Berlinale, 60 Festival Internacional de Berlín (2): primer fin de semana

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Lo que ya ha pasado

Berlinale, 60 Festival Internacional de Berlín Las máximas atracciones del fin de semana de inicio de la Berlinale se podrian resumir en tres nombres: Polanski, Scorsese y Bansky. Como se esperaba, causaron furor.

Con el thriller politico The Ghost Writer, Roman Polanski puso el listón muy alto en la competición oficial. Protagonizado por Pierce Brosnan y Ewan McGregor, fueron los abanderados de la película a causa de la conocida ausencia del director por problemas judiciales.

Mientras que, de la película de Martin Scorsese, Shutter Island, poco importó que la verosimilitud de una trama repleta de sujetos intrigantes provocara chascarrillos. En cualquier caso, Scorsese eligió Berlin para presentar en Europa (y al margen de los nervios de la competición) el filme protagonizado por Leonardo Di Caprio. Ellos dos, director y estrella de Hollywood, fueron suficiente reclamo para atraer a toda la prensa internacional. Incluso la de variedades, a excepción de los fotógrafos que captaron durante los premios Goya la presencia conjunta de Penélope Cruz y Javier Bardem.

El tercer imán que captó la atención fue el “grafitero desconocido” que firma con el pseudónimo Bansky. Figura intrigante per se, su arte callejero ha logrado alcanzar alta cotización en el mercado del arte. Y todo a pesar de su cariz punzante y descarado. El documental Exit through the gift shop, tan sarcástico como sus pintadas, parodia la atracción que ha llegado a generar. Así que, quizás por su excentricidad, en que el director (causa y motivo del filme) continúa manteniendo su anonimato, la película tampoco opta a concurso.

Pero si nos centramos exclusivamente en la competición, tanto la película inaugural como algunos de los directores de renombre (a excepción del mencionado Polanski) causaron bastante decepción. Con Tuan Yuan / Apart Together, proyectada en la gala inicial, Wang Quan’an dejó al público de la sala tan helado como los paseantes que esquivan la nieve y el abundante el hielo de las calles berlinesas.

Por su parte, ni Thomas Vinterberg ni Zhang Yimou hicieron meritos por mantener su reputación. Ni el director danés, reputado por Festen / La ceremonia (1998), ni el chino, que hace décadas triunfara en la Berlinale con Hong Gaoliang / Sorgo Rojo (1987), alcanzan ahora con Submarino y San qiang pai an jing qi / Una mujer, una pistola y una tienda de tallarines, respectivamente, las cotas de calidad de sus primerizas películas.

También pasaron bastante desapercibidas las cintas estadounidenses Howl, de Rob Epstein y Jeffrey Friedman, y Greenberg, con la que Noah Baumbach sigue explotando las “cualidades” cómicas de Ben Stiller.

'El escritor' de Polanski

De paso por la madurez

Cuan diferente puede llegar a ser la percepción del paso a la madurez vista desde Europa o desde Estados Unidos. Porque no es lo mismo que la convulsión que provoca el hecho provenga de comprar los primeros cosméticos ―a escondidas, eso sí― en el supermercado del barrio, a que un niño tenga su primer contacto con la muerte. Esto último es lo que narra el turco Semih Kaplanoglu en Bal / Miel, ultima pieza de una trilogía que, al menos en esta tercera, por momentos recuerda a El espíritu de la colmena, de Víctor Erice.

En Bal, el turco Kaplanoglu relata la historia de una familia que, alejada de cualquier indicio de modernidad, vive del tradicional oficio de la apicultura. Se le podría retraer al director turco que retrate con excesiva admiración un modo de vida que, desde quien lo considera en vías de extinción, adquiere cierto aire maravilloso. Sin embargo, ese halo de irrealidad con que envuelve la naturaleza, brillante y frondosa, así como la vida en la cabaña de madera, repleta de colores calidos aun en la penumbra, le permite a Kaplanoglu establecer puentes con la fabula y, por tanto, tratar con ternura un tema tan crudo como la muerte y el primer contacto con ella.

