característico del cine del director valenciano. En su lugar, adopta un enfoque más equilibrado, que combina el humor ácido con unas gotitas de reflexión social.
A través de un elenco numeroso y extraordinario, el relato cobra vida. Destacan especialmente las interpretaciones de Mario Casas y Alberto San Juan, quienes lideran con solvencia un reparto coral lleno de matices. Los personajes que encarnan, junto con los demás integrantes, representan distintos arquetipos de una sociedad herida, atrapada entre el desencanto y la resistencia moral. En estas circunstancias, algunos de estos personajes luchan por conservar la decencia, aferrándose a unos ideales que giran en torno a la defensa de la libertad y la justicia.

Como suele ocurrir en todas aquellas películas ambientadas en el contexto de una guerra –y en el caso español, una guerra cuyos efectos se extendieron mucho más allá de la fecha oficial de su final–, incluso cuando el enfoque narrativo se sitúa en el terreno de la comedia, resulta inevitable que el sentimiento trágico se infiltre en el relato. Así, entre carcajadas y diálogos brillantes, esa falsa paz tras la guerra, con su carga de amenaza, su violencia y la presencia de la muerte, termina por invadir parte del discurso.
La cena funciona como un ejercicio de memoria histórica lanzando un mensaje que no solo busca recordar los acontecimientos derivados del conflicto, sino también advertir sobre el resultado que acarrea el enfrentamiento ideológico y social. En este sentido, el filme no se limita a un retrato del pasado pues también sugiere una lectura extrapolable a la sociedad actual pues los errores del pasado pueden repetirse.
Si bien es cierto que la película pierde algo de fuerza en su tramo final, donde se percibe cierta precipitación en el desarrollo de la trama, el sólido dominio que Gómez Pereira tiene sobre los mecanismos de la comedia –la película es francamente divertida– permite que la película mantenga su equilibrio, quedando perfectamente definidos cuáles son los personajes que, por su inocencia, ternura y humanismo, representan el lado correcto de la historia, haciendo que la esperanza y la dignidad sobrevivan al caos y la tragedia.
Escribe Luis Tormo | Fotos A Contracorriente films