40 Mostra de València-Cinema del Mediterrani (7): Más títulos de la Sección Oficial

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Del cine turco al falso documental italiano

The flying meatball maker

Es difícil realizar los sueños, pero mucho más lo es aferrarse a ellos cuando el mundo conspira en su contra.

De esto trata la magnífica película turca que la Mostra nos ha traído. Un personaje absurdo que en la Turquía profunda vive volcado en su sueño de volar por su propia cuenta, con un parapente. Y tras ello un análisis de las dificultades con las que se encuentra, que van desde prohibiciones administrativas a desprecio social, incluso a las adversas condiciones meteorológicas.

A todo ello intenta sobreponerse este sencillo hombre que se gana la vida en un puesto de comida callejero, con una familia amorosa, y que, en cierto modo, guiado por su aspiración, se siente ajeno a lo que le rodea. Entre las muchas escenas significativas que lo muestran, está la que señala el desinterés por el fútbol que su empleado adora, porque él deposita su atención únicamente en lo que dirige su vida.

Esa presión es en realidad la de una sociedad cargada de prohibiciones. Unas ejercidas por lo institucional (policías), otras por lo religioso (la criminalización del alcohol), otras por la sociedad misma, o incluso en el ámbito familiar más próximo (tabaco). Y que además es ajena al humor, a las bromas, que en un momento dado se atreve el protagonista a hacer, de forma inoportuna, ante la policía. Sirviéndose de la anécdota, la película reflexiona sobre lo social y lo político.

Pero esta es una sociedad cambiante, en marcha. La secuencia inicial, donde coexiste el rebaño de ovejas con el sofisticado motor para el vuelo, visto en ese contexto, y que se repetirá a lo largo del filme, da cuenta del contraste que se está produciendo, y que se reproduce también entre el páramo en el que se realizan las prácticas de vuelo, y los altos edificios que lo perimetran.

Algunos elementos construyen el tono del filme. Uno de ellos es el peluche que cuelga del retrovisor, que además de subrayar la constante obsesión de este hombre, da cuenta de su carácter infantil, tierno. Por otra parte, está el hacha con la que destroza el motor, MacGuffin que sirve para marcar distancias entre el protagonista y quienes preguntan por el origen de esa hacha, cuando lo realmente importante e ignorado por ellos es el hecho mismo de la destrucción de ese motor del que dependen sus sueños en un arrebato del que se arrepiente de inmediato.

La única que muestra la empatía que él desearía es su mujer, a quien le queda la capacidad de preguntar por su estado, además de por la herramienta destructiva. La secuencia inmediatamente posterior, con la cámara acompañando por la espalda a Kadir mientras se aleja compungido, es uno de esos momentos mágicos de la película.

La planificación es exquisita. Señalemos algún ejemplo más aparte de los ya mencionados. El plano del hombre cubierto por la cortina cuando su mujer le está reprochando esa especie de relación anterior, trufada por la asfixiante tradición, y en el que se sugiere que él está siendo borrado de la vida de ella.

O el plano, que por sí solo ya vale una película, en el que la mujer ocupa el lado derecho del encuadre mientras que el resto está ocupado por los animales despiezados colgados de los ganchos de la carnicería. Una excelente manera de mostrar el rol que las mujeres desempeñan en esa sociedad. Este plano se repetirá casi al final, pero en este caso con el protagonista masculino ocupando idéntico lugar. Ocurre cuando su mujer le ha dejado y se siente morir, y allí está, rodeado de cadáveres.

Valga una escena más de las que definen un carácter. Este hombre henchido de sueños, lector de Freud, de quién si no, curioso hasta comprar un ejemplar de El mundo de Sofía, ha sido abandonado y se muestra abatido en el campo junto a su paracaídas, seguro que reflexionando sobre la situación en la que se encuentra, y en ese momento se levanta una brizna de viento que atrae su atención, olvidándose de lo que le atormentaba.

Película sencilla con la profundidad que tienen las cosas sencillas, con la calidez que poseen los personajes bien trazados y con el regusto que deja el buen cine.

The flying meatball maker: un plano que ilustra el papel de la mujer en Turquía

Pizza frita

Bajo la forma de un falso documental, la película italiana hace un repaso por la ciudad de Nápoles. La idea es montar una obra de teatro basada en la comida típica napolitana, aquella que cocinaban las abuelas y que estaría bien que transmitieran a sus nietos.

La comida, la presencia de la religión, y la música, tradicional o no (se escucha Una furtiva lágrima junto a las canciones típicas napolitanas). No falta ningún tópico, pues hasta Maradona aparece por allí. En definitiva, nada que no se sepa y nada que cuestione la idea conocida, y un poco cansina ya, de la imagen del sur de Italia. Y nada que resulte problemático, pues la mafia tiene su pequeño rincón, casi como un peaje obligatorio, Roberto Saviano incluido, pero ningún protagonismo relevante.

La idea motriz es que la belleza, en el sur de Europa, es la manera mejor de comunicar, y no los discursos racionales (una especie de síndrome de Stendhal trasladado del norte al sur), y esa belleza artística se pretende canalizar a través del teatro que muestra la comida. Belleza sobre belleza. Pero no comparece. El resultado es voluntarioso pero fallido.

Cuando el contenido flaquea la solución pasa por encontrar y ofrecer una serie de tipos que mantengan la atención y el interés del espectador, y aquí no se encuentran. Todo tiene cierto aire vulgar que avanza sin ton ni son, y que ni roza su objetivo, si es que éste es otro que construir una especie de anuncio publicitario que fomente el turismo a la ciudad italiana. Innecesario.

Escribe Marcial Moreno | Fotos Mostra de València

Pizza frita