Bal / Miel del turco Semih Kaplanoglu Bal se inicia con Yakup (Bora Altas), padre de una modesta familia que vive en los montes próximos al Karakorum. Sin embargo, el hilo conductor recae sobre Yakup (Erdal Besikcioglu), su hijo de siete años, quien se las ingenia para eludir las reprimendas de su madre y el maestro de la escuela. A través de la mirada del pequeño, Kaplanoglu se toma el tiempo para que admiremos la destreza del oficio del padre. Mostrado como un modo de vida, además de forma de sustento familiar, tiene el encanto de la autosuficiencia y la añoranza de la convivencia placida en el entorno natural. Sin embargo, Bal no es Dersu Uzala. El oficio de apicultor, a través del que Yakup se está iniciando a la vida, le sirve también a Kaplanoglu como contrapunto del aprendizaje ordinario en la escuela del pueblo. Allí, junto a sus compañeros, Yakup se muestra inseguro a la vez que ansioso por conseguir el reconocimiento de sus meritos (o de las mejoras que podría simular haber alcanzado).

La mirada un poco idealizada de Kaplanoglu contrastó con el planteamiento de la estadounidense Nicole Holofcener en Please Give. Si bien el primero apostaba por construir densos planos fijos, que tengan el tiempo suficiente para constituirse con entidad propia y sin temor a que parte de la acción se desplace fuera de campo, Holofcener se limita a poner imágenes convencionales a un guión que es un viaje en picado hacia la compasión. Siguiendo la estela de Juno, Holofcener tendría muchos puntos para llevarse el premio del público en Sundance. Pero se presento a la Berlinale y, las risas que se producían durante los minutos iniciales de la proyección de Please Give, poco a poco se fueron apagando. La historia de almas bienintencionadas se centra en un instante de crisis de dos familias vecinas, puerta con puerta, en el mismo piso neoyorkino. Por un lado, esta la familia compuesta por padres con hija adolescente y, a contrapuerta, la abuela nonagenaria cuyas dos lindas nietecitas vienen a menudo de visita.

Cuanta diferencia hay con los cineastas (pongamos por ejemplo a Pedro Costa) que se esmeran por buscar la belleza allí donde es difícil apreciarla. Sin embargo, Holofcener opta por afear lo que a priori es espléndido. A saber, la vida en la Gran Manzana. El resultado es algo bizarro, porque chirría el querer ver lo grotesco allí donde no lo hay. Porque, por más que quiera dar un toque crítico a la forma de vida acomodada de occidente, ese estilo de vida repleto de desechos y preocupaciones banales, el quid de la cuestión no está en ridiculizar a los diseñadores, dispuestos a comprar cualquier excentricidad que esté expuesta en una tienda chic y tenga un coste de varios centenares de dólares; ni en humillar a la joven adolescente, traumatizada por la aparición del acné y obsesionada por comprarse los vaqueros de moda; ni en hundir en la desesperación a una madre frustrada, que trata de alimentar su autoestima por medio de la caridad. Es en estos desvaríos, en los que se pone en cuestión la voluntad crítica de Holofcener.

Aunque quizás Please Give sea un puro entretenimiento más, en el que los diálogos “ingeniosos” se suceden sin descanso, la bella pija insensible tiene la fórmula para la felicidad en el oasis-spa en el que trabaja, y los ancianos y los disminuidos psíquicos siguen dando mucho juego para que los otros hagan su buena labor del día.

Puede que el final de Please Give no parezca del todo feliz, pero sigue perpetuando el discurso del triunfo de las almas bienintencionadas. Nada que ver con la enjundia de Bal.

Escribe: Daniela T. Montoya

Martin Scorsese y Leo DiCaprio en Berlín 2010