40 Mostra de València-Cinema del Mediterrani (4): «Prometido el cielo»

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El espejismo de la esperanza

La directora franco-tunecina Erige Sehiri alcanzó reconocimiento internacional con Entre las higueras (2023), su segundo largometraje de ficción –antes de ese éxito, había desarrollado una trayectoria centrada en cortometrajes y en un largometraje documental– que fue presentando en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y estuvo incluido en la Sección Oficial de la Mostra el año 2022.

Ahora, Sehiri regresa con Prometido el cielo (2025), el filme que inauguró la sección Un Certain Regard en la más reciente edición del certamen francés.

En la rítmica canción que acompaña los títulos de crédito finales, el estribillo condensa el sentido del filme: “Me han prometido el cielo, pero estoy remando en la tierra”. La película explora el sentimiento de fracaso de tres mujeres que deben luchar cada día simplemente para sobrevivir, atrapadas en una realidad donde las expectativas y los sueños no alcanzan nunca ese paraíso prometido.

Mientras trabajaba en un documental de 2016 sobre estudiantes subsaharianas en Túnez, Erige Sehiri advirtió una realidad reveladora: a pesar de ser un país del que muchos habitantes emigran hacia Europa, Túnez se ha convertido también en un punto de atracción para personas procedentes de otros países africanos.

De esa observación nace la historia de tres mujeres marfileñas. Marie, una antigua periodista que, tras reinventarse como pastora de una especie de iglesia evangelista, vive en Túnez desde hace una década; su casa se convierte en refugio para Nanay, una joven madre que busca reunir el dinero necesario para reencontrarse con su hija, aún en Costa de Marfil; y para Jolie, una estudiante cuya familia financia sus estudios con la esperanza de que construya un futuro mejor. Jolie es la única que reside legalmente como estudiante en el país, ya que Marie y Nanay aún no han logrado regularizar su situación.

La convivencia entre las tres mujeres, sostenida por el frágil equilibrio que impone la vida en la ilegalidad, se ve trastocada con la llegada de Kenza, una niña huérfana que ha sobrevivido milagrosamente al naufragio de la embarcación en la que viajaba. Del pasado de estas mujeres –incluida la niña– apenas se nos revelan algunos indicios, pequeños detalles que iremos descubriendo a lo largo del filme. Por ello, el relato se centra en el devenir cotidiano de tres personajes que encarnan realidades profundamente distintas.

La casa se erige como un refugio, un espacio de protección frente a la hostilidad del exterior, pero también como el escenario donde se manifiestan y se enfrentan los conflictos latentes. Las mujeres que la habitan no conforman un bloque homogéneo: cada una representa una experiencia distinta, marcada por sus propias carencias, aspiraciones y heridas. Aunque Jolie proclame su reivindicación femenina al afirmar que “en 2024 las mujeres toman la iniciativa”, esa declaración contrasta con la complejidad de la convivencia, donde la sororidad se ve puesta a prueba por las tensiones que surgen de sus diferentes necesidades y formas de entender la supervivencia. En ese microcosmos doméstico, la unión y el conflicto coexisten, revelando tanto la fuerza como la fragilidad de los lazos entre ellas.

Las figuras masculinas, representadas por el casero y el amigo de Nanay, se presentan en un inicio como hombres comprensivos ante las dificultades de las mujeres, pero esa aparente empatía se desmorona cuando se pone a prueba: en el momento de ser solicitada su ayuda, ambos se revelan como presencias ineficaces e incapaces de actuar.

La experiencia como documentalista de la directora se refleja en el punto que adopta para captar la deriva dramática que atraviesan las historias de estas mujeres. La cámara se sitúa frente a los conflictos, registrando las circunstancias a medida que se desarrollan, sin tomar partido por ellas, sin convertirlas en heroínas.

Marie se encariña con la huérfana y, en lugar de entregarla a las autoridades como dicta la ley, intenta que permanezca en la casa; Nanay experimenta el dolor de su impotencia al no poder reunir el dinero necesario para traer a su hija, tras una desgarradora conversación a través de una videollamada, a la vez que tiene que dedicarse a oscuras actividades para buscarse la vida; y Jolie, quien parecía contar con cierta estabilidad legal, se enfrenta a la dureza de la política tunecina que persigue a los emigrantes, situación que culmina con su detención y una noche en la cárcel.

Una imagen de ‘Prometido en el cielo’. Foto: Maneki Films. Henia Production / Mostra de València

Sin embargo, estas historias dramáticas no se exageran ni buscan un efecto lacrimógeno. En la escena en que Marie entrega a la niña a las autoridades, la cámara permanece al margen, observando desde fuera mientras la pequeña cruza la puerta. Esta distancia narrativa subraya la gravedad del momento sin recurrir a la manipulación emocional.

Así, la película evidencia con sutileza la tensión entre la ley, la moral y la vulnerabilidad personal, mostrando cómo las decisiones de cada mujer se ven condicionadas por fuerzas externas que escapan a su control.

La perspectiva documental de la cámara adquiere un valor adicional en las escenas de exterior, donde observamos discotecas, calles abarrotadas, el paisaje nocturno iluminado, playas y suburbios (calles polvorientas, con basura). Este contexto permite visibilizar las múltiples contradicciones del país: un lugar que pretende mostrarse aperturista y moderno, pero que, al mismo tiempo, persigue con dureza a los emigrantes subsaharianos (y a cualquier extranjero, incluidas las protagonistas). La cámara, al registrar estos espacios con objetividad y sin artificios, evidencia tanto la vitalidad como las tensiones de la sociedad, creando un contraste entre apariencia y realidad.

El cine tunecino, especialmente aquel resultado de coproducciones con Francia, se ha caracterizado por un tratamiento formal refinado, y Prometido el cielo no constituye una excepción. La fotografía, la música, las localizaciones o el vestuario están cuidadosamente concebidos, reforzando el discurso de la película y contribuyendo a crear una atmósfera envolvente.

Con este segundo trabajo de ficción, Erige Sehiri ha creado un filme coral en el que las historias individuales de un grupo de mujeres se ensamblan como piezas de un rompecabezas, conformando un microcosmos que ofrece un retrato íntimo y cercano de la realidad de la emigración africana, sin que el dramatismo ni la dimensión política lleguen a ahogar la coherencia y claridad del discurso que plantea la película.

Escribe Luis Tormo | Fotos: Mostra de